Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

P. Pío Santo



El proceso de beatificación y canonización del Padre Pío de Pietrelcina, o, en otras palabras, su marcha hacia los altares, no fue fácil; pero alcanzó su meta con relativa rapidez.
El 20 de marzo de 1983, después de un trabajo minucioso de 15 años para buscar y organizar la documentación pertinente, se abrió la Causa de canonización del Padre Pío, que, en el proceso diocesano, en Manfredonia, duró hasta el 21 de enero de 1990. Desde esta fecha hasta el 15 de diciembre de 1996, se preparó la «Positio», con el duro trabajo de resumir el contenido de los 104 volúmenes del proceso diocesano en cuatro volúmenes, con un total aproximado de 7.000 páginas. Los 9 Consultores teólogos el día 13 de junio de 1997, y la Congregación de Cardenales y Obispos el 21 de octubre del mismo año, expresaron por unanimidad su opinión favorable a la heroicidad de las virtudes del Padre Pío. El 30 de abril de 1998, la Comisión médica dictaminó que la curación «repentina, completa y duradera» de Consiglia de Martino, afectada de «rotura del conducto torácico, sin ninguna terapia ni intervención quirúrgica, se considera inexplicable a la luz de la medicina actual»; y, el 20 de octubre de ese mismo año, la Congregación de Cardenales y Obispos dio el voto favorable a que se atribuyera este hecho milagroso a la intercesión del Padre Pío. El 21 de diciembre de 1998, Juan Pablo II, reunido con la Congregación de las Causas de los Santos, aprobó el decreto sobre la autenticidad del milagro; y ese mismo día se comunicó la fecha de la beatificación: el 2 de mayo de 1999. Tres años más tardes, el 16 de junio del 2002, el Padre Pío fue declarado Santo.
En este camino del Padre Pío hacia los altares, Juan Pablo II tuvo un papel muy especial. Y no sólo en los momentos en los que es necesaria la actuación del Sumo Pontífice. También en otros, en los que, respetando escrupulosamente todas las exigencias de la legislación de la Iglesia, supo impulsar hacia adelante la marcha del proceso. Es sabido que Juan Pablo II guardaba como recuerdos imborrables relacionados con el Padre Pío que, en abril de 1948, a los meses de ser ordenado sacerdote, viajó a San Giovanni Rotondo, se confesó con el Padre Pío, participó en la misa que el “Fraile de los estigmas” celebró en un altar lateral de la iglesita del convento de capuchinos y que, en un breve encuentro con él, a su pregunta sobre «qué llaga le producía más dolor», se vio muy sorprendido al escuchar al “Estigmatizado del Gárgano”: «Más dolor me produce la del hombro, de la cual nadie sabe nada y que ni siquiera es curada»; que, el 17 de noviembre de 1962, durante el Concilio Vaticano II, en el que participaba como Vicario capitular de Cracovia, le escribió una breve carta para pedirle una «oración por una madre de cuatro hijas, de cuarenta años, de Cracovia, en Polonia (durante la última guerra había estado cinco años en un campo de concentración, en Alemania), que se encuentra en gravísimo estado de salud y en peligro de muerte a causa de un cáncer, para que de ella y de su familia, por intercesión de la santísima Virgen, Dios tenga misericordia», y, el 28 del mismo mes, le comunicó, también por escrito, que «La señora de Cracovia, en Polonia, madre de cuatro muchachas, el día 21.XI, antes de la operación quirúrgica, había recuperado de forma imprevista la salud. Sean dadas gracias a Dios, y a ti, venerable padre, te doy las gracias en nombre de ella y del marido y de toda la familia»; que, el 23 de mayo de 1987, en el centenario del nacimiento del Padre Pío, y vistiendo la sotana blanca de los Sucesores del apóstol Pedro, se arrodilló ante la tumba del primer sacerdote estigmatizado...






EL PADRE PÍO, BEATO

Tras el laborioso proceso de 30 años para determinar que el padre Pío de Pietrelcina había vivido de forma heroica las virtudes de la vida cristiana y la constatación de que la curación «repentina, completa y duradera» de Consiglia de Martino, afectada de «rotura del conducto torácico, sin ninguna terapia ni intervención quirúrgica, era inexplicable a la luz de la medicina actual» y que ese hecho milagroso había que atribuirlo a la intercesión del Fraile capuchino, el 2 de mayo de 1999, en una solemne y multitudinaria ceremonia en la Plaza de de San Pedro de Roma, transmitida por las emisoras de radio y de televisión al mundo entero, el Papa Juan Pablo II reconoció la santidad del Capuchino italiano y lo declaró Beato.
Es oportuno recalcar que, en la homilía de esta ceremonia, Juan Pablo II, hablando del nuevo Beato, se refirió, sí, a «su cuerpo marcado por las “llagas”», que hacían de él una «imagen viva del Cristo sufriente y resucitado», a los «dones singulares que le fueron concedidos y los sufrimientos interiores y místicos que los acompañaban», a «su experiencia del cielo», consecuencia, sin duda, de sus éxtasis y de las visiones repetidas del Señor, la Virgen María, Francisco de Asís, los Ángeles...; pero lo hizo como de paso y de puntillas. Lo que recalcó con fuerza en «la vida de este humilde hijo de San Francisco», fue el «constante ejercicio de la fe», la «durísima ascesis a la que el Padre Pío se sometió desde su primera juventud» para alcanzar la «progresiva identificación con el divino Maestro», la «obediencia» a los superiores que, cuando «el elegido, por una permisión especial de Dios, es objeto de incomprensiones..., se convierte en un crisol de purificación, un sendero de progresivo asemejarse a Cristo, un robustecimiento de la auténtica santidad», su «experiencia complicada y constante de los sufrimientos del Señor con el convencimiento inmutable de que “el Calvario es el monte de los Santos"», la «caridad», que, purificada por el dolor, «se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de los hermanos», su «vida entregada a la oración», en cuya escuela «se han multiplicado en todos los rincones del mundo los “Grupos de Oración”»...
Y dejó para la Plaza de San Juan de Letrán, a la que se trasladó en helicóptero, una vez terminada la ceremonia de la beatificación, para saludar a los peregrinos que desde allí habían seguido la celebración y para rezar el «Regina Coeli», uno de los rasgos más característicos de la espiritualidad del Padre Pío. «El Padre Pío ‑ dijo con voz firme y emocionada ‑ nos invita particularmente a amar y venerar a la Virgen María. Su devoción a la Madonna se transparenta en todas las manifestaciones de su vida: en las palabras y en los escritos, en las enseñanzas y en los consejos que dispensaba a sus numerosos hijos espirituales. Auténtico hijo de San Francisco, de quien había aprendido a dirigirse a María con espléndidas expresiones de alabanza y amor, el nuevo Beato no se cansaba de inculcar en los fieles una devoción a la Madonna tierna, profunda y enraizada en la genuina tradición de la Iglesia. Tanto en el secreto del confesonario como en la predicación, volvía siempre a exhortar: “¡Amad a la Madonna!”. Al final de su paso por la tierra, en el momento de manifestar su última voluntad, volvió su pensamiento, como lo había hecho durante toda su vida, a María santísima: “Amad a la Madonna y haced que la amen. Recitad siempre el rosario”».


EL PADRE PÍO, SANTO

La ceremonia en la que el Beato Padre Pío de Pietrelcina fue proclamado Santo tuvo lugar el 16 de junio del 2002 y, al igual que aquella en la que fue declarado Beato, en la Plaza de San Pedro de Roma. De nuevo ante una inmensa multitud de devotos venidos de los cinco continentes. Y de nuevo, aunque anciano y muy limitado en su salud, allí estaba de nuevo Juan Pablo II que, a diferencia de lo que había hecho en las canonizaciones anteriores, quiso pronunciar él toda la homilía.
Es sabido que la Iglesia, para proclamar Santo a quien ya venera como Beato, exige un milagro que haya tenido lugar después de la beatificación. El hecho milagroso que el Postulador general de Capuchinos sometió a estudio tuvo lugar entre el 20 de enero y el 12 de febrero del año 2000: la curación del niño de 7 años Mateo Pío Colella Ippolito, de San Giovanni Rotondo, afectado de «sepsis meningocócica hiperaguda con chok séptico, gravísima hipotensión arterial, fracaso cardíaco, hipocaudal sanguíneo prolongado, repercusión grave respiratoria, coagulación intravascular diseminada, insuficiencia multiorgánica». El proceso sobre el milagro se llevó a cabo en la Archidiócesis de Manfredonia, en el segundo y tercer trimestre del año 2000, se entregó a la Congregación de las Causas de los Santos en octubre de ese año, y la citada Congregación reconoció la validez jurídica del proceso el 12 de enero del 2001. El 22 de noviembre del 2001, la Comisión médica dictaminó que la curación de Mateo Pío fue «rápida, completa, duradera, sin secuelas en el cerebro y científicamente inexplicable». El 11 de diciembre del 2001, el Congreso especial de los Consultores teólogos, y el 18 del mismo mes, la Sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos, dieron su voto favorable a la curación milagrosa atribuida al Padre Pío de Pietrelcina. El 20 de diciembre del 2001, en el Consistorio de la Congregación de las Causas de los Santos, Juan Pablo II aprobó el decreto sobre la autenticidad del milagro; y el 26 de febrero del 2002, en una nuevo Consistorio de la mencionada Congregación, anunció la fecha de la canonización del Padre Pío: el 16 de junio del 2002.
En la homilía de la canonización del Padre Pío, Juan Pablo II se detuvo a recalcar los aspectos ordinarios de la vida del nuevo Santo, y, para ello, al final de la homilía, dirigió seis peticiones al «humilde y amado Padre Pío», en las que recogió los puntos más llamativos de su santidad. Dijo así:
«Humilde y amado Padre Pío:
Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos, la humildad de corazón, para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el Padre prometió revelar los misterios de su Reino.
Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.
Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».


Elías Cabodevilla Garde

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