Al comienzo del Diario antes citado, hay una lista de devociones particulares que el venerado Padre practicaba a diario.
«No menos de 4 horas de meditación y éstas de ordinario sobre la vida de nuestro Señor: nacimiento, pasión y muerte. Novenas: a la Virgen de Pompeya, a san José, a san Miguel Arcángel, a san Antonio, al Padre san Francisco, al sacratísimo Corazón de Jesús, a santa Teresa de Jesús. Diariamente no menos de cinco rosarios completos».
Después de haber hablado de los rosarios, tenemos que hablar de las novenas a la Virgen de Pompeya. El Padre Pío visitó aquel célebre santuario mariano al menos en tres ocasiones: en 1901, cuando, siendo niño, marchó con los compañeros de clase; en noviembre de 1911, acompañado por el padre Evangelista, superior del convento de Venafro; el 3 de enero de 1917, en una de las licencias durante el servicio militar (Epist. I,853).
Fue sin duda en estas visitas cuando comenzó en él la devoción a la Virgen del Rosario, venerada en el santuario de Pompeya. A la Virgen de Pompeya el Padre Pío se dirigió con incontables oraciones y novenas, especialmente para obtener tres gracias: quedar libre del servicio militar, el retorno al convento, la pronta salida del exilio terreno, es decir la muerte. La hermosa Virgen de Pompeya le concedió la primera y la segunda gracia, pero – afortunadamente para nosotros – no lo escuchó en la tercera.
El 24 de enero de 1915 le confiaba al padre Benedetto: «Dios y mi queridísima Virgen de Pompeya, a la que las novenas han seguido a las novenas, desde hace ahora más de tres años, saben qué es lo que he hecho para ser escuchado en una prueba tan dura. Sólo ellos comprendían y son testigos del dolor que me atormenta y que me oprime el corazón» (Epist. I,521). La gracia que pedía era la de regresar al convento.
La víspera de su viaje para el servicio militar, suplicaba al padre Agostino: «Quiero pedirle, padre, un favor. Es que tenga la caridad de comenzar lo antes que pueda tres novenas a la Virgen de Pompeya, con el rezo diario, durante este período, del Rosario completo» (Epist. I,698). También a las hijas espirituales les pedía el rezo de las tres novenas a la Virgen de Pompeya. Sólo un ejemplo: A Raffaelina Cerase, el 19 de mayo de 1914: «Le quedaría eternamente agradecido si a las oraciones uniese las tres novenas a la santísima Virgen del Rosario de Pompeya con las comuniones que hiciera en ese tiempo» (Epist. II,94,193).
A Annita Rodote, el 10 de junio de 1915: «Deseo que me encomiende al Señor haciendo las novenas a la Virgen de Pompeya, en cuya protección confío y espero» (Epist. II,81).
De igual modo a Francesca de Foggia, el 30 de octubre de 1915 (Epist. III,150), a Antonieta Vona, el 11 de diciembre de 1918 (Epist. III,880), a Elena Bandini, el 19 de agosto de 1922 (Epist. III,1072).
En torno al año 1960, San Pío de Pietrelcina hizo esta confidencia a un religioso de su Orden: «He rezado durante 35 años la novena a la Virgen de Pompeya, pidiéndole la gracia de que me llevara consigo al paraíso. Pero después dejé de hacerlo». El religioso quedó maravillado y le dijo: «Pero, ¡cómo, Padre! Precisamente usted, que ama tanto a la Virgen de Pompeya, ha dejado de rezarle?». «Hijo mío, he pedido a la Virgen María la gracia de morir, pero no me ha escuchado. Y cuando es una mamá la que no escucha, ya no hay nada que hacer».
Tenemos que dar gracias a la Virgen María por no haberle escuchado.
Entre las devociones del Padre Pío tenemos que incluir también algunas expresiones marianas que le eran muy queridas: el amor a la Virgen de Loreto, a la Virgen de Lourdes, a la Virgen de Fátima, a la Asunción; especialmente el amor a la Madonna della Libera de Pietrelcina y a la Madonna delle Grazie de San Giovanni Rotondo. El espacio de que disponemos no nos permite desarrollar detenidamente todos estos puntos. Sólo nos detendremos brevemente en el amor a la Virgen de Fátima.
Nos hemos referido ya a la Virgen de Fátima, pero aquí queremos recordar su mensaje esencial, del que el Padre Pío fue su encarnación viviente.
En Fátima la Virgen María pidió de modo especial tres cosas: el sacrificio por la salvación de los pobres pecadores, el rezo del santo Rosario, la lucha contra la moda indecente, que tanto ofendería a su Hijo Jesús.
El Padre Pío se hizo cargo de estas tres peticiones de la Virgen María y respondió a ellas con generosidad: se ofreció víctima por la salvación de los pobres pecadores, tomó el rosario en sus manos y no lo abandonó en toda su vida, fustigó con toda la fuerza de su corazón sacerdotal las costumbres inmorales y la moda indecente.
El tema requeriría un tratamiento más detenido, que aquí no nos resulta posible. Para nuestro trabajo es suficiente haberlo insinuado.
Fuente: "La presencia materna de Marìa en la vida de Padre Pio". Gerardo di Flumeri.