Un hombre de Dios al servicio de los hombres

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Carta del 24 de diciembre de 1918, a Antonieta Vona – Ep. III, p. 881


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Jesús Niño reine siempre en tu corazón y establezca y consolide su reino cada vez más dentro de ti. Éstos y otros semejantes son los deseos que en estos días he presentado en tu favor al Niño de Belén.
Nuestro Señor te ama, hija mía, y te ama tiernamente; y, si él no siempre te permite experimentar la dulzura de su amor, lo hace para conseguir que seas más humilde y despreciable a tus ojos. Pero no dejes por eso de recurrir con toda confianza a su santa benignidad, especialmente en el tiempo en que lo representamos como era, pequeño niño de Belén; porque, hija mía, ¿con qué otra finalidad toma él esta dulce y amable condición de niño si no es la de estimularnos a amarlo confiadamente y a entregarnos amorosamente a él?

El papel materno de María en la misión sacerdotal del Padre Pío (2)


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El papel materno de María en la misión sacerdotal del Padre Pío puede recogerse en estos títulos: vínculo de unión con el Hijo Jesús; asistencia durante la celebración de la santa Misa; ayuda y apoyo en su ministerio en favor de los hermanos. Nos fijamos brevemente en cada uno de estos puntos.
Vínculo de unión con el Hijo Jesús.
El primer oficio materno de María en relación al Padre Pío ha sido el de unirlo al Hijo Jesús. El Padre Pío realizó de forma perfecta el dicho de los teólogos: «A Jesús por María» o bien «Por María a Jesús». Así expresa el Santo de Pietrelcina esta maravillosa realidad espiritual.
Pietrelcina, 6 mayo 1913: «Esta querida Madrecita continúa ofreciéndome con sumo empeño sus cuidados maternos, de modo especial en este mes. Sus atenciones para conmigo rayan lo inimaginable... ¿Qué he hecho yo para merecer tanta generosidad?¿Mi conducta no ha sido acaso una negación continua, no digo de su Hijo, sino del mismo nombre de cristiano? Y sin  embargo, esta tiernísima Madre, en su inmensa misericordia, sabiduría y bondad, ha querido castigarme de una forma tan excelsa como la de derramar tantas y tan grandes gracias en mi corazón. Por tanta ternura mi corazón se siente «quemarse sin fuego»: «Cuando me hallo en su presencia y en la de Jesús... me siento abrasándome del todo sin fuego; me siento abrazado y unido a su Hijo por medio de esta Madre, sin ver siquiera las cadenas que tan estrechamente me atan; mil llamas me consumen; me siento en una muerte continua aun permaneciendo vivo».
Y continúa: «En ciertos momentos es tal el fuego que me devora aquí dentro que busco con todas mis fuerzas alejarme de ellos, para ir en busca de agua fría en la que arrojarme; pero... me doy cuenta en seguida de lo infeliz que soy porque, entonces más que en otras ocasiones, siento que no soy libre; las cadenas, que mis ojos no ven, siento que me tienen atado y muy atado a Jesús y a su querida Madre; y es en esos momentos cuando, las más de las veces, me pueden los arrebatos...; estoy tentado de gritarles a la cara y llamarlos cruel al Hijo y tirana a la Madre... He aquí descrito débilmente lo que me sucede cuando estoy con Jesús y con María» (Epist. I,356-357).

Asistencia durante la santa Misa
Desde el 10 de agosto de 1910, el joven sacerdote capuchino fue acompañado al altar por María para la celebración de la santa Misa. El 1 de mayo de 1912 ya le confiaba esto al Padre Agustín: «Pobre Madrecita, ¡cuánto me quiere! Lo he constatado una vez más al comienzo de este hermoso mes. Con cuánto mimo me ha acompañado al altar esta mañana. Me parecía que no tuviera ninguna otra cosa en qué pensar sino sólo en llenarme del todo el corazón de santos afectos» (Epist. I,276).
Pero este hecho no fue un acto aislado, que ocurrió únicamente el 1 de mayo de 1912; se repitió en todas las santas Misas celebradas por el primer sacerdote estigmatizado.
Tenemos el testimonio de Cleonice Morcaldi de que el venerado Padre, en cierta ocasión, le hizo esta confidencia: En el altar, junto a él, mientras celebraba la santa Misa, estaba permanentemente la Virgen Dolorosa. Ésta es la razón por la que un día, a la misma Cleonice Morcaldi, que le preguntaba cómo tenía que asistir a su Misa, el Padre le respondió: «Como asistieron la Virgen Dolorosa y las piadosas mujeres».
Asistencia durante el ministerio de las confesiones
Pero la Virgen no estaba presente sólo en la celebración de la santa Misa del primer sacerdote estigmatizado, sino también cuando ejercía el ministerio de las confesiones.
Fr. Tarsicio de Cervinara nos ha dejado este testimonio: «Durante los exorcismos, entre las muchas cosas que pregunté al demonio, quise saber por qué el Padre trataba con severidad a tantas almas en el confesonario. Oigo que me dice: “El Padre Pío trata a cada alma como Dios quiere. A los lados del confesonario están siempre para asistirlo la Virgen y San Francisco, y el Padre Pío hace y dice sólo lo que éstos le sugieren”. El asunto me impresionó. Quise hablarlo con el interesado: “Padre, se lo pido en nombre de Dios y la respuesta debe dármela para mi tranquilidad: ¿Es verdad que en el confesonario está asistido por la Virgen y por san Francisco, y que en relación a las almas hace y dice todo y sólo lo que le viene sugerido por la Virgen Santísima y por el Seráfico Padre?”. “Hijo mío, si no estuvieran estos dos conmigo, ¿qué conseguiría hacer yo?”, oigo que me responde el Padre, con la cabeza inclinada y después de unos instantes de vacilación».
Las obras sociales
El Padre Pío también confío a la Virgen sus obras sociales: los Grupos de oración y la Casa Alivio del Sufrimiento. El 10 de agosto de 1960, con ocasión del 50º aniversario de su sacerdocio, escribió en la estampa recordatorio: «Oh María, salud de los enfermos, ayuda, protege y haz florecer mi pobre Obra, que es tuya, la Casa Alivio del Sufrimiento, para gloria de Dios y bien espiritual y material de los que sufren en el alma y en el cuerpo».
Después del paréntesis de Venafro (año 1911), que estuvo iluminado por la sonrisa de María, la Madre celeste continuó impetrando gracias y más gracias para el humilde Hermano de Pietrelcina. Escuchamos una vez más el testimonio del querido Padre. Pietrelcina, 2 junio 1912: «Nuestro común enemigo continúa haciéndome la guerra y hasta el momento no ha dado prueba alguna de querer retirarse o de darse por vencido. Me quiere perder a toda costa... Pero estoy muy agradecido a nuestra común madre María al rechazar estas asechanzas del enemigo. Dé gracias también usted a esta buena Madre por todas estas gracias especialísimas, que en todo momento va impetrando para mí» (Epist. I,224).
La Virgen en verdad se le mostraba Madre. El Padre escribe desde Pietrelcina el 1 de mayo de 1912: «¡Cuántas veces he confiado a esta Madre las dolorosas inquietudes de mi corazón turbado y cuántas veces me ha consolado!... En los momentos de mayor sufrimiento, me parece no tener madre en la tierra, pero sí tener una, y muy piadosa, en el cielo» (Epist. I,276).
Para corresponder a tanta generosidad maternal, el Padre Pío escribe con decisión: «Quisiera tener una voz tan fuerte que fuera capaz de invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen». «Quisiera volar para invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María»  (Epist. I,277,357).
Convencido de esta poderosa protección materna, el Padre Pío espera con confianza la victoria: «El enemigo... es poderosísimo. La fuerza de Satanás, que me combate, es terrible, pero viva Dios que ha puesto mi salud y el éxito de mi victoria final en las manos de nuestra Madre celeste. Protegido y guiado por Madre tan tierna, permaneceré en la lucha hasta que Dios lo quiera, convencido y lleno de confianza en esta Madre de no sucumbir jamás» (Epist. I,576).
A pesar de todo lo dicho, se dio un rechazo por parte de la Virgen: negó al Padre Pío una gracia (quizás la de poder regresar definitivamente al convento) que éste se la pidió para obedecer al padre Agustín. En una carta del 1 de mayo de 1912, el Padre Pío había expuesto las dos gracias que esperaba conseguir en el mes de mayo: la primera, la de morir u obtener que «todos los consuelos de la tierra» le fuesen cambiados en «amarguras» a cambio de no volver a ver nunca más «aquellos rostros siniestros» de los demonios; la segunda (no la manifiesta pero da a entender que es conocida por el Padre Agustín), la de regresar definitivamente al convento. Esta segunda gracia no fue concedida. Peor aún, la Virgen tomó una actitud que hizo sufrir al pobre hijo no escuchado. No lo creeríamos si no fuese el mismo Padre Pío el que nos lo dice. El 18 de mayo de 1913, desde Pietrelcina, informaba al padre Agustín: «Al recibir su última carta quise poner ante la Virgen la gracia que usted repetidas veces me ha mandado que le pida... El efecto esperado no se ha conseguido, porque esta Madre santa montó en cólera por el atrevimiento que tuve de pedirle de nuevo la citada gracia, que ya me había prohibido severamente que se la pidiera. Esta involuntaria desobediencia me la ha hecho pagar a muy caro precio. Desde aquel día se alejó de mí llevándose consigo a todos los otros personajes celestes... Desde aquel día, se entabló una guerra durísima con estos feroces cosacos. Intentaban hacerme creer que al fin había sido rechazado por Dios. ¡Y quién no lo hubiese creído si se tiene en cuenta el modo demasiado descomedido con que fui alejado de Jesús y de María!».
A pesar de todo esto - y aquí aparecen la confianza y el atrevimiento filial del Padre Pío en relación a la Virgen -  en esta «inmensa angustia» y después de haber llorado por mucho tiempo, el Padre Pío confiesa: «Apenas tuve el atrevimiento de elevar a la Consoladora de los afligidos esta súplica: “Madre de misericordia, ¡ten piedad de mí! Tendrías que comprender, Madre mía querida, que, si lo hice, fue únicamente para obedecer”. Apenas había terminado de elevar al cielo esta breve súplica, que me había nacido del fondo del corazón, mi corazón ya saltaba de gozo... El hielo se había roto; la Consoladora de los afligidos estaba allí junto al Hijo; pero ¡qué terror provocaban sus severos rostros! Me hicieron un buen lavado de cerebro y me reiteraron su prohibición. “No te preocupes por las muchas extravagancias que los demás piensen de ti; nosotros nos hemos hecho cargo de defenderte”» (Epist. I,360-362).
«Estas pinceladas autobiográficas, tomadas del epistolario a sus directores espirituales, encuadran y explican una rica devoción mariana, que se puede resumir así: ternuras por ternuras».
Estas ternuras continuaron en el siguiente mes de julio de 1913, cuando el alma del Padre Pío experimentó el gozo de una visión maravillosa. Él mismo la describe así: «El domingo por la mañana, después de la celebración de la santa Misa, esto es lo que me aconteció: De repente mi espíritu se sintió trasportado por una fuerza superior a una estancia amplísima, iluminada por una luz vivísima. En un trono alto, tachonado de piedras preciosas, vi sentada una mujer de rara belleza; era la Virgen santísima; guardaba en su regazo al Niño, que tenía un porte majestuoso, un rostro espléndido y más luminoso que el sol. A su alrededor había una gran multitud de ángeles de formas muy resplandecientes» (Epist. I,388).
Fue para agradecer a la Virgen esta maravillosa visión que el Padre Pío, ese mismo día, pidiera y obtuviera permiso para abstenerse de comer fruta los miércoles, en honor de la Virgen. Después de esta visión, en el primer volumen del epistolario del Padre Pío, sólo encontramos otra referencia a la Virgen. La que se refiere a la Virgen Dolorosa, en una carta al padre Agustín del 1 de julio de 1915: «La Virgen Dolorosa nos alcance de su santísimo Hijo la gracia de comprender cada vez más el misterio de la cruz y de embriagarnos con ella en los padecimientos de Jesús. La mayor prueba de amor es sufrir por el amado; y, después que el Hijo de Dios padeció tantos sufrimientos por puro amor, no queda duda alguna de que la cruz, llevada por amor a él, se ha convertido en amable como el amor.
La santísima Virgen nos obtenga el amor a la cruz, a los sufrimientos, a los dolores, y ella, que fue la primera en practicar el Evangelio en toda su perfección, en todas sus exigencias, incluso antes de que fuera escrito, nos obtenga también a nosotros, y ella misma nos lo dé, el empuje de acercarnos a ella sin titubeos.
Esforcémonos también nosotros, como tantas almas elegidas, por seguir a esta bendita Madre, por caminar siempre a su lado, ya que no existe otro camino que nos conduzca a la vida fuera del que siguió nuestra Madre: no abandonemos este camino nosotros que queremos llegar a la meta.
Unámonos día a día a tan querida Madre, salgamos con ella al encuentro de Jesús fuera de Jerusalén, símbolo y figura de la obstinación de los judíos, del mundo que rechaza y reniega de Jesucristo; mundo del que Jesucristo declaró que se había separado pues dijo: “Yo no soy del mundo”, y que excluyó de su oración al Padre: “No pido por el mundo”» (Epist. I,602).
Después de este texto, no tenemos otras referencias a la Virgen en el primer volumen del epistolario del Padre Pío. Para encontrar un nuevo texto, tenemos que tomar en las manos el breve Diario escrito por el Padre Pío en los meses de julio-agosto de1929.
En estos meses, el Padre Pío estaba particularmente angustiado por las dificultades que el Vicario de Cristo encontraba al gobernar la Iglesia. La mañana del 15 de agosto de aquel año, fiesta de la Asunción de María santísima al cielo, estaba terriblemente probado en el cuerpo y en el espíritu. En aquellas condiciones fue a celebrar la Misa. Pero dejémosle la palabra: «Esta mañana he subido al altar, aunque no sé cómo. Dolores físicos y penas interiores luchaban a porfía a ver quién lograba martirizar más todo mi pobre ser... A medida que me iba acercando al momento de consumir las Sacratísimas Especies, este lastimoso estado se intensificaba más y más. Me sentía morir. Una tristeza mortal me invadía completamente, y ya creía que todo había terminado para mí: la vida de este tierra y la vida eterna... En el momento de consumir la Sagrada Especie de la Hostia Santa, una inesperada luz invadió totalmente mi interior y vi claramente a la Madre del cielo con el Hijo Niño en los brazos, que me decían al unísono: “¡Tranquilízate! Estamos contigo, tú nos perteneces y nosotros somos tuyos”. Dicho esto, ya no vi nada más... Durante todo el día me he sentido sumergido en un océano de dulzura y de amor indescriptible» (Epist. IV,1024).
Una vez más María se mostraba madre y mediadora de todas las gracias. El hecho de que, después de la referencia a la Virgen Dolorosa, no haya otras referencias a la Virgen María en el primer volumen del Epistolario del Padre Pío, me lleva a formular esta observación:
Al presentar la figura de María, el venerado Padre sigue la línea trazada en los Evangelios. Éstos siguen esta trayectoria: la Madre, en los relatos de la infancia; la Mediadora de todas las gracias, en las bodas de Caná; la Dolorosa, en el Calvario, a los pies de la cruz. Y es la línea que siguió San Pío de Pietrelcina en el primer volumen de su Epistolario.

Fuente: La presencia de Marìa Santìsima en la vida de Padre Pio de Fr. Gerardo di Flumeri

Mes de Diciembre


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1  No te importe perder, hijo mío, deja que publiquen lo que quieran. Temo el juicio de Dios y no el de los hombres. Que lo único que nos asuste sea el pecado, porque ofende a Dios y nos deshonra (AP).

2  La bondad divina no sólo no rechaza a las almas arrepentidas, sino que va también en busca de las contumaces (CE, 11).

3  Cuando os veáis despreciados, haced como el martín pescador que construye su nido en los mástiles de las naves; es decir, levantaos de la tierra, elevaos con el pensamiento y con el corazón hacia Dios, que es el único que os puede consolar y daros fuerza para sobrellevar santamente la prueba (VVN, 48).

4  Tu reino no está lejos y tú haces participar de tu triunfo en la tierra para después hacer partícipes de tu reino en el cielo. Haz que, al no poder dar cabida a la comunicación de tu amor, prediquemos con el ejemplo y con las obras tu divina realeza. Toma posesión de nuestros corazones en el tiempo para poseerlos en la eternidad. Que nunca nos retiremos de debajo de tu cetro, y ni la vida ni la muerte consigan separarnos de ti. Que nuestra vida sea una vida bebida a grandes sorbos de amor en ti para expandirla sobre la humanidad y que nos haga morir en cada momento para vivir sólo de ti y derramarte en nuestros corazones (Epist.IV, p.888).

5  Hagamos el bien mientras disponemos del tiempo, y daremos gloria a nuestro Padre del cielo, nos santificaremos a nosotros mismos, y daremos buen ejemplo a los demás (Epist.III, p.397).

6  Cuando no consigas avanzar a grandes pasos por el camino que conduce a Dios, conténtate con dar pequeños pasos y espera pacientemente a tener piernas para correr, o mejor alas para volar. Confórmate, hija mía, con ser por el momento una pequeña abeja en la colmena, que muy pronto llegará a ser una gran abeja capaz de fabricar la miel (Epist.III, p.432).

7  Humillaos amorosamente delante de Dios y de los hombres porque Dios habla a quien tiene las orejas abiertas hacia el suelo. Ama el silencio, porque en el mucho hablar hay siempre algo de culpa. Manténte en el retiro cuanto te sea posible, porque en el retiro el Señor habla al alma libremente y el alma está en mejor situación para escuchar su voz. Reduce tus visitas y sopórtalas cristianamente cuando te las hagan a ti (Epist.III, p.432).

8  A Dios se le sirve únicamente cuando se le sirve como él quiere (CE, 19).

9  En resumen, no filosoféis sobre vuestros defectos y tampoco repliquéis; continuad vuestro camino sin rodeos. No. Dios no puede abandonaros cuando vosotros, por no perderlo, permanecéis firmes en vuestras decisiones. Que el mundo se destruya, que todo esté en tinieblas, en humo, en confusión..., pero Dios está con nosotros. ¿De qué, pues, vamos a tener miedo? Si Dios habita en las tinieblas y sobre el monte Sinaí, entre relámpagos y truenos, ¿no debemos estar contentos sabiendo que estamos cerca de él? (Epist.III, p.580).

10  Agradece y besa dulcemente la mano de Dios que te pega; es siempre la mano de un padre que te pega porque te quiere bien (CE, 25).

11  El miedo cerval es un mal peor que el mismo mal (CE, 33).

12  El dudar es el mayor insulto a la divinidad (CE, 35).

13  Por medio de las pruebas Dios une a sí a las almas que ama (ASN, 44).

14  Quien se apega a la tierra queda apegado a ella. Es mejor despegarse poco a poco que hacerlo de golpe. Pensemos siempre en el cielo (CE, 64).

15  Tener miedo de perderte entre los brazos de la divina bondad es algo más extraño que el temor del niño estrechado entre los brazos de su madre (Epist.III, p.638).

16  ¡Animo!, mi querida hija; tienes que cultivar atentamente ese corazón bien formado y no ahorrar nada que le pueda ser útil para su felicidad. Y si es cierto que esto puede y debe hacerse en toda estación, es decir, en toda edad. La edad que tú tienes es la más apropiada (Epist.III, p.418).

17  En sus lecturas, hay poco que admirar y casi nada que edifique. Os es necesario del todo que, a esas lecturas, añada la de los libros santos (= Sagrada Escritura), tan recomendada por todos los santos padres. Y yo, a quien me apremia tanto su perfección, no puedo eximirle de estas lecturas espirituales. Conviene (si quiere obtener de tales lecturas tan inesperado fruto) que deponga sus prejuicios sobre el estilo y la forma con que se presentan estos libros. Esfuércese por cumplir esto y encomiéndelo al Señor. En todo esto se oculta un grave engaño y yo no se lo puedo ocultar (Epist.II, p.141s.).

18  Todas las fiestas de la Iglesia son bellas... La Pascua, sí, es la glorificación..., pero la Navidad tiene una ternura, una dulzura infantil, que me conquista por entero el corazón (GdR, 75).

19  Tus ternuras conquistan mi corazón y quedo aprisionado por tu amor, Niño celestial. Deja que al contacto con tu fuego, mi alma se derrita por amor, y que tu fuego me consuma, me abrase, me convierta en cenizas aquí a tus pies y permanezca derretido por amor y glorifique tu bondad y tu caridad (Epist.IV, p.871s.).

20  Pobreza, humildad, bajeza, desprecio, rodean al Verbo hecho carne; pero nosotros, en la obscuridad en la que está envuelto este Verbo hecho carne, comprendemos una cosa, oímos una voz, entrevemos una sublime verdad. Todo esto lo has hecho por amor, y no nos invitas más que al amor, no nos hablas más que de amor, no nos das más que pruebas de amor (Epist.IV, p.866s.).

21  Madre mía María, condúceme contigo a la gruta de Belén y concédeme abismarme en la contemplación de lo que, por ser tan grande y sublime, es para desentrañarlo en el silencio de esta grande y bella noche (Epist.IV, p.868).

22  Jesús Niño sea la estrella que te guíe a través del desierto de esta vida (AP).

23  La fe también nos guía a nosotros. Y nosotros, detrás de su luz, seguimos seguros el camino que nos conduce a Dios, a su patria; como los santos magos, que, guiados por la estrella, símbolo de la fe, llegaron al lugar deseado (Epist.IV, p.886).

24  Tu entusiasmo no sea amargo ni puntilloso, sino libre de todo defecto; que sea dulce, benigno, gracioso, pacífico y animoso. ¡Ah!, mi buena hija, ¿quién no ve en el querido y pequeño Niño de Belén, a cuya venida nos estamos preparando, quién no ve, digo, que su amor por las almas no tiene parangón? El viene a morir para salvar, y es tan humilde, tan dulce, tan amable (Epist.III, p.465s.).

25  Vive alegre y animosa, al menos en las facultades superiores del alma, en medio de las pruebas en las que el Señor te pone. Vive alegre y animosa, repito, porque el ángel, que preconiza el nacimiento de nuestro pequeño Salvador y Señor, anuncia cantando y canta anunciando que él promulga alegría, paz y felicidad, a los hombres de buena voluntad, para que no haya nadie que ignore que, para recibir a este Niño, basta ser de buena voluntad (Epist.III, p.466).

26  Jesús desde su nacimiento nos indica nuestra misión, que es la de despreciar lo que el mundo ama y busca (Epist.IV, p.867).

27  Jesús llama a los pobres y sencillos pastores por medio de los ángeles para manifestarse a ellos. Llama a los sabios por medio de su misma ciencia. Y todos, movidos por la fuerza interna de su gracia, corren hacia él para adorarlo. Nos llama a todos nosotros con divinas inspiraciones y se nos comunica a nosotros con su gracia. ¿Cuántas veces nos ha invitado amorosamente también a nosotros? Y nosotros ¿con qué prontitud le hemos correspondido? Dios mío, me ruborizo y me lleno de confusión al tener que responder a esta pregunta (Epist.IV, p.883s.).

28  Los mundanos, enfrascados en sus negocios, viven en la obscuridad y en el error, y no se preocupan de conocer las cosas de Dios, ni piensan en su salvación eterna, ni tienen prisa alguna por conocer la venida de aquel Mesías esperado y suspirado por las naciones, profetizado y anunciado por los profetas (Epist.IV, p.885).

29  Cuando llegue nuestra última hora y cesen los latidos de nuestro corazón, todo habrá terminado para nosotros y también el tiempo de merecer y de desmerecer. Tal como nos encuentre la muerte, nos presentaremos a Cristo juez. Nuestros gritos de súplica, nuestras lágrimas, nuestros suspiros de arrepentimiento, que, todavía en la tierra, nos habrían ganado el corazón de Dios y con la ayuda de los sacramentos nos habrían podido cambiar de pecadores en santos, en ese momento ya no sirven para nada; el tiempo de la misericordia ha terminado y comienza el tiempo de la justicia (Epist.IV, p.876).

30  Es difícil hacerse santos. Difícil pero no imposible. El camino de la perfección es largo, como es larga la vida de cada uno. El consuelo es el descanso en el camino; pero, apenas recuperados, hay que levantarse con rapidez y reemprender la carrera (AP).

31 La palma de la gloria está reservada para el que combate con valentía hasta el fin. Comencemos, pues, este año, nuestro santo combate. Dios nos asistirá y nos coronará con un triunfo eterno (Epist.IV, p.879).

LA PRESENCIA MATERNA DE MARÍA EN LA VIDA DEL PADRE PÍO (1)


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El Padre Pío estaba plenamente convencido de que la Virgen María es ante todo la Madre: Madre de Jesús y Madre espiritual nuestra.
El  de julio de 1916 escribía a Josefina Morgera:
«Acuérdese de que en el cielo tiene no sólo un Padre sino también una Madre. Sí, mi querida hija, acordémonos del don que estos nuestros progenitores celestiales nos han hecho y que con tan precioso don nos han unido y, en cierto sentido, han puesto a nuestra disposición las riquezas de su amor y de su bondad, en el orden de la gracia.
Los encontramos siempre dispuestos a escucharnos, siempre atentos para defendernos, siempre cercanos para acogernos, siempre benévolos para ayudarnos. Encomendemos, pues, a su ternura nuestras almas, nuestras angustias y nuestro destino. Abandonémonos con total confianza en su amor; a los disgustos que quizás les hagamos dado no añadamos también este otro, el más doloroso para su corazón, de desconfiar de su misericordia y de su protección.
Y si nuestra miseria nos atemoriza, si nuestra ingratitud para con Dios nos asusta, si el recuerdo de nuestras culpas nos aleja de presentarnos ante Dios nuestro Padre, recurramos entonces a nuestra madre María. Ella es para nosotros todo dulzura, todo misericordia, todo bondad, todo ternura, porque es nuestra Madre. Subamos, subamos con ella hasta el trono de Dios y hagamos valer ante Él la maternidad de María. Insistamos en los momentos más difíciles de la lucha para que salve al hijo ingrato de su esclava, de Aquella que, en el momento solemne de convertirse en la Madre de Dios hecho hombre, se llamó a sí misma la esclava del Señor: «Ecce ancilla Domini». Esta Madre amantísima sabrá también apoyar nuestras súplicas, hacer convincentes nuestros argumentos, transformar en gratos nuestros ruegos y hacernos experimentar que nuestra Madre no es menos tierna ni menos generosa en el cielo de lo que, bien a su costa, fue en el Calvario en el momento, el más solemne para Ella, en el que nos engendró a todos con su amor»

Fr. Gerardo di Flumeri

Mes de Noviembre


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1  El deber es antes que cualquier otra cosa, aunque sea santa (CE, 60).

2  Hijos míos, estar así, sin poder cumplir mi propio deber, es inútil; es mejor que me muera (T, 96).

3  Un día uno de sus hijos espirituales le preguntó: Padre, ¿cómo puedo crecer en el amor?
Respuesta: cumpliendo con exactitud y con recta intención las propias obligaciones, guardando la ley del Señor. Si haces esto con constancia y perseverancia, crecerás en el amor (LdP, 91).

4  Hija mía, para tender a la perfección es necesario poner el máximo interés en actuar en todo para agradar a Dios y en buscar evitar hasta los más pequeños defectos; cumplir los deberes propios y hacer todo lo demás con más generosidad (FSP, 79).

5  En todas las cosas y siempre, más rectitud de intención, más exactitud, más puntualidad, más generosidad en el servicio del Señor, y entonces serás como el Señor quiere que seas (GB, 48).

6  Reflexiona sobre lo que escribes, porque el Señor te pedirá cuentas de ello. ¡Estáte atento, periodista! El Señor te conceda las satisfacciones que deseas por tu profesión (CT, 177).

7  También vosotros, los médicos, habéis venido al mundo, al igual que yo, con una misión que cumplir. Escuchad con atención: Yo os hablo de obligaciones en un momento en que todos hablan de derechos. Tenéis la misión de curar al enfermo; pero si no lleváis amor al lecho del enfermo, no creo que las medicinas sirvan de mucho... El amor no os puede hacer prescindir de la palabra. ¿Cómo podríais manifestarlo si no es con palabras que consuelen espiritualmente al enfermo? Ser portadores de Dios para los enfermos; eso será más útil que cualquier otro cuidado (LCS,5-V-58, p.28).

8  Sed como pequeñas abejas espirituales, que no tienen en sus colmenas más que miel y cera. Que vuestra casa, gracias a vuestra conversación, esté llena de dulzura, de paz, de concordia, de humildad y de piedad (Epist.III, p.563).

9  Emplead cristianamente vuestro dinero y vuestros ahorros, y desaparecerá tanta miseria; y tantos cuerpos que sufren y tantos seres afligidos encontrarán consuelo y alivio (CE, 61).

10  No sólo no tengo que repetirte que, al marcharte de Casacalenda, devuelvas la visita a tus conocidas, sino que lo considero una gravísima obligación. La piedad es útil para todo y se adapta a todo según las circunstancias, menos a lo que sea pecado. Devuelve las visitas y tendrás también el premio de la obediencia y la bendición del Señor (Epist.III, p.427).

11  Yo deseo que todas las estaciones del año se encuentren en vuestras almas; que a veces experimentéis el invierno de muchas esterilidades, distracciones, desganas y aburrimientos; otras, los rocíos del mes de mayo con el perfume de las santas florecillas; entre los calores, el deseo de agradar a nuestro divino Esposo. No queda, pues, más que el otoño, en el que no veis grandes frutos; pero sucede con mucha frecuencia que, a la hora de trillar los cereales y de pisar las uvas, uno se encuentra con cosechas mucho mayores que las que prometían las siegas y las vendimias. Vosotros querrías que todo sucediese en primavera y en verano; pero no, mis queridísimas hijas, es necesario que existan también estas vicisitudes tanto en el interior como en el exterior. En el cielo todo será primavera en cuanto a la belleza, todo será otoño en el gozo, todo será verano en el amor. No habrá ningún invierno; pero aquí el invierno es necesario para ejercitarse en la abnegación y en las mil virtudes, pequeñas pero bellas, que se practican en tiempos de esterilidad (Epist.III, p.587s.).

12  Os lo suplico, mis queridas hijas, por el amor de Dios: no tengáis miedo a Dios porque él no quiere haceros mal alguno; amadlo mucho porque os quiere hacer un gran bien. Caminad sencillamente con la seguridad de que acertáis en vuestras decisiones, y rechazad como crueles tentaciones esas reflexiones espirituales que hacéis de vuestros males (Epist.III, p.569).

13  Entregaos totalmente, mis amadísimas hijas, en las manos de nuestro Señor, ofreciéndole los años que os restan de vida y rogadle siempre que los emplee y se sirva de ellos en aquella forma de vida que más le agrade. No inquietéis vuestro corazón con vanas promesas de sosiego, de agrado y de méritos, sino presentad a vuestro divino Esposo vuestros corazones totalmente vacíos de todo otro afecto que no sea su casto amor, y pedidle que lo llene, limpia y sencillamente, de los impulsos, deseos y voluntad que sean de su agrado, para que vuestro corazón, como una madreperla, no conciba más que con el rocío del cielo y no con el agua del mundo; y veréis que Dios os ayudará y que haréis mucho, tanto al elegir como al actuar (Epist.III, p.569).

14  El Señor os bendiga y os haga menos pesado el yugo de la familia. Sed siempre buenos. Recordad que el matrimonio comporta obligaciones difíciles que sólo la gracia de Dios pude hacerlas fáciles. Mereced siempre esta gracia y que el Señor os conserve hasta la tercera y cuarta generación (AD, 169).

15  En la familia sé alma de convicciones profundas, y sonríe en la abnegación y en la inmolación constante de toda tu persona (ASN, 43).

16  La abnegación más importante es la que se practica en el hogar doméstico (FM, 167).

17  Nada más repelente en una mujer, sobre todo si es esposa, que ser ligera, frívola y altanera. La esposa cristiana debe ser mujer de sólida piedad para con Dios, ángel de paz en la familia, y digna y agradable con el prójimo (AP).

18  Dios me ha dado mi pobre hermana y Dios me la ha quitado. Sea bendito su santo nombre. En estas exclamaciones y en esta resignación encuentro fuerza suficiente para no sucumbir bajo el peso del dolor. A esta aceptación de la voluntad divina os exhorto también a vosotros y encontraréis, igual que yo, el alivio en el dolor (Epist.IV, p.802).

19  ¡La bendición de Dios os sirva de ayuda, apoyo y guía! Formad una familia cristiana, si queréis un poco de tranquilidad en esta vida. El Señor os dé hijos y después la gracia de orientarlos por el camino del cielo (AP).

20  ¡Animo, ánimo! Los hijos no son clavos (AP).

21  Anímese, pues, valerosa señora. Anímese, porque la mano del Señor, al sostenerla, no se ha quedado corta. ¡Oh!, sí, él es el Padre para todos; pero lo es, de modo especialísimo, para los desgraciados; y de modo todavía mucho más singular lo es para usted, que es viuda y viuda madre (AdFP, 466).

22  Ponga en solo Dios todas sus preocupaciones, pues él tiene cuidado especialísimo de usted y de esos tres angelitos de hijos con que la ha querido adornar. Esos hijos, por su conducta, serán su apoyo y consuelo a lo largo de su vida. Preocúpese siempre de su educación, no tanto científica cuanto moral. Téngalos en su corazón y quiéralos más que a las niñas de sus ojos. A la educación de la mente, mediante buenos estudios, procure unir siempre la educación del corazón y de nuestra santa religión; aquélla sin ésta, mi buena señora, causa una herida mortal al corazón humano (AdFP, 467).

23 ¿Por qué el mal en el mundo?
Escucha con atención... Es una mamá que está bordando. Su hijo, sentado en un pequeño taburete, contempla su trabajo pero al revés. Ve los nudos del bordado, los hilos revueltos... Y dice: Mamá, ¿se puede saber lo que haces? ¡Se ve poco claro tu trabajo!
Entonces la mamá baja el bastidor y enseña la parte buena del trabajo. Cada color está en su sitio y la variedad de los hilos se ajusta a la armonía del dibujo.
¡Eso! Nosotros vemos el revés del bordado. Estamos sentados en un pequeño taburete (GG, 106).

24  ¡Yo odio el pecado! Dichosa nuestra patria si, como madre del derecho, quisiera perfeccionar sus leyes en este sentido, y sus costumbres a la luz de la honradez y de los principios cristianos (GdT, 143).

25  El Señor hace ver y llama, pero no queremos ni ver ni responder porque son los propios intereses los que nos agradan. Sucede también en ocasiones que, al haber oído esa voz tantas veces, ya no se le presta atención; pero el Señor ilumina y llama. Son los hombres quienes se colocan en una actitud que los incapacita para oír (AP).

26  Hay gozos tan sublimes y dolores tan profundos, que es imposible expresarlos con palabras. El silencio es el último recurso del alma, tanto cuando la felicidad es indecible como cuando los apuros son extremos (ASN, 43).

27  Conviene familiarizarse con los sufrimientos que el Señor tenga a bien enviarnos. Jesús, que no puede soportar por mucho tiempo el teneros en aflicción, vendrá a animaros y a confortaros, infundiendo nuevos ánimos en vuestro espíritu (AdFP, 561).

28  Todas las concepciones humanas, vengan de donde vengan, tienen su lado bueno y su lado malo. Hay que saber asimilar y tomar todo lo bueno y ofrecerlo a Dios, y eliminar todo lo malo (AdFP, 552).

29  ¡Ah!, mi valiente hija, que es una gracia fuera de serie el comenzar a servir a este buen Dios, cuando la flor de la edad nos hace más susceptibles a toda clase de impresiones. ¡Oh!, qué don tan grato cuando se ofrecen al mismo tiempo las flores y los primeros frutos del árbol. ¿Y qué es lo que podrá apartarte de la ofrenda total de ti misma al buen Dios al haberte decidido de una vez para siempre a dar un puntapié al mundo, al demonio y a la carne, lo que con tanta decisión hicieron por nosotros nuestros padrinos en el bautismo? ¿O quizás el Señor no se merece de ti este sacrificio?  (Epist.III, p.418).

30  Recordad que Dios está en nosotros cuando estamos en gracia; y está, por así decirlo, fuera de nosotros cuando estamos en pecado; pero su ángel no nos abandona nunca... El es nuestro amigo más sincero y fiel, cuando no tenemos la desgracia de entristecerlo con nuestra mala conducta (GdT, 205).


Mes de Octubre


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1  Recorred con sencillez el camino del Señor y no atormentéis vuestro espíritu. Odiad, sí, vuestros defectos pero con un odio tranquilo y no perturbador e inquieto. Es necesario tener paciencia con ellos y sacar ventaja de los mismos por un santo abajamiento. Cuando falta esta paciencia, mis buenas hijas, vuestras imperfecciones, en vez de disminuir, crecen cada vez más, porque no hay nada que una tanto nuestros defectos como la inquietud y la preocupación por quererlos alejar (Epist.III, p.579).

2  Guardaos de la ansiedad y de las inquietudes, porque no hay cosa que impida tanto el caminar hacia la perfección. Pon, hija mía, dulcemente tu corazón en las llagas de nuestro Señor, pero no a base de esfuerzos. Ten gran confianza en su misericordia y en su bondad. El no te abandonará jamás, pero no dejes por eso de abrazar estrechamente su santa cruz (Epist.III, p.707).

3  No te inquietes cuando no puedes meditar, no puedes comulgar o no puedes llegar a todas las prácticas de devoción. En esta situación, busca suplirlas de otro modo, manteniéndote unida a nuestro Señor con una voluntad amorosa, con las oraciones jaculatorias, con las comuniones espirituales (Epist.III, p.424).

4  Caminamos, pues, siempre, incluso cuando nuestro paso es lento; pues si nuestro afecto es bien intencionado y decidido, no podemos sino caminar bien. No, mis querídisimas hijas, no es necesario para el ejercicio de la virtud estar atentas siempre y en cada momento a todas las virtudes; esto, en verdad, embrollaría y enredaría demasiado vuestros pensamientos y afectos (Epist.III, p.588).

5  Expulsa de una vez por todas la perplejidad y las ansiedades y goza en paz de las dulcísimas penas del Amado (Epist.III, p.436).

6  Tu predicación sea la inmolación continua de ti misma, el ser en todas partes como una delicada aparición y como la sonrisa de Dios (FM, 165).

7  Siento que se me rompe el corazón en el pecho al conocer tus sufrimientos, y no sé qué haría para que te consueles. Pero, ¿por qué inquietarte tanto? ¿Por qué te turbas? ¡Fuera tanta inquietud, hija mía! Jamás te he visto tan regalada de tantas joyas por parte de Jesús como ahora. Jamás te he visto tan querida de Jesús como en este momento. Por tanto, ¿qué motivo tienes para temer, temblar y asustarte? Tu temor y temblor se parecen al de un niño que está en los brazos de su mamá. Por lo mismo, tu temor es tonto e inútil (Epist.III, p.442).

8  No tengo nada concreto que reprobar en ti, fuera de esa inquietud un tanto amarga que se da en ti y que no te deja gustar toda la dulzura de la cruz. Corrígete de esto y continúa haciendo lo que has hecho hasta ahora, porque vas bien (Epist.III, p.447).

9  Te ruego además que no te angusties por lo que voy sufriendo y sufriré; porque el sufrimiento, por muy grande que sea, comparado con el bien que nos espera, resulta agradable para el alma (Epist.III, p.402).

10  Mantén tu espíritu tranquilo y confíate por completo a Jesús cada vez más. Esfuérzate por identificarte siempre y en todo con la divina voluntad, tanto en las cosas favorables como en las adversas, y no te preocupes por el mañana (Epist.III, p.455).

11  No temas por tu espíritu: son bromas, predilecciones y pruebas del Esposo celestial, que quiere asemejarte a él. Jesús mira las disposiciones y los buenos deseos de tu alma, que son óptimos; y los acepta y premia; y no mira tu imposibilidad e incapacidad. Por tanto, manténte tranquila (Epist.III, p.461).

12  No te fatigues en cosas que producen inquietud, perturbaciones y afanes. Sólo una cosa es necesaria: elevar el espíritu y amar a Dios (CE, 10).

13  Te afanas, mi buena hija, por buscar al sumo Bien. Está en verdad dentro de ti y te tiene tendida sobre la desnuda cruz, alentando fuerza para que soportes ese martirio insostenible y amor para que ames amargamente al Amor. Por lo mismo, el temor a haberlo perdido y a haberle disgustado sin darte cuenta no tiene fundamento alguno, porque él está tan cercano y unido a ti. Tampoco tiene sentido el agobio por el porvenir, ya que la situación actual es una crucifixión de amor (Epist.III, p.651).

14  Pobres y desgraciadas las almas que se arrojan en el torbellino de las preocupaciones mundanas. Cuanto más aman el mundo más se multiplican sus pasiones, más se encienden sus deseos, más incapaces se sienten para sus proyectos; y de ahí las inquietudes, las impaciencias, los choques terribles que despedazan sus corazones, que no palpitan de caridad y de santo amor.  Roguemos por estas almas desgraciadas, miserables. Que Jesús les perdone y las atraiga hacia sí con su infinita misericordia (Epist.III, p.1092).

15  No se debe actuar con maneras violentas si no se quiere correr el riesgo de no conseguir nada. Es necesario revestirse de gran prudencia cristiana (Epist.III, p.416).

16  Hijas, acordaos de que yo soy tan enemigo de los deseos inútiles como de los deseos peligrosos y malos; porque, aunque sea bueno aquello que se desea, ese deseo es siempre defectuoso en relación a nosotros, sobre todo cuando anda mezclado con una preocupación orgullosa, ya que Dios no exige este bien, sino algún otro en el que quiere que nos ejercitemos (Epist.III, p.579).

17  En cuanto a las pruebas espirituales a las que te va sometiendo la paternal bondad del Padre del cielo, te ruego que te resignes y que, en cuanto te sea posible, estés tranquila, fiándote de las aseveraciones de quien ocupa el lugar de Dios, te ama en él y te desea toda clase de bienes, y te habla en su nombre. Sufres, es verdad, pero con resignación; sufres, pero no temas, porque Dios está contigo y tú no le ofendes sino que le amas. Sufres, pero también crees que Jesús mismo sufre en ti y por ti y contigo. Jesús no te abandonó cuando huías de él, mucho menos te abandonará de ahora en adelante cuando tú quieres amarlo (Epist.III, p.618).

18  No te debes confundir al intentar conocer si has consentido o no. Tu estudio y tu vigilancia estén orientadas a la rectitud de intención que debes tener al actuar y al combatir siempre, con valor y generosidad, las artes malignas del espíritu maligno (Epist.III, p.622).

19  Manténte siempre con alegría en paz con tu conciencia, dándote cuenta de que estás al servicio de un Padre infinitamente bueno, que, impulsado sólo por su ternura, desciende hasta su criatura para elevarla y transformarla en él, su Creador. Y huye de la tristeza, porque ésta entra en los corazones que están apegados a las cosas mundanas (ASN, 42).

20 No hay que desanimarse; porque, si existe en el alma el esfuerzo continuo por mejorar, al fin el Señor la premia, haciéndola florecer de golpe en todas las virtudes, como en un jardín florecido (VVN, 49).

21  Procura no inquietar tu alma ante el triste espectáculo de la injusticia humana, que tiene también un valor en la economía de las cosas. Sobre esta injusticia verás un día el triunfo definitivo de la justicia de Dios (GF, 175).

22  El Sabio alaba a la mujer fuerte: “Sus dedos, dice, sostienen el huso” (Prov 31,19).
Con gusto os diré algunas cosas sobre estas palabras. Vuestra rueca es el cúmulo de vuestros deseos. Por eso, hilad todos los días un poco, tirad hilo a hilo de vuestros proyectos hasta su ejecución, y sin duda alguna los veréis cumplidos. Pero estad atentos para no apresuraros, porque enredaríais el hilo con nudos y embrollaríais vuestro huso.
Por tanto, caminad siempre; y aunque vayáis avanzando lentamente, haréis un gran viaje (Epist.III, p.564).

23  La ansiedad es una de las mayores trampas que la virtud auténtica y la devoción vigorosa pueden encontrar; aparenta enfervorizarse en el bien obrar, pero no lo hace sino para enfriarse, y no nos hace correr para que tropecemos, es para que tropecemos, y por eso hay que estar alerta en todo momento, y de modo particular en la oración; y para conseguirlo mejor, será bueno acordarse de que las gracias y los gustos de la oración no son aguas de esta tierra sino del cielo; y que, por eso, todos nuestros esfuerzos no bastan para conseguirlos, y que, si es necesario prepararse con suma diligencia, ha de ser siempre con humildad y sosiego: hay que tener el corazón orientado hacia el cielo y esperar de allí el rocío celestial (AP).

24  ¿Por qué os tiene que preocupar el que Jesús os quiera llevar a la patria celestial por los desiertos o por los campos, si por los primeros y por los segundos se llega del mismo modo a la eterna bienaventuranza? Alejad de vosotros toda preocupación orgullosa que brota de las pruebas con las que el buen Dios quiere visitaros; y si esto no es posible, apartad el pensamiento y vivid resignados en todo al divino querer (AdFP, 561).

25  Tengamos bien esculpido en nuestra mente lo que dice el divino Maestro: en nuestra paciencia poseeremos nuestra alma (AdFP, 560).

26  No pierdas el ánimo si te toca trabajar mucho y recoger poco... Si pensases cuánto le cuesta a Jesús una sola alma, no te lamentarías por ello (AP).

27  El espíritu de Dios es espíritu de paz, y hasta en las faltas más graves nos concede experimentar un arrepentimiento tranquilo, humilde, confiado, que depende precisamente de su misericordia.
El espíritu del maligno, en cambio, excita, exaspera y nos hace experimentar, en el arrepentimiento mismo, una especie de ira contra nosotros mismos, siendo así que el primer acto de caridad debemos dirigirlo a nosotros mismos.
Por tanto, si te turban algunos pensamientos, piensa que esta turbación no viene nunca de Dios, sino del diablo. Dios te regala la serenidad porque es espíritu de paz (AdFP, 549).

28  Si somos apacibles y pacientes, nos encontraremos no sólo a nosotros mismos sino también nuestra alma y con ella a Dios (AdFP, 549).

29  La lucha que se lleva a cabo antes de la obra buena que se pretende realizar, es como la antífona que precede al salmo solemne que se va a cantar (FM, 166).

30  El impulso para alcanzar la paz eterna es bueno y santo, pero es necesario moderarlo con la completa resignación al querer divino. Es mejor cumplir la voluntad de Dios en la tierra que gozar en el paraíso. "Sufrir y no morir" era el lema de Santa Teresa. Es dulce el purgatorio cuando se sufre por amor de Dios (Epist.III, p.549).

31  La paciencia es tanto más perfecta cuanto menos se mezcla con inquietudes y desasosiegos. Si el buen Dios quiere prolongar el tiempo de la prueba, no os lamentéis ni indaguéis el porqué. Tened siempre presente que los hijos de Israel tuvieron que caminar  durante cuarenta años por el desierto antes de poner su pie en la tierra prometida (Epist.III, p.537).

Las tentaciones...


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 11 de abril de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 68

Jesús quiere agitarte, sacudirte, moverte y cribarte como al trigo, para que tu espíritu alcance la limpieza y pureza que él desea. ¿Acaso se podría guardar el trigo en el granero si no está limpio de toda clase de cizaña o de paja? ¿Puede acaso el lino conservarse en el cajón del dueño si antes no se ha vuelto cándido? Y así debe ser también en el alma elegida.
Comprendo que parezca que las tentaciones más bien manchan que purifican el espíritu; pero, de ningún modo es así. Escuchemos cuál es el lenguaje de los santos en relación a esto; y a ti te baste saber lo que dice el gran san Francisco de Sales, que las tentaciones son como el jabón que, desparramado sobre la ropa, parece ensuciarla, pero en verdad la limpia.

Carta a Raffaelina Cerase


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 4 de marzo de 1915 – Ep. II, p. 368

Tu único pensamiento sea el de amar a Dios y crecer cada día más en la virtud y en la santa caridad, que es el vínculo de la perfección cristiana.
En todos los sucesos de la vida reconoce la voluntad de Dios, adórala, bendícela. De modo especial en las cosas que te resulten más duras, no busques con inquietud ser liberada de ellas. Entonces más que nunca dirige tu pensamiento al Padre del cielo y dile: «Tanto mi vida como mi muerte están en tus manos, haz de mí lo que más te agrade».
En las angustias espirituales: «Señor, Dios de mi corazón, sólo tú conoces y lees a fondo el corazón de tus criaturas, sólo tú conoces todas mis penas, sólo tú conoces que todas mis angustias provienen de mi temor de perderte, de ofenderte, del temor que tengo de no amarte cuanto mereces y que yo debo y deseo; tú, para quien todo está presente y que eres el único que lees el futuro, si sabes que es mejor para tu gloria y para mi salvación que yo esté en este estado, que se realice así; no deseo ser liberada; dame fuerza, para que yo luche y obtenga el premio de las almas fuertes».

Cleonice Morcaldi


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MIS RECUERDOS DEL PADRE PÍO

 Cleonice Morcaldi fue la predilecta entre to­das las hijas espirituales del Padre Pío y la que gozó por más tiempo del beneficio de su direc­ción. Nacida en San Giovanni Rotondo el 22 de febrero de 1904, era muy joven cuando fue presentada al Padre Pío, quien la acogió inmediata­mente con ternura. En el año 1925, cuando ya era maestra de escuela, fue aceptada como hija espiritual del Padre, con quien permaneció en constante y estrecha relación hasta 1968, año de la muerte del Padre. Vivió santamente, consagrada al Señor, realizando lo mejor que pudo las ense­ñanzas recibidas. Murió el 23 de febrero de 1987.

Cleonice tuvo la feliz inspiración de anotar, día tras día, lo que su Padre espiritual le enseña­ba, aconsejaba o respondía, hasta el punto de poder utilizar posteriormente estos apuntes para escritos más extensos, como "Testimonianze su Pa­dre Pio" y "Diario". De estos escritos, a partir del presente número de la revista, y, con la promesa de continuar en números sucesivos, publicaremos algunas páginas. Esperamos que esta iniciativa sea agradable y, sobre todo, útil para nuestros lectores.


1  Encuentro con el Padre Pío, orientación espiritual

A decir verdad, y lo confieso delante de Dios, me siento incapaz de hablar de las virtudes de esta gran alma sacerdotal, aparecida en nuestros días.

Era humilde y sencilla, pero me parecía que era verdaderamente grande y extraordinaria por la íntima unión con Dios, que aparecía en todas sus acciones y, especial­mente, en la santa misa, en la cual ‑ yo creo ‑ se realizaba su transformación en Jesús crucificado. Repito que yo no sabría ni podría hablar por separado de sus virtudes, puesto que cada una contenía las demás. Estaban tan entrelazadas entra sí, en todas las mani­festaciones de su vida, que formaban una suave armonía espiritual: una continua emanación del buen olor de Cristo, con el que atraía a todos, buenos y malos, creyentes e incrédulos, protestantes y masones.

Este buen olor de Cristo era percibido por las almas incluso desde lejos y de un modo sensible. Lo llamaban "el perfume del Padre". Yo no quería creer en este fenóme­no, pero lo sentí durante más de diez minu­tos en Foggia, durante el examen de Estado, el año 1922. Para salir de dudas le pregunté a él qué significaba su perfume. Con toda sencillez dijo: - "Mi presencia". En efecto, yo me había encomendado mucho a sus ora­ciones antes de partir y me había dicho: - "Vete tranquila, los profesores deberán hacer sus cuentas conmigo y con Dios". Lo que quedó confirmado por el óptimo resultado de mis exámenes. Comencé entonces a conocer su unión con Dios y su intercesión ante Él; comencé a admirar también su bondad pa­terna y a demostrarle mi gratitud y mi reconocimiento.

Obtenido el diploma, durante tres años estuve enseñando en Monte Sant’Angelo. ¡Muy a pesar mío me alejé del Padre! Antes de partir me dio la bendición, diciéndome: - “Ánimo, estaré siempre junto a ti, pero no lo digas a nadie; visita la gruta del Arcángel, ante Jesús Sacramentado me encontrarás".

Cada día, al salir de la escuela, yo iba a la santa gruta y me quedaba por un largo tiempo junto al tabernáculo, aún con el estómago vacío. Yo sentía tan fuerte y suave el espíritu de Jesús, unido al del Padre, que para mi corazón era un sacrificio enorme salir de la mística gruta. Por experiencia personal (perfume), creí que el espíritu del Padre estaba siempre con el divino prisionero, en el tabernáculo. Por ello, muchos años después, cuando fui a España, me dijo: - "Vete, vete, que para mí no hay distancias".

Tenía razón un alma de Dios cuando exclamaba: - “Jesús forma con el Padre Pío una unidad indivisible, por lo que no encontraremos jamás a Jesús sin el Padre Pío, ni al Padre Pío sin Jesús".

Tres años después pasé a enseñar en las escuelas de mi pueblo, San Giovanni Roton­do. Cosa rara y verdaderamente ex­traña.... ¡no me confesaba con el Padre! Me confesaba con un sacerdote anciano que, si bien era docto y piadoso, sofocaba y cargaba de peso mi conciencia. ¡La confesión me resul­taba una verdadera cruz! Sólo después de haber escuchado el discurso de un padre franciscano sobre la vida y virtudes del Padre Pío, decidí confesarme siempre con el Pa­dre. Fue la Virgen de las Gracias la que me hizo este reproche: - "¿Los forasteros hacen largos viajes para confesarse con el Padre ¿y tú que estás cerca...?".

Por su parte, el Pa­dre, en la primera confesión, que fue la más larga, me dijo: - “¡Por fin te has decidi­do! Si supie­ras lo que he esperado y sufrido para arrancarte del mundo y darte para siempre a Je­sús!". Sor­prendida y emocionada, le dije que me sen­tía feliz de haberlo elegido como guía espiritual de mi vida. Él me respondió: - "No tú, sino yo te he elegido entre tantas otras. El Señor me confió tu alma el día de mi primera Misa. Te he rege­nerado para el Señor con dolor y con lágrimas de amor. Esfuérzate para corresponder a una predilección tan grande". A esta inesperada re­velación, mi ánimo, lleno de conmoción y re­conocimiento, agradeció al Señor por tanta bondad para con una miserable creatura suya.

Pedí al Padre que me aceptara como hija espiritual y me respondió: - "Ya lo eres, pór­tate bien, no me hagas desaparecer". Oh, ¡qué gozo en el espíritu respirar esta nueva atmósfera pura y balsámica!

Eran breves las confesiones del Padre, pero iluminaban y alimentaban el alma, que poco a poco penetraba en el conocimiento y en el amor de Dios.

Después de la muerte de mis padres, en 1932, me trasladé cerca del convento donde vivían muchas hijas espirituales y lo hice para poder seguir la Misa que celebraba el Padre.

Yo esperaba con ansia que llegase el día de la confesión. Al deseo de un renacimien­to espiritual se añadía una cierta repugnan­cia a hablar de mis miserias pasadas y de las cosas que me susurraba el maligno para alejarme de mi nuevo guía. Pero el sabio Maestro me salió al paso diciéndome: - "Yo conozco tu alma como tú conoces tu rostro ante el espe­jo y, antes de que tú ha­bles, ya sé todo lo que me quieres decir. Te ad­vierto ade­más que no me ocultes nunca lo que te dice el tentador. Él es como el ladrón: cuando se ve descu­bierto huye. Rechaza inmediatamente las tentaciones: son como las chispas que cuanto más tiempo están en nuestra mano más queman".

Era severo cuando yo ofendía a Dios con pecados contra la caridad. De la murmuración decía: -"Oh, ¡cómo castiga Dios este peca­do, que destruye la caridad fraterna!".

No toleraba las mentiras, ni siquiera las que no eran causa de daño alguno. Decía: - "Si no causan daño al prójimo, lo causan a nuestra alma. Dios es verdad". Para progre­sar en el camino de la perfección me acon­sejaba tres medios: el examen de la concien­cia por la noche; la buena lectura, especial­mente de la Sagrada Escritura; y la meditación sobre la vida y la pasión de Jesús por la mañana. Me sugirió que también por la tarde hiciera la meditación sobre el Crucifi­jo, para aprender a crucificar el amor pro­pio y la voluntad inclinada al mal.

Cuando le decía que yo no daba impor­tancia a la meditación y que la sustituía con la lectura, me decía: - "¡Mala señal!... Los santos lloraban cuando no podían meditar. Leer es comer, meditar es asimilar".

Cuando no tenía ganas de orar yo no oraba. Pero aprendí a orar, incluso sin ganas, cuando el Padre me dijo: - "Quien ora mucho, se salva; quien ora poco, está en pe­ligro; quien no ora, se condena. ¡Lo que cuen­ta y merece premio es la voluntad, no el sentimiento! Es mejor amar sin sentimien­to que saber que se es amado!... ".

- "Es difícil la perfección", le dije. - "No es difícil, di más bien que es dura para nuestra naturaleza caída!", me respondió.

Con frecuencia me recomendaba apuña­lar el propio yo, cada vez que se sublevara; darle una muerte lenta, pero continua.

De vez en cuando, recordando mi pasa­do y mi incapacidad espiritual, yo me desanimaba hasta el punto de llorar como una niña que no es capaz de estudiar. Con dul­zura y caridad paterna, el Padre me sumi­nistraba la fuerza y el gozo de continuar mi camino; me decía: - "Recuerda que Dios puede rechazar todo en nosotros; pero no puede rechazar, sin rechazarse a sí mismo, el deseo sincero de un alma que quiere amarlo. Des­pués de todo ¿por qué desanimarte por el recuerdo de tu pasado? El disgusto por nues­tras faltas, para que sea agradable a Dios, debe ser pacífico y resignado. Debemos recordar nuestras faltas, pero no más de lo necesario para mantenernos en la humildad ante el Señor. Nuestras miserias son el escaño de la divina Misericordia; nuestras impotencias, el escaño de la divina Omnipotencia. ¡Mira (y me mostró una bella imagen del Corazón de Jesús), Él es omnipotente, pero su omnipo­tencia es humilde sierva de su Amor! El Se­ñor es Bondad infinita y está contento cuan­do nos ha dado todo...".

Esta explicación confortó y consoló mi ánimo e infundió nueva fuerza a mi volun­tad. Di las gracias de todo corazón al Padre que, antes de darme la bendición, añadió: - “Estate tranquila, Jesús te ama. Si el pobre mundo pudiese ver la belleza del alma en gracia, todos los pecadores, todos los incré­dulos, se convertirían inmediatamente".

Un día, con las sonrisa en los labios, nos dijo: - "Os quiero llevar arriba pronto, pronto a fuerza de golpes".

¿Bromeaba? Sí, pero, bromeando, bro­meando, decía la verdad. Los golpes eran las pruebas espirituales que, de acuerdo con Je­sús, él nos daba. Eran pruebas de fuego. Pue­de hablar de ellas sólo quien las ha soportado. Recuerdo una que no olvidaré jamás.

A la aparente indiferencia del Padre, que me helaba el corazón y me hacía pensar en alguna ofensa hecha a Dios, se añadía una obstinada aridez en la oración, un grande tedio por la vida, una tristeza mortal y no faltaban horribles tentaciones del maligno. Cuando no podía soportarlo por más tiem­po, encontrando al Padre en el pasillo, le dije: - "Pero ¿por qué me ha abandonado en este infierno?", y me eché a llorar.

El Padre sonrió y, con dulzura, me dijo: - “¡Muy bien!, has pasado por el fuego sin quemarte, has saltado un fuego sin caer en él! No estás en el infierno. El sol resplandece en tu alma; tú no lo ves: no debes verlo; esto es lo mejor para ti. La agitación no te ha dejado gustar la dulzura de la cruz. No estás en el infierno. Las tinieblas que tu veías, eran las tinieblas que rodean al Eterno Sol, que estaba en tu alma. ¡Ánimo, después te será concedi­do ver la belleza de su Rostro, la dulzura de sus ojos, y la felicidad de estar junto a Él para siempre!". Pasé del infierno al paraíso.

Él nos guiaba con dulzura y firmeza. Nos decía: - "Os amo tanto como a mi alma; os amo como a hijitos míos carísimos; no obs­tante me veo obligado a imitar al cirujano que opera a su hijo. Antes de imponeros una prueba, ésta pasa a través de mi corazón. No soy yo quien os la impone, sino Aquel que está en mí y por encima de mí. Conformémo­nos siempre a los designios del Artífice divi­no, que son siempre designios de amor.

Muchos cuadernos serían necesarios para hablar de la doctrina con la cual el Padre dirigía las almas. A la doctrina añadía los ejemplos de todas las virtudes cristianas vividas en grado heroico. De todas ellas las primeras eran la humildad y la caridad para con Dios y para con los hermanos. ¡De su Amor a la cruz, sólo Jesús puede hablar!...

Mes de Septiembre


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1  Es necesario amar, amar, amar y nada más (GF, 292).

2  Dos cosas hemos de suplicar continuamente a nuestro dulcísimo Señor: que aumente en nosotros el amor y el temor; porque aquél nos hará correr por los caminos del Señor, éste nos hará mirar dónde ponemos el pie; aquél nos hace mirar las cosas de este mundo por lo que son, éste nos pone en guardia de toda negligencia. Cuando, al fin, el amor y el temor lleguen a besarse, ya no tendremos posibilidad de poner nuestros afectos en las cosas de aquí abajo (Epist.I, p.407).

3  El amor sólo puede dar aquello que hay en nosotros de indomable y el lenguaje del amor es la persuasión de la confidencia. Qué bello es el amor si se recibe como un don; y qué deforme, si se busca y se ambiciona (FM, 166).

4  Tú que tienes cuidado de almas, inténtalo con amor, con mucho amor, con todo el amor, agota todo el amor, y si esto resulta inútil..., ¡palo!, porque Jesús, que es el modelo, nos lo ha enseñado al crear el paraíso pero también el infierno (AdFP, 550).

5  Cuando Dios no te da dulzuras y suavidad, debes mantener el buen ánimo, comiendo con paciencia tu pan aunque sea duro, y cumpliendo tu deber sin ninguna recompensa por el momento. Haciéndolo así, nuestro amor a Dios es desinteresado; actuando de este modo, se ama y se sirve a Dios a costa nuestra; esto es lo propio de las almas más perfectas (Epist.III, p.282).

6  Cuanta más amargura tengas, más amor recibirás (FFN, 16).

7  Un solo acto de amor a Dios en tiempos de aridez vale más que cien en momentos de ternura y consuelo (ASN, 43).

8  Mi corazón es tuyo... Oh Jesús mío; toma, pues, mi corazón, llénalo de tu amor, y después mándame lo que quieras (AD, 49).

9  Dios nos ama; y la prueba de que nos ama es el hecho de que nos tolera en el momento de la ofensa (GB, 30).

10  Enciende, Jesús, aquel fuego que viniste a traer a la tierra, para que, consumido por él, me inmole sobre el altar de tu caridad, como holocausto de amor, para que reines en mi corazón y en el corazón de todos; y de todos y de todas partes se eleve hacia ti un mismo cántico de alabanza, de bendición, de agradecimiento por el amor que nos has demostrado en el misterio de divinas ternuras de tu nacimiento (Epist.IV, p.869).

11  Ama a Jesús, ámalo mucho, pero por esto ama aún más el sacrificio. El amor quiere ser amargo (T, 99).

12  El amor lo olvida todo, lo perdona todo, lo da todo sin reservarse nada (Epist.IV, p.870).

13  El espíritu humano, sin la llama del amor divino, es arrastrado a colocarse en la fila de las bestias. Por el contrario, la caridad, el amor de Dios, lo eleva tan alto como para alcanzar el trono de Dios. Agradeced sin cansaros nunca la generosidad de un Padre tan bueno y rogadle que aumente cada día más la santa caridad en vuestro corazón (Epist.II, p.70).

14  No te lamentarías jamás de las ofensas, vengan de donde vinieren, si recordaras que Jesús sufrió hasta la saciedad los oprobios de la malicia de los hombres, a los que había hecho tanto bien. Excusarías a todos con amor cristiano si tuvieras ante los ojos el ejemplo del divino Maestro que excusó ante su Padre incluso a los que lo crucificaron (AP).

15  Jesús y tu alma deben cultivar juntos la viña. A ti te toca el trabajo de quitar y transportar piedras, arrancar espinas... A Jesús, el de sembrar, plantar, cultivar, regar. Pero también en tu trabajo está la acción de Jesús. Sin él no puedes hacer nada (CE, 54).

16  No estamos obligados a no hacer el bien, para evitar el escándalo farisaico (CE, 37).

17  Recuérdalo: Está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de haber actuado mal, que el hombre honesto que se avergüenza de hacer el bien (CE, 16).

18  El tiempo gastado por la gloria de Dios y por la salvación del alma, nunca es tiempo mal empleado (CE, 9).

19  Sí, bendigo de corazón la obra de dar catequesis a los niños, que son las florecillas predilectas de Jesús. Bendigo también el celo por las obras misioneras (Epist.III, p.457).

20  Todos estamos llamados por el Señor a salvar almas y a preparar su gloria. El alma puede y debe propagar la gloria de Dios y trabajar por la salvación de los hombres, llevando una vida cristiana, pidiendo incesantemente al Señor que "venga su reino y que no nos deje caer en tentación y nos libre del mal". Esto es lo que debe hacer también usted misma ofreciéndose del todo y continuamente al Señor con este fin. (Epist.II, p.70).

21  Levántate, pues, Señor, y confirma en tu gracia a aquellos que me has confiado y no permitas que se pierda ninguno, desertando  del rebaño. ¡Oh Dios, oh Dios!... no permitas que se pierda tu heredad (Epist.III, p.1009).

22  Soy todo de todos y de cada uno. Cada uno puede decir: "El Padre Pío es mío". Amo mucho a todos mis hermanos de este destierro. Amo a mis hijos espirituales igual que a mi alma y más todavía. Los he reengendrado para Jesús en el dolor y en el amor. Puedo olvidarme de mí mismo, pero no de mis hijos espirituales; más todavía, prometo decir al Señor, cuando me llame: "Señor, yo me quedo a la puerta del paraíso. Entraré cuando haya visto entrar al último de mis hijos".
Sufro mucho al no poder ganar a todos mis hermanos para Dios. En ocasiones, estoy a punto de morir de infarto de corazón al ver a tantas almas que sufren y no poder aliviarlas y a tantos hermanos aliados con Satanás. (AP).

23  La vida no es otra cosa que una continua reacción contra uno mismo; y no se abre a la belleza, si no es a precio de sufrimiento. Manteneos siempre en compañía de Jesús en Getsemaní y él sabrá confortaros cuando os lleguen las horas de angustia (ASN, 15).

24  Hay algo que no puedo soportar de ningún modo y es esto: Si tengo que hacer yo un reproche, estoy siempre dispuesto a hacerlo. Pero ver que otro lo hace, no lo puedo sufrir. Por eso, ver a otro humillado o mortificado me resulta insoportable (T, 120).

25  Quiera Dios que estas pobres criaturas se arrepintieran y volvieran de verdad a él. Con estas personas hay que ser de entrañas maternales y tener sumo cuidado, porque Jesús nos enseña que en el cielo hay más alegría por un pecador que se ha arrepentido que por la perseverancia de noventa y nueve justos.
Son en verdad reconfortantes estas palabras del Redentor para tantas almas que tuvieron la desgracia de pecar y que quieren convertirse y volver a Jesús (Epist.III, p.1082).

26  Las desgracias de la humanidad: éstos son los pensamientos para todos (T, 95).

27  No te preocupes demasiado por la curación de tu corazón, porque esta angustia aumentaría la enfermedad. No te esfuerces demasiado en vencer tus tentaciones, pues esta violencia las fortificaría más aún. Desprécialas y no te obsesiones con ellas (Epist.III, p.503).

28  Haz el bien, en todas partes, para que todos puedan decir: "Este es un hijo de Cristo".
Soporta por amor a Dios y por la conversión de los pobres pecadores las tribulaciones, las enfermedades, los sufrimientos. Defiende al débil, consuela al que llora (FSP, 119).

29  No estéis con la preocupación de que me estáis robando el tiempo, porque el tiempo mejor empleado es el que se dedica a la santificación del alma del prójimo. Yo no tengo otro modo de agradecer la bondad del Padre celestial que cuando me presenta las almas a las que puedo ayudar de alguna forma (MC, 83).

30  Jamás me ha pasado por la cabeza la idea de vengarme: he rogado y ruego por los que me denigran. Sí, que alguna vez he dicho al Señor: "Señor, si para convertirlos es necesario algún latigazo, dáselos también, con tal de que se salven” (AD, 127).


"Yo...testigo de Padre Pio" por Fr. Modestino de Pietrelcina


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“SU” MISA

Otros muchos, antes de mí, han tratado de describir “la misa del Padre Pío", pero creo que ninguno haya logrado trazar, en toda su misteriosa realidad, lo que durante cinco decenios ha sucedido cada mañana sobre el altar en San Giovanni Rotondo.

 No trataré yo ciertamente de repetir el intento, que seguramente estos otros han cumplido con mejores resultados. Procuraré solamente dejar escrito en estas páginas lo que creo que he comprendido, lo que he visto y lo que ha sucedido en mi presencia mientras, en tantas ocasiones, he ayudado a misa al venerado Padre.

Fue él precisamente quien me dio enseñanzas preciosas sobre el modo de "servir" en el banquete eucarístico.
Siempre he tratado de observar atentamente al Padre Pío siguiéndole con la mirada desde el momento en que, al alba, salía de su celda para ir a celebrar. Lo veía en un estado de manifiesta agitación.

Apenas llegaba a la sacristía para revestirse me daba la impresión de que no se enteraba de lo que sucedía a su alrededor. Estaba absorto y profundamente consciente de lo que se preparaba a vivir. Si alguno se atrevía a dirigirle alguna pregunta, se sacudía y respondía con monosílabos.

Su rostro, aparentemente normal por el color, se volvía medrosamente pálido en el momento en que se ponía el amito. Desde ese instante no quería saber nada de nadie. Parecía completamente ausente.

 Revestido con los ornamentos sagrados, se dirigía al altar. Si bien yo iba delante, notaba que su paso era cada vez más fatigoso, su rostro más dolorido. Se le veía cada vez más encorvado. Me daba la sensación de que estuviera aplastado por una enorme invisible cruz.

Llegado al altar, lo besaba afectuosamente y su rostro pálido se encendía. Las mejillas se volvían sonrojadas. La piel parecía transparente, como para resaltar el flujo de sangre que llegaba a las mejillas.
Al confiteor, como acusándose de los más graves pecados cometidos por todos los hombres, se daba fuertes y sordos golpes de pecho. Y sus ojos permanecían cerrados sin lograr contener gruesas lágrimas que se perdían entre su bien poblada barba.

 Al evangelio, sus labios, mientras proclamaba la palabra de Dios, parecía que se alimentaran con esta palabra saboreando su infinita dulzura.
Inmediatamente daba comienzo el íntimo coloquio del Padre Pío con el Eterno. Este coloquio producía al Padre Pío abundantes efluvios de lágrimas que yo le veía enjugar con un enorme pañuelo.
El Padre Pío, que había recibido del Señor el don de la contemplación, se introducía en los abismos del misterio de la redención.

 Rasgados los velos de aquel misterio con la fuerza de su fe y de su amor, todas las cosas humanas desaparecían de su vista. ¡Ante su mirada existía sólo Dios!
 La contemplación daba a su alma un bálsamo de dulzura, que alternaba con el sufrimiento místico, reflejado con toda evidencia también en el físico. Todos veían al Padre Pío sumergido en el dolor.
Las oraciones litúrgicas las pronunciaba con dificultad y eran interrumpidas por frecuentes sollozos.
 El Padre Pío se sentía profundamente incómodo en presencia y ante las miradas escrutadoras de los demás. Quizá hubiera preferido celebrar en soledad para, así, poder dejar cauce libre a su dolor, a su indescriptible amor.

 Su alma estática, abrasada por un "fuego devorador", debía implorar del cielo benéfica lluvia de gracias.
 El Padre Pío, en aquellos momentos, vivía sensiblemente, realmente, la pasión del Señor.

El tiempo discurría veloz, pero, ¡él estaba fuera del tiempo!
 Por ello su misa duraba hora y media y hasta más.
 Al Sanctus elevaba con gran fervor el himno de alabanza al Señor, que precedía al divino holocausto.
 A la elevación su dolor llegaba a la cumbre. En sus ojos yo leía la expresión de una madre que asiste a la agonía de su hijo en el patíbulo, que lo ve expirar y que, destrozada por el dolor, muda, recibe el cuerpo exangüe en sus brazos y que puede apenas prodigarle alguna suave caricia. Viendo su llanto, sus sollozos, yo temía que el corazón le estallase, que se desmayara de un momento a otro. El Espíritu de Dios había invadido ya todos sus miembros. Su alma estaba arrebatada en Dios.
 El Padre Pío, mediador entre la tierra y el cielo, se ofrecía junto con Cristo víctima por la humanidad, en favor de sus hermanos de destierro.

 Cada uno de sus gestos manifestaba su relación con Dios. Su corazón debía arder como un volcán. Oraba intensamente por sus hijos, por sus enfermos, por quienes habían dejado ya este mundo. De vez en cuando se apoyaba con los codos sobre el altar, quizá para aliviar del peso del cuerpo sus pies llagados.
 Con frecuencia le oía repetir entre lágrimas: "¡Dios mío! ¡Dios mío!"
 Era un espectáculo de fe, de amor, de dolor, de conmoción, que era un verdadero drama en el momento en que el Padre elevaba la hostia. Las mangas del alba, bajándose, dejaban al descubierto sus manos ro¬tas, sangrantes. ¡Su mirada, en cambio, estaba fija en Dios!

 A la comunión parecía calmarse. Transfigurado, en un apasionado, estático abandono, se alimentaba con la carne y la sangre de Jesús. ¡La incorporación, la asimilación, la fusión eran totales! ¡Cuánto amor irradiaba su rostro!
 La gente, atónita, no podía hacer otra cosa que doblar las rodillas ante aquella mística agonía, aquella total aniquilación.
 El Padre permanecía arrobado gustando las divinas dulzuras que sólo Jesús en la eucaristía sabe dar.
 Así el sacrificio de la misa se completaba con real participación de amor, de sufrimiento, de sangre. Y producía abundantes frutos de conversión.

 Concluida la misa, el Padre Pío ardía con un fuego divino encendido por Cristo en su alma, por atracción.
 Otra ansia lo devoraba: ir al coro para permanecer, recogido, con Jesús en íntima, silenciosa alabanza de acción de gracias. Se quedaba inmóvil, como sin vida. Si alguno lo hubiera sacudido, no se habría apercibido: tal era su participación en el abrazo divino.

 ¡La misa del Padre Pío!

 No hay pluma que pueda describirla. Sólo quien ha tenido el privilegio de vivirla, puede entender...

Traducido del italiano por el  Padre Constantino Quintano, TC

Mes de Agosto


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1  El Señor nos descubre que a veces somos poca cosa. En verdad, me resulta inconcebible que uno que tenga inteligencia y conciencia, pueda enorgullecerse (GB, 57).

2  Os digo, además, que améis vuestra bajeza; y amar la propia bajeza, hijas mías, consiste en esto: si sois humildes, pacíficas, dulces, y mantenéis la confianza en los momentos de obscuridad y de impotencia, si no os inquietáis, no os angustiáis, no perdéis la paz por nada, sino que abrazáis estas cruces cordialmente –no digo precisamente con alegría sino con decisión y constancia- y permanecéis firmes en estas tinieblas..., actuando así, amaréis vuestra bajeza, porque ¿qué es ser objeto de bajeza sino estar en la obscuridad y en la impotencia? (Epist.III, p.566).

3  Pidamos también nosotros a nuestro querido Jesús la humildad, la confianza y la fe de nuestra querida santa Clara; como ella, oremos fervorosamente a Jesús, entregándonos a él y alejándonos de los artilugios engañosos del mundo en el que todo es locura y vanidad. Todo pasa, sólo Dios permanece para el alma, si ésta ha sabido amarle de verdad (Epist.III, p.1092).

4  Hay algunas diferencias entre la virtud de la humildad y la del desprecio de uno mismo, porque la humildad es el reconocimiento de la propia bajeza; ahora bien, el grado más alto de la humildad consiste, no sólo en reconocer la propia bajeza, sino en amarla; a esto, pues, os exhorto yo (Epist.III, p.566).

5  No os acostéis jamás sin haber examinado antes vuestra conciencia sobre cómo habéis pasado el día, y sin haber dirigido todos vuestros pensamientos a Dios, para hacerle la ofrenda y la consagración de vuestra persona y la de todos los cristianos. Ofreced además para gloria de su divina majestad el descanso que vais a tomar y no os olvidéis nunca del ángel custodio, que está siempre con vosotros (Epist.II, p.277).

6  Debes insistir principalmente en lo que es la base de la justicia cristiana y el fundamento de la bondad, es decir, en la virtud de la que Jesús, de forma explícita, se presenta como modelo; me refiero a la humildad. Humildad interior y exterior, y más interior que exterior, más vivida que manifestada, más profunda que visible. Considérate, mi queridísima hija, lo que eres en realidad: nada, miseria, debilidad, fuente sin límites y sin atenuantes de maldad, capaz de convertir el bien en mal, de abandonar el bien por el mal, de atribuirte el bien o justificarte en el mal, y, por amor al mismo mal, de despreciar al sumo Bien (Epist.III, p.713).

7  Estoy seguro de que deseáis saber cuáles son las mejores humillaciones. Yo os digo que son las que nosotros no hemos elegido, o también las que nos son menos gratas, o mejor dicho, aquéllas a las que no sentimos gran inclinación; o, para hablar claro, las de nuestra vocación y profesión. ¿Quién me concederá la gracia, mis querídimas hijas, de que lleguemos a amar nuestra propia bajeza? Nadie lo puede hacer sino aquél que amó tanto la suya que para mantenerla  quiso morir. Y esto basta (Epist.III, p.568).

8   Yo no soy como me ha hecho el Señor, pues siento que me tendría que costar más esfuerzo un acto de soberbia que un acto de humildad. Porque la humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de bueno hay en mí es de Dios. Y con frecuencia echamos a perder incluso aquello que de bueno ha puesto Dios en nosotros. Cuando veo que la gente me pide alguna cosa, no pienso en lo que puedo dar sino en lo que no sé dar; y por lo que tantas almas quedan sedientas por no haber sabido yo darles el don de Dios.
El pensamiento de que cada mañana Jesús se injerta a sí mismo en nosotros, que nos invade por completo, que nos da todo, tendría que suscitar en nosotros la rama o la flor de la humildad. Por el contrario, he ahí cómo el diablo, que no puede injertarse en nosotros tan profundamente como Jesús, hace germinar con rapidez los tallos de la soberbia. Esto no es ningún honor para nosotros. Por eso tenemos que luchar denodadamente para elevarnos. Es verdad: no llegaremos nunca a la cumbre sin un encuentro con Dios. Para encontrarnos, nosotros tenemos que subir y él tiene que bajar. Pero, cuando nosotros ya no podamos más, al detenernos, humillémonos, y en este acto de humildad nos encontraremos con Dios, que desciende al corazón humilde (GB, 61).

9  La verdadera humildad del corazón es aquélla que, más que mostrarla, se siente y se vive. Ante Dios hay que humillarse siempre, pero no con aquella humildad falsa que lleva al abatimiento, y que produce desánimo y desesperación.
Hemos de tener un bajo concepto de nosotros mismos. Creernos inferiores a todos. No anteponer nuestro propio interés al de los demás (AP).

10  En este mundo ninguno de nosotros merece nada; es el Señor quien es benévolo con nosotros, y es su infinita bondad la que nos concede todo, porque todo lo perdona (CE, 47).

11  Si hemos de tener paciencia para soportar las miserias de los demás, mucho más debemos soportarnos a nosotros mismos.
En tus infidelidades diarias, humíllate, humíllate, humíllate siempre. Cuando Jesús te vea humillado hasta el suelo, te alargará la mano y se preocupará él mismo de atraerte hacia sí (AP).

12  Tú has construido mal. Destruye y vuelve a construir bien (AdFP, 553).

13  ¿Qué otra cosa es la felicidad sino la posesión de toda clase de bienes que hace al hombre plenamente feliz? Pero ¿es posible encontrar en este mundo alguien que sea plenamente feliz? Seguro que no. El hombre habría sido él mismo si se hubiese mantenido fiel a su Dios. Pero como el hombre está lleno de delitos, es decir, lleno de pecados, no puede nunca ser plenamente feliz. Por tanto, la felicidad sólo se encuentra en el cielo. Allí no hay peligro de perder a Dios, ni hay sufrimientos, ni muerte, sino la vida sempiterna con Jesucristo (CS, n.67, p.172).

14  Padre, ¡qué bueno es usted!
- Yo no soy bueno, sólo Jesús es bueno. ¡No sé cómo este hábito de San Francisco que visto, no huye de mí! El mayor delincuente de la tierra es oro comparado conmigo (T, 118).

15  La humildad y la caridad caminan siempre juntas. La primera glorifica y la otra santifica.
La humildad y la pureza de costumbres son alas que elevan hasta Dios y casi nos divinizan (T, 54).

16  Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios habla al que tiene un corazón sinceramente humilde ante él. Dios lo enriquece con sus dones (T, 54).

17  Miremos primero hacia arriba y después mirémonos a nosotros mismos. La distancia sin límites entre el azul del cielo y el abismo produce humildad (T, 54).

18  Si permanecer en pie dependiese de nosotros, con seguridad que al primer soplo caeríamos en manos de los enemigos de nuestra salvación. Confiemos siempre en la conmiseración divina y experimentaremos cada vez más qué bueno es el Señor (Epist.IV, p.193).

19  Antes que nada, debes humillarte ante Dios más bien que hundirte en el desánimo, si él te reserva los sufrimientos de su Hijo y quiere hacerte experimentar tu propia debilidad; debes dirigirle la oración de la resignación y de la esperanza si es que caes por debilidad, y debes agradecerle tantos beneficios con que te va enriqueciendo (T, 54).

20  ¿Qué es lo que puedo hacer yo? Todo viene de Dios. Yo sólo soy rico en una cosa, en una infinita indigencia (T, 119).

21  Si Dios nos quitase todo lo que nos ha dado, nos quedaríamos con nuestros harapos (ER, 17).

22  ¡Cuánta malicia hay en mí!...
- Manténte en este convencimiento; humíllate pero no pierdas la paz (AP).

23  Estáte atenta para no caer nunca en el desánimo al verte rodeada de flaquezas espirituales. Si Dios te deja caer en alguna debilidad, no es para abandonarte sino únicamente para afianzarte en la humildad y hacerte más precavida de cara al futuro (FM, 168).

24  El mundo no nos aprecia porque seamos hijos de Dios; consolémonos porque, al menos por una vez, reconoce la verdad y no miente (ASN, 44).

25  Amad y poned en práctica la sencillez y la humildad y no os preocupéis de los juicios del mundo; porque, si este mundo no tuviese nada que decir contra nosotros, no seríamos verdaderos siervos de Dios (ASN, 43).

26  El amor propio, hijo de la soberbia, es más malvado que su misma madre (AdFP, 389).

27  La humildad es verdad, la verdad es humildad (AdFP, 554).

28  Dios enriquece al alma que se despoja de todo (AdFP, 553).

29  Someterse no significa ser esclavos sino solamente ser libres por seguir un santo consejo (FSP, 32).

30  Cumpliendo la voluntad de los demás, debemos ser conscientes de que hacemos la voluntad de Dios. Esta  se nos manifiesta en la de nuestros superiores y en la de nuestro prójimo (ASN, 43).

31  Manténte siempre unida estrechamente a la santa Iglesia católica, porque sólo ella te puede dar la paz verdadera, ya que sólo ella posee a Jesús sacramentado. El es el verdadero príncipe de la paz (FM, 166).



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Carta del 19 de septiembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 174

"Cómo se entristece mi corazón al verte sacudida cada día por nuevas y furiosas tempestades; pero es mucho mayor el gozo en mi espíritu al saber con certeza que la furia de las olas en ti las permite, con especial providencia, el Padre celestial, para hacerte semejante a su amadísimo Hijo, perseguido y golpeado hasta la muerte, ¡y hasta la muerte de cruz! En la medida en que son grandes tus sufrimientos, lo es el amor que Dios te ofrece. Aquéllos, querida mía, te sirvan de medida de comparación del amor que Dios te tiene. El amor de Dios lo conocerás por esta señal: las aflicciones que te manda. La señal la tienes en tus manos y está al alcance de tu inteligencia; alégrate, pues, cuando la tempestad se embravece; alégrate, te digo, con los hijos de Dios, porque esto es amor singularísimo del Esposo divino hacia ti. Humíllate también ante la majestad divina, considerando cuántas otras almas hay en el mundo, más dignas y más ricas de dotes intelectuales y de virtudes, y que ciertamente no son tratadas con ese singularísimo amor con el que tú eres tratada por Dios."

Mes de Julio


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1  Dios no quiere que experimentes de forma sensible el sentimiento de la fe, esperanza y caridad, ni que lo disfrutes si no en la medida que se necesita en cada ocasión. ¡Ay de mí!, ¡qué felices somos al estar tan íntimamente atados por nuestro celeste tutor! No debemos hacer otra cosa que lo que hacemos, es decir, amar a la divina providencia y abandonarnos en sus brazos y en su seno.
No, Dios mío, yo no deseo gozo mayor de mi fe, de mi esperanza y de mi caridad, que el poder decir sinceramente, aunque sea sin gusto y sin sentirlo, que preferiría morir antes que abandonar estas virtudes (Epist.III, p.421s.).

2  Dame y consérvame aquella fe viva que me haga crecer y actuar por solo tu amor. Y éste es el primer don que te ofrezco; y unido a los santos magos, postrado a tus pies, te confieso sin ningún respeto humano, delante del mundo entero, por nuestro verdadero y único Dios (Epist.IV, p.884).

3  Bendigo de corazón a Dios que me ha dado a conocer personas verdaderamente buenas, y porque también a ellas he anunciado que sus almas son la viña de Dios; la cisterna es la fe; la torre es la esperanza; el lagar es la santa caridad; la valla es la ley de Dios que las separa de los hijos del mundo (Epist.III, p.586).

4  La fe viva, la creencia ciega y la plena adhesión a los que Dios ha dado autoridad sobre ti..., ésta es la luz que iluminó los pasos del pueblo de Dios en el desierto. Esta es la luz que brilla siempre en lo más alto de todos los espíritus gratos al Padre. Esta es la luz que condujo a los magos a adorar al mesías recién nacido. Esta es la estrella profetizada por Balaam. Esta es la antorcha que guía los pasos de estos espíritus desolados.
Y esta luz y esta estrella y esta antorcha son también las que iluminan tu alma, dirigen tus pasos  para que no vaciles, fortifican tu espíritu en el afecto a Dios y (hacen que), sin que el alma las conozca, se avance siempre hacia el destino eterno.
Tú ni lo ves ni lo entiendes, pero tampoco es necesario. Tú no verás más que tinieblas, pero no son las tinieblas que envuelven a los hijos de la perdición, sino las que rodean al Sol eterno. Ten por cierto y cree que este Sol resplandece en tu alma; y que este Sol es exactamente aquél del que cantó el vidente de Dios: Y en tu luz veré la luz (Epist.III, p.400s.).

5  La profesión de fe más bella es la que sale de tus labios en la obscuridad, en el sacrificio, en el dolor, en el esfuerzo supremo por buscar decididamente el bien; es la que, como un rayo, disipa las tinieblas de tu alma; es la que, en el relampaguear de la tormenta, te levanta y te conduce a Dios (CE, 57).

6  Ejercítate con particular esmero, hija mía querídisima, en la dulzura y en la sumisión a la voluntad de Dios, no sólo en las cosas extraordinarias sino también en aquéllas pequeñas que nos suceden cada día. Hazlo no sólo por la mañana sino también durante el día y por la tarde, con un espíritu tranquilo y alegre; y, si te sucediese que caes, humíllate, propóntelo de nuevo,  y después levántate y sigue (Epist.III, p.704).

7  El enemigo es demasiado fuerte; y, hechos todos los cálculos, parecería que la victoria tendría que sonreír al enemigo. ¡Ay de mí!, ¿quién me librará de las manos de este enemigo tan fuerte y tan poderoso, que no me deja libre un sólo instante, ni de día ni de noche? ¿Es posible que el Señor permita alguna vez mi caída? Desgraciadamente lo merecería; pero ¿será verdad que la bondad del Padre del cielo sea vencida por mi maldad? Esto jamás, jamás, Padre mío (Epist.I, p.552).

8  Preferiría ser traspasado por una fría hoja de cuchillo antes que desagradar a alguien (T, 45).

9  Buscar sí la soledad, pero sin faltar a la caridad con el prójimo (CE, 19).

10  Es necesario siempre, también al reprender, saber condimentar la corrección con modos corteses y dulces (GB, 34).

11  Faltar a la caridad es como herir a Dios en la pupila de sus ojos. ¿Hay algo más delicado que la pupila del ojo?
Faltar a la caridad es como pecar contra la naturaleza (AdFP, 555).

12  La beneficencia, venga de donde viniere, es siempre hija de la misma madre: la providencia (AdFP, 554).

13  Acuérdate de Jesús, manso y humilde de corazón. El “si os dejáis llevar de la ira que no sea hasta el punto de pecar”, es propio de los santos. Yo jamás me he arrepentido de actuar con dulzura; pero sí he sentido remordimiento de conciencia y me he tenido que confesar cuando he sido un poco duro. Pero, cuando hablo de suavidad, no me refiero a la que deja pasar todo. ¡Esa no! Me refiero a aquélla que, sin ser nunca descuidada, transforma la disciplina en algo dulce (GB, 34).

14  Donde no hay obediencia no hay virtud. Donde no hay virtud no hay bien, no hay amor; y donde no hay amor no está Dios; y sin Dios no se va al paraíso.
Todo esto forma como una escalera; y si falta uno de los peldaños, se viene abajo (AP).

15  Os conjuro por la mansedumbre de Cristo y por las entrañas misericordiosas del Padre celestial a no perder nunca el entusiasmo en el camino del bien. Corred siempre y no os detengáis nunca, convencidos de que, en este camino, detenerse equivale a volver hacia atrás (Epist.II, p.259).

16  ¡Me disgusta tanto ver sufrir! No tendría dificultad en atravesarme con un puñal el corazón si de este modo librara a alguien de un disgusto. Sí, esto me resultaría más fácil (T, 121).

17  Me he disgustado muchísimo al enterarme de que has estado enferma; pero me he alegrado también muchísimo al saber que te vas recuperando, y mucho más, al ver que, con ocasión de tu enfermedad, han reflorecido en vosotras la piedad auténtica y la caridad cristiana (Epist.III, p.1081).

18  Yo no puedo soportar ni la crítica ni el hablar mal de los hermanos. Es verdad que, a veces, me divierto en zaherirles, pero la murmuración me produce náuseas. Teniendo tantos defectos que criticar en nosotros, ¿para qué perdernos en contra de los hermanos? Y en nosotros, al faltar a la caridad, se corta la raíz del árbol de la vida, con peligro de que se seque (GB, 62).

19  La caridad es la reina de las virtudes. Del mismo modo que las perlas se mantienen unidas por el hilo, así las virtudes por la caridad. Y así como las perlas se caen si se rompe el hilo, de igual modo, si decrece la caridad, las virtudes desaparecen (CE, 11).

20  La caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos (AdFP, 560).

21  Recuerda que el gozne sobre el que gira la perfección es el amor; quien vive del amor vive en Dios, porque Dios es amor, como dijo el Apóstol (AdFP, 554).

22  Bendigo al buen Dios por los santos sentimientos que te da su gracia. Haces bien en no comenzar nunca una obra sin implorar antes la ayuda divina. Esto te obtendrá el don de la santa perseverancia (Epist.III, p.456).

23  Sufro y sufro mucho; pero, gracias al buen Jesús, tengo todavía un poco de fuerza; ¿y de qué no es capaz la criatura cuando tiene la ayuda del buen Jesús? (Epist.I, p.303).

24  Lucha, hija, con valentía, si ambicionas conseguir la recompensa de las almas fuertes (Epist.III, p.405).

25  No os neguéis de ningún modo y por ningún motivo a practicar la caridad con todos; más aún, si se os presentan ocasiones propicias, ofrecerla vosotros mismos. Mucho agrada esto al Señor y mucho os debéis esforzar por hacerlo (Epist.I, p.1213).

26  Debes tener siempre prudencia y amor. La prudencia pone los ojos, el amor pone las piernas. El amor, que pone las piernas, querría correr a Dios, pero su impulso para lanzarse hacia él es ciego y podría tropezar en ocasiones si no estuviese guiado por la prudencia que pone los ojos. La prudencia, cuando ve que el amor puede ser desenfrenado, le presta los ojos (CE, 17).

27  La sencillez es una virtud, pero hasta cierto punto. No le debe faltar nunca la prudencia; la picardía y la socarronería, por el contrario, son siempre diabólicas y causan mucho daño (AdFP, 391).

28  La vanagloria es un enemigo que acecha sobre todo a las almas que se han consagrado al Señor y que se han entregado a la vida espiritual; y, por eso, puede ser llamada con toda razón la tiña del alma que tiende a la perfección. Ha sido llamada con acierto por los santos carcoma de la santidad (Epist.I, p.396).

29  Haz que no perturbe a tu alma el triste espectáculo de la injusticia humana; también ésta, en la economía de las cosas, tiene su valor (MC, 13).

30  El Señor, para halagarnos, nos regala muchas gracias, y nosotros creemos tocar el cielo con la mano. Por el contrario, ignoramos que para crecer tenemos necesidad de pan duro; es decir, necesitamos cruces, pruebas, contradicciones (FSP, 86).

31  Los corazones fuertes y generosos no se afligen más que por graves motivos, e incluso estos motivos no logran penetrar en lo íntimo de su ser (MC, 57).