Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Archive for julio 2017

Por Leandro Sáez de Ocáriz Capuchino


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El milagro de San Pellegrino.

Esta segunda florecilla está tomada de un testigo tan fidedigno como es el padre Rafael de Sant’Elia; la oyó contar repetidas veces al padre Pío y la dejó bellamente descrita en su diario .

Existe un santuario dedicado a San Pellegrino, muy visitado por las gentes de la comarca, situado a veintiséis kilómetros de Pietrelcina, en Altavilla, Avelino.

Determinó el señor Grazio hacer esta peregrinación de penitencia y llevar consigo al pequeño Francisco que tendría entonces unos ocho años de edad. Preparó el señor Grazio el borriquillo; sujetó lo mejor que pudo en los aparejos del borrico a su hijo, a fin de que al dormirse no se cayera, pues el camino era largo. Cargó la alforja con el condumio y el vino generoso, preparados ambos por Mamma Peppa, y, muy temprano, se pusieron en camino.

Cuando llegaron al santuario, ya estaba totalmente ocupado por una multitud abigarrada de gentes que se apretujaban, rezaban, gritaban, lloraban, como es costumbre en estas peregrinaciones de estas tierras meridionales de Italia.

Consiguen padre e hijo, con gran esfuerzo, llegar hasta el altar, donde se veneraba el cuerpo del Santo. El señor Grazio despachó con fervor y pronto sus peticiones e hizo señal a Francisco de que era ya hora de salir, pero el pequeño tenía sus ojos fijos en una escena bien impresionante: entre la gente que gritaba y rezaba, había una pobre madre con un niño en los brazos; era totalmente anormal; más que criatura, parecía aquello un amasijo de carne informe; la madre importunaba al Santo, lloraba, gritaba, hacía mil visajes.

Para el señor Grazio aquello no tenía mayor importancia, en cambio a Francisco se le partía el corazón; veía todo aquello y no comprendía cómo san Pellegrino no hacía de una vez un milagro en favor de aquella pobre mujer, y él también pedía y volvía a pedir al santo esta gracia. Por fin, llega un momento en que aquella madre, movida, parte por la confianza en el santo, parte por la desesperación, toma en alto a la desgraciada criatura y le dice a san Pellegrino:

“Pues, si no quieres curármelo, ¡tómatelo tú!... ¡Llévatelo!... ¡Quédate con él!...”.

Y lo arrojó con furia sobre el altar.

Ante la actitud de aquella madre, se apoderó de la multitud un silencio impresionante que se trocó muy pronto en un grito ensordecedor de alegría, de entusiasmo, de verdadero delirio.

Aquella deformada criatura, en vez de quedar medio muerta por el golpe, se levantó por su pie, sana, alegre, perfectamente curada. No es posible describir el entusiasmo que este acontecimiento despertó entre la gente que llenaba la iglesia y entre los que esperaban pacientemente para entrar desde hacía tiempo.

“¡Milagro!... ¡Milagro!... ¡San Pellegrino ha hecho un milagro!...”.

Sobrevino el delirio más completo.

Mas, para el señor Grazio y para su hijo, el problema se presentaba ahora en cómo salir de entre aquella marea de gente; no podían dar un paso; se quedaron un gran rato a merced de la marea de la muchedumbre que les privaba de toda clase de movimientos.

Cuando el padre Pío contaba a lo largo de su vida este hecho, se reía y se impresionaba de tal forma que le saltaban las lágrimas.

Y el narrador que nos relata el caso, termina advirtiendo que aquel hecho era

“como el preanuncio de tantas cosas misteriosas como, al correr de los años, realizaría la omnipotencia divina por obra e intercesión del más ilustre de los hijos de Pietrelcina”.

Pero, en aquel momento, nadie se acordaba de Francisco Forgione, el futuro padre Pío, más que su padre; éste reprendía y hasta pegaba suavemente al pequeño porque él, con su retraso, fue la causa de que no hubieran salido a tiempo de la iglesia y de que no hubieran podido evitar aquel barullo en el que se encontraban.

Rosario en honor a la Sangre de Cristo


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Grupos de Oración del Santo Padre Pio
Rosario en honor a la Sangre de Cristo
(con textos originales de Padre Pio)

Enunciamos las Acciones de gracias e Intenciones

+Señal de la cruz

Pésame

PRIMER MISTERIO:

Es únicamente en virtud de tal nombre que nosotros podemos esperar la salvación, tal como los apóstoles lo declararon ante los judíos: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros lleguemos a salvarnos».
El Padre eterno quiso someterle a él todas las criaturas: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos».
Según el apóstol, y así es, Jesús es adorado en el cielo: a este nombre divino, los bienaventurados del cielo, impulsados por gratitud y amor, no cesan de repetir lo que el evangelista Juan vio en una de sus visiones: «Cantan – dice él – un cántico nuevo diciendo: Eres digno, oh Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y nos compraste para Dios con tu sangre».
Este nombre santísimo es venerado en la tierra, porque todas las gracias que pedimos en el nombre de Jesús, son plenamente concedidas por el Padre eterno: «Y todo lo que pidáis – nos dice el Maestro divino – en mi nombre al Padre, él lo hará».
Este nombre divino es venerado, quién lo podría creer, también en el infierno: porque ese nombre es el terror de los demonios, que por él se encuentran vencidos y abatidos: «En mi nombre expulsarán los demonios».
 (4 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 217)

Padre Nuestro, 10 Avemarias  y Gloria

Ave Marìa purìsima Sin pecado concebida
Santo Padre Pio                         Ruega por nosotros

 SEGUNDO MISTERIO

Lo que más me lastima, padre mío, es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón, antes de unirse a él por la mañana en el sacramento, se siente como atraído por una fuerza superior. Tengo tal hambre y tal sed antes de recibirlo que poco falta para que me muera de inquietud. Y precisamente porque no puedo menos de unirme a él, a veces, con fiebre, me siento obligado a ir a alimentarme de su cuerpo y de su sangre.
Y esta hambre y esta sed, en vez de quedar apagados después de haberlo recibido en el sacramento, aumentan cada vez más. Y cuando ya tengo en mí este sumo bien, entonces sí que la plenitud de la dulzura es de verdad tan grande que poco falta para no decirle a Jesús: basta, que casi ya no puedo más. Casi me olvido de que estoy en el mundo; la mente y el corazón no desean nada más; y, con frecuencia y por mucho tiempo, también de forma voluntaria, no puedo desear otras cosas.
Pero, a veces, al amor de dulzura viene a unirse también el de estar oprimido de tal modo por el dolor de mis pecados que me parece que voy a morir de pena. También aquí el demonio busca con frecuencia amargarme el corazón con los acostumbrados pensamientos que tanto hacen sufrir.
(29 de marzo de 1911, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 216)

Padre Nuestro, 10 Avemarias  y Gloria

Ave Marìa purìsima Sin pecado concebida
Santo Padre Pio                         Ruega por nosotros

TERCER MISTERIO

Medita el fiat de Jesús en el huerto; ¡cuánto le habría pesado para hacerle sudar y sudar sangre! Pronuncia tú también este fiat, tanto en las cosas prósperas como en las adversas; y no te inquietes ni te rompas la cabeza pensando en cómo lo pronuncias. Se sabe que en las cuestiones difíciles la naturaleza huye de la cruz, pero no por eso se puede decir que el alma no se ha sometido a la voluntad de Dios, cuando la vemos, a pesar de la fuerza que siente en contra, ponerla en práctica.
¿Quieres tener una prueba concreta de cómo la voluntad pronuncia su fiat? La virtud se conoce por su contrario. Puesta por el Señor en una prueba, sea ésta difícil o sencilla, dime: ¿te sientes movida a rebelarte contra Dios? O, mejor, pongamos como ejemplo lo imposible: intentas rebelarte. O, dime, ¿no te horrorizas ante el simple hecho de oír estas frases blasfemas? Pues bien, entre el sí y el no, no existe, no puede darse, nada intermedio.
Si tu voluntad huye de la rebelión, ten por seguro que está sometida, tácita o expresamente, a la voluntad de Dios, y, en consecuencia, también ella pronuncia a su modo su fiat.
(30 de enero de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 321

Padre Nuestro, 10 Avemarias  y Gloria

Ave Marìa purìsima Sin pecado concebida
Santo Padre Pio                         Ruega por nosotros

CUARTO MISTERIO

De ordinario, tu meditación gire sobre todo en torno a la vida, pasión y muerte, y también a la resurrección y ascensión de nuestro Señor Jesucristo. Podrías también meditar en su nacimiento, su huída y permanencia en Egipto, su regreso y su vida escondida en el taller de Nazaret hasta los treinta años, su humildad al hacerse bautizar por su precursor san Juan; podrías meditar en su vida pública, su dolorosísima pasión y muerte, la institución del santísimo sacramento, precisamente en aquella noche en que los hombres le estaban preparando los más atroces tormentos; podrías meditar del mismo modo en Jesús que ora en el huerto y que sudó sangre a la vista de los tormentos que le preparaban los hombres y de las ingratitudes de los hombres que no se habrían aprovechado de sus méritos; medita también en Jesús apresado y conducido a los tribunales, flagelado y coronado de espinas, en su camino por la cuesta del Calvario cargado con la cruz, en su crucifixión y, por fin, en su muerte en la cruz, entre un mar de angustias, a la vista de su afligidísima Madre.
 (8 de marzo de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 61)

Padre Nuestro, 10 Avemarias  y Gloria

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QUINTO MISTERIO

Era la mañana del 20 del pasado mes de septiembre, estando en el coro después de la celebración de la santa misa, cuando me sentí invadido por un reposo semejante a un dulce sueño. Todos los sentidos, internos y externos, y las mismas facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto reinaba un total silencio en torno a mí y dentro de mí; estando así, de pronto se hizo presente una gran paz y abandono a la completa privación de todo, aceptando la propia destrucción. Todo esto fue instantáneo, como un relámpago.
Y mientras acaecía todo esto, me vi delante de un misterioso personaje, semejante a aquél visto la tarde del 5 de agosto, con la sola diferencia de que en éste las manos y los pies y el costado manaban sangre.
Su vista me aterrorizó; lo que yo sentía en mí en aquel instante, me resulta imposible decírselo. Me sentía morir, y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener el corazón, que yo sentía que se me escapaba del pecho.
Se retira la vista del personaje y yo me vi con que manos, pies y costado estaban atravesados y manaban sangre. Imagine el desgarro que experimenté entonces y que voy experimentando continuamente casi todos los días.
La herida del corazón mana sangre continuamente, sobre todo del jueves por la tarde hasta el sábado. Padre mío, yo muero de dolor por el desgarramiento y la confusión subsiguiente que sufro en lo íntimo del alma. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi corazón y no retira de mí esta operación. ¿Me concederá esta gracia Jesús, que es tan bueno?
¿Me quitará, al menos, esta confusión que yo experimento por estos signos externos? Alzaré fuerte mi voz a él y no cesaré de conjurarle, para que por su misericordia retire de mí, no el desgarro, no el dolor, porque lo veo imposible y siento que él me quiere embriagar de dolor, sino estos signos externos, que son para mí de una confusión y de una humillación indescriptible e insostenible.
 (22 de octubre de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1092)

Padre Nuestro, 10 Avemarias  y Gloria

Ave Marìa purìsima Sin pecado concebida
Santo Padre Pio                         Ruega por nosotros


Rezamos por la intención del Papa Francisco para este mes...

Salve, 3 avemarías,  Gloria

Oración a san Miguel Arcángel pidiendo la protección de los grupos de oración de Padre Pio: sus sacerdotes guía , sus integrantes y equipos laicos.

Letanías a la Preciosísima Sangre de Cristo

-Señor,                                                 ten piedad de nosotros.
-Cristo,                                                ten piedad de nosotros.
-Señor,                                                 ten piedad de nosotros.
-Cristo, óyenos.
-Cristo, escúchanos.
-Dios Padre celestial,                          ten piedad de nosotros.
-Dios Hijo, Redentor del mundo,
-Dios Espíritu Santo,
-Santísima Trinidad, un solo Dios,

-Sangre de Cristo, el unigénito del Padre Eterno,                                      Sálvanos
-Sangre de Cristo, Verbo de Dios encarnado,
-Sangre de Cristo, del testamento nuevo y eterno,.
-Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra en la agonía,
-Sangre de Cristo, vertida copiosamente en la flagelación,
-Sangre de Cristo, brotada en la coronación de espinas,
-Sangre de Cristo, derramada en la cruz,
-Sangre de Cristo, prenda de nuestra salvación,
-Sangre de Cristo, necesaria para el perdón,
-Sangre de Cristo, bebida eucarística y refrigerio de las almas,
-Sangre de Cristo, manantial de misericordia,
- Sangre de Cristo, vencedora de los espíritus malignos,
-Sangre de Cristo, que das valor a los mártires,
-Sangre de Cristo, fortaleza de los confesores,
-Sangre de Cristo, inspiración de las vírgenes,
-Sangre de Cristo, socorro en el peligro,
-Sangre de Cristo, alivio de los afligidos,
-Sangre de Cristo, solaz en las penas,
-Sangre de Cristo, esperanza del penitente,
-Sangre de Cristo, consuelo del moribundo,
-Sangre de Cristo, paz y ternura para los corazones,
-Sangre de Cristo, promesa de vida eterna,
-Sangre de Cristo, que libras a las almas del purgatorio,
-Sangre de Cristo, acreedora de todo honor y gloria,

-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos Señor
-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor
-Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros

YO, TESTIGO DEL PADRE PÍO, de Fr. Modestino


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MI PRIMER ENCUENTRO CON EL PADRE

He nacido en Pietrelcina el 17 de abril de 1917 y, por ello, puedo definirme con orgullo, pero también con grande responsabilidad, paisano del Padre Pío.
Durante mis primeros veinte años de vida no he tenido nunca la oportunidad y el correspondiente gozo de conocer personalmente al Padre Pío, de quien había oído hablar siempre como de «nuestro santito».
Desde la infancia, yo había escuchado con particular atención la narración de hechos prodigiosos atribuidos al «fraile santo», contados de viva voz por mi madre quien además de coetánea del Padre, había sido vecina de la familia Forgione. Las respectivas casas estaban separadas por un pequeño callejón, de modo que ella había podido observar 1a reserva excepcional y el espíritu de oración de Francisco (nombre de bautismo del Padre Pío). Le había visto «siempre con el rosario en la mano».
También en el campo, las respectivas propiedades de las familias Fucci y Forgione confinaban la una con la otra. Mi madre contaba con frecuencia cómo de pequeño, el Padre Pío, en el pueblo, rehusaba tomar parte en los juegos de los demás muchachos y, en el campo, evitaba apacentar las ovejas junto a ella, que inocentemente ofrecía y pedía un poco de compañía.
Recordaba también cómo, joven sacerdote, se detenía a la puerta de nuestra casa donde de buena gana pasaba un rato to¬mando en brazos a mi hermano Antonio, recién nacido.
A las narraciones de mi madre se añadían las de mi padre, que hablaba de las virtudes y de los dones del Padre Pío cuan¬do, al caer la tarde y terminado el trabajo en el campo, se dedicaba conmigo al cuidado de nuestro pequeño rebaño.
En la escuela nocturna donde yo estudiaba, tuve la fortuna de tener el mismo maestro del Padre Pío, Angelo Cáccavo, quien con frecuencia atraía nuestra atención con referencias a hechos que se referían a la figura de su extraordinario alumno de otros tiempos.
En el pueblo todos hablaban del Padre Pío con una admiración tal, que inevitablemente nacía en mí el deseo ardiente de encontrar por fin al «fraile santo».
Tuve esta gracia en el año 1940, con ocasión de mi llamada al servicio militar. Era el 20 de noviembre y, antes de alistarme, junto con mi madre decidimos ir a San Giovanni Rotondo para pedir su bendición y encomendarnos a sus oraciones.
En Benevento tomamos el tren que nos llevó a Foggia. Al atardecer conseguimos encontrar puesto en un viejo autobús y llegamos a San Giovanni Rotondo cuando el Padre Pío había terminado ya la función vespertina.
Pasamos la noche en una pensión contigua al convento y, al día siguiente, ansiosos de oír «su» misa, fuimos los primeros en llegar a la iglesia.
Ocupé un buen puesto cerca del altar y, apenas vi al Padre, tuve la impresión de que delante de mí pasaba otro Cristo cargado con la cruz, camino del Calvario.
Lo que produjo en mi ánimo una profunda turbación y una conmoción indescriptible fue ver al Padre Pío llorar y sollozar de modo convulso. Había yo oído muchas misas, pero nunca me había sucedido ver llorar a un sacerdote mientras celebraba.
Después de la misa, la confesión. Mi madre, acercándose al confesionario, dijo con desenvoltura: «¡Padre mío, qué lejos te han mandado! Para venir a encontrarte hace falta mucho tiempo». Y el Padre Pío, son¬riendo, respondió: "¡Eh, que tampoco es que tengas que atravesar el mar!».
Animado por aquel intercambio de expresiones confidenciales, esperé mi turno y me arrodillé delante de él para confesarme.
Después de confesar mis pecados, el Padre me fulminó con una mirada que no olvidaré jamás y con un: «¡Eh, muchacho, vete por el camino recto!». Después me dio la absolución.
En aquellas palabras, más que una amonestación, había todo un programa de vida que, desde aquel día, he conseguido comprender cada vez más claramente.
El Padre me había conquistado, pero, sobre todo, había conquistado mi corazón.

Oración a la Sangre de Cristo


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Omnipotente Dios, a quien Jesucristo nos enseñó a llamar Padre, cúbrenos con la Sangre de tu Hijo.

Nos proteja su Sangre para que ninguno de nosotros sea engañado, equivoque sus caminos, se deje amedrentar, ni elija el mal. Amén.
Nos proteja la Sangre de Cristo para que entendamos a cada momento lo que conviene realizar, sabiendo distinguir lo bueno de lo malo.
Nos proteja la Sangre de Cristo para que realicemos con fidelidad la misión que el Señor nos ha encomendado, y lo hagamos con alegría y amor,  sin retrasos ni errores.
Nos proteja la Sangre de Cristo, y sane las heridas de nuestra convivencia, componga lo roto, arregle lo que parece imposible de arreglar, y fortalezca todo lo bueno que haya en común.
Nos proteja la Sangre de Cristo para que establezcamos relaciones con los demás, que sean sanas, basadas en valores gratos a Dios, y que nos ayuden a crecer en el bien.
Nos proteja la Sangre de Cristo para que vivamos con santa integridad. Con armonía moral, física, mental, y espiritual.
Nos proteja la Sangre de Cristo contra el mal y la destrucción. Para que nuestras casas y lugares de trabajo sean habitados por la paz, el cariño, y el respeto, encontrando en ellos refugio, fuerza, y esperanza.
La Sangre de Cristo cubra nuestros alimentos, a nuestros animales, y a nuestros viajes y traslados, protegiendo de accidentes, incidentes, y daños.
La Sangre de Cristo proteja nuestras labores y finanzas, de modo que estén cubiertas nuestras necesidades básicas.
Nos proteja la Sangre de Cristo contra todo daño, peligro, engaño, descuido, trampa, maldad, maleficio, o acción demoníaca.
La Sangre de Cristo nos defienda, nos limpie, repare los efectos de nuestros pecados o el de los demás, haga de manto sobre nosotros, los nuestros, y lo nuestro, de modo que su Amor impida  los ataques, la destrucción, y la suciedad, proveniente de los espíritus malignos.
La Sangre de Cristo nos cubra haciéndonos invisibles e inaudibles a los demonios.

Socorre Señor nuestras almas que redimiste con tu Sangre Preciosa.
Gloria a la Sangre de Jesús, ahora y por siempre.

                                                                                                     Padre Gustavo Seivane