Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Archive for diciembre 2013

Diciembre: días 29 al 31.


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29.  Cuando llegue nuestra última hora y cesen los latidos de nuestro corazón, todo habrá terminado para nosotros y también el tiempo de merecer y de desmerecer. Tal como nos encuentre la muerte, nos presentaremos a Cristo juez. Nuestros gritos de súplica, nuestras lágrimas, nuestros suspiros de arrepentimiento, que, todavía en la tierra, nos habrían ganado el corazón de Dios y con la ayuda de los sacramentos nos habrían podido cambiar de pecadores en santos, en ese momento ya no sirven para nada; el tiempo de la misericordia ha terminado y comienza el tiempo de la justicia (Epist.IV, p.876).

30.  Es difícil hacerse santos. Difícil pero no imposible. El camino de la perfección es largo, como es larga la vida de cada uno. El consuelo es el descanso en el camino; pero, apenas recuperados, hay que levantarse con rapidez y reemprender la carrera (AP).

31. La palma de la gloria está reservada para el que combate con valentía hasta el fin. Comencemos, pues, este año, nuestro santo combate. Dios nos asistirá y nos coronará con un triunfo eterno (Epist.IV, p.879).
 (Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde


Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (14).


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En esta etiqueta de la página web he señalado ya los medios, al menos los más conocidos, con los que el Padre Pío de Pietrelcina cumplió la "misión grandísima" que le había confiado el Señor.
Si no se diera el don sobrenatural de la bilocación, tendría que afirmar que el Padre Pío, desde el 4 de septiembre de 1916, fecha en que llegó a su nueva fraternidad, o, para ser más preciso, desde el 14 de mayo de 1918, pues el día anterior había regresado de su última breve salida de San Giovanni Rotondo, usó esos medios exclusivamente en esta pequeña ciudad del centro-sur de Italia, donde falleció el 23 de septiembre de 1968. Por tanto, ¡durante 50 años! Pero nos queda una pregunta para la que, según creo, no tenemos ni tendremos respuesta: ¿qué medios empleaba el Fraile capuchino, qué se le concedía hacer en bien de las personas a las que visitaba de este modo, cuando llegaba hasta ellas por bilocación?; ¿podía, por ejemplo, confesarlas o celebrarles la santa misa?
Son muchos los datos que garantizan que el Padre Pío recibió del Señor el don de la bilocación. La garantía más absoluta la tenemos en sus respuestas a los interrogatorios a los que le sometió el visitador apostólico enviado por el Vaticano, monseñor Rafael Carlos Rossi, en junio de 1921. Si el Fraile capuchino aborreció siempre la mentira, en este caso ni podía pasar por su mente el mentir, pues se había comprometido a decir la verdad con un juramento, hecho mientras tenía su mano derecha sobre el libro de los evangelios.
En el tercer interrogatorio, el 16 de junio, el visitador le preguntó: «Se habla también de bilocaciones. ¿Qué me dice sobre esto?». Y el Padre Pío: «Yo no sé cómo tiene lugar, ni de qué naturaleza es esto, ni mucho menos le doy importancia; pero me ha sucedido tener presente a esta o a aquella persona, este lugar o aquel otro lugar; no sé si la mente ha marchado allí o alguna representación del lugar o de la persona se me ha presentado a mí; no sé si con el cuerpo o sin el cuerpo que yo haya estado presente». El visitador siguió indagando: «Si ha sido consciente del inicio de este estado y de la vuelta al estado normal». Y el Fraile capuchino le informó: «Ordinariamente me ha sucedido cuando estoy rezando; mi atención estaba en la oración tanto antes como después de esta representación; después ciertamente me encontraba como antes». El monseñor le pidió «Que exponga casos particulares»; y éstos son los que le relató el Capuchino de Pietrelcina: «En una ocasión me encontré junto al lecho de una enferma: la señora María de San Giovanni Rotondo, de noche; yo estaba en el convento, creo que estaba orando. Hará de esto más de un año. Le dirigí palabras de consuelo; ella pedía que yo orara por su curación. Esto es lo sustancial. Más en particular, yo no conocía a esta persona; me la habían recomendado. Otro caso. Un hombre (el Padre Pío no dice el nombre por discreción) se me presentó o yo me presenté a él, en Torre Maggiore - yo estaba en el convento - y le reprendí y le eché en cara sus vicios, exhortándole a convertirse, y poco después este hombre vino también aquí. Creo que han sucedido otros casos; pero éstos son los que recuerdo».
Dos datos, que se pueden leer en el "Voto" que el visitador entregó en el Santo Oficio, excluyen, por una parte, cualquier posible sospecha de "ostentación" por parte del Padre Pío, y garantizan, por otra, el empeño de éste de que no se falsifique la verdad. A la intervención del visitador: «Si estos presuntos casos de bilocación los ha comunicado a otros», respondió: «No, para nada, en ningún caso. Es la primera vez que lo digo y lo digo a usted en estos términos. No me parece que los haya dado a conocer ni siquiera al director espiritual, porque tampoco sabría cómo hacerlo». Y cuando el día 20, en el interrogatorio sexto, monseñor Rossi volvió sobre el tema y, en relación al caso de la «señora María de San Giovanni Rotondo», se atrevió a opinar así: «Me parece que este caso habría que atribuirlo más bien a un estado de alucinación de dicha Señora, en la excitación de su enfermedad», el Capuchino respondió tajante: «Yo no entro en la situación de esta Señora. Digo que yo estuve allí».
Los testimonios que hablan de visitas del Padre Pío por bilocación son muchos. Algunos se relatan con detalle en las biografías del Santo. También son muchos los que se refieren a visitas del Santo después de su muerte, aunque, en el supuesto de que sean verdad, no podrán ser llamadas bilocaciones. Creer o no estos testimonios dependerá de la sensibilidad de cada uno.
No habría que dudar de aquellas bilocaciones del Padre Pío en las que es él el que las refiere. En sus cartas de orientación espiritual, el Padre Pío señala al menos tres ocasiones en las que el Señor le concedió hacerse presente en otros lugares, siempre para llevar consuelo y esperanza en situaciones especialmente difíciles para las personas a las que visitaba de este modo; una de ellas a Raffaelina Cerase el 4 de octubre y primeras horas del día 5 del año 1914. Indico que, en los tres casos, pide a los destinatarios de las cartas el secreto más absoluto de lo que les comparte, y también que las destruyan una vez leídas. De la visita en bilocación que se le concedió realizar el 18 de enero de 1905, se conserva el papelito autógrafo en el que el joven capuchino de 17 años, quizás asustado ante «algo insólito», se lo cuenta al padre Agustín de San Marco in Lamis. Éste, al saber que la niña que la Virgen encomendó a los cuidados del Capuchino era Giovanna Rizzani, le entregó a ella el escrito, la joven preguntó a su Padre espiritual si él lo había escrito y el Padre Pío le respondió afirmativamente. El escrito, que está publicado en el Epistolario IV, dice así: «Hace unos días me sucedió algo insólito mientras me encontraba en el coro con fray Anastasio; serían entonces sobre las 23 horas del día 18 del mes pasado; me encontré lejos, en una casa señorial, en la que, mientras moría el padre, venía al mundo una niña. Se me apareció entonces María santísima que me dijo: “Te confío esta criatura. Es una piedra preciosa sin labrar: trabájala, brúñela, vuélvela lo más reluciente posible, porque quiero un día adornarme con ella. No dudes. Será ella la que vendrá a ti, pero antes la encontrarás en San Pedro”. Después de todo esto, me he encontrado de nuevo en el coro».
Si sucedió así, el relato puede ofrecernos alguna luz sobre la frecuencia de las bilocaciones del Padre Pío. Se cuenta que, en una ocasión, un religioso de la fraternidad, en plan jocoso, le dijo al cohermano: «Padre Pío, dicen que Napoleón era capaz de hacer hasta cinco y seis cosas a la vez; usted, ¿cuántas?». Y la respuesta: «Yo cinco o seis, ¡no!; pero tres, ¡sí! Yo puedo al mismo tiempo confesar, rezar el rosario y pasearme por el mundo».
Entre las bilocaciones que llaman poderosamente la atención hay que poner las que colocan al Padre Pío llevando lo necesario para celebrar la santa misa al cardenal húngaro Mindszenty en el tiempo en que, arrestado por el régimen comunista, permaneció primero en la cárcel y después, en atención a su delicada salud, en arresto domiciliario, en los años 1948-1956.
Para terminar el escrito con algo menos trágico que un cardenal en la cárcel, copio de la biografía “San Pio da Pietrelcina" de Beppe Amico este relato: «El hecho tuvo lugar en Milán en los años 1926 ó 1927. Un joven, hijo espiritual del Padre Pío, al pasar por delante de la tienda de un anticuario, quedó atraído por un magnífico cuadro redondo de la Virgen María. Entró en la tienda y preguntó por el precio del mismo. La cifra era muy alta para él; pero, con todo, pidió al dueño que se lo guardara hasta el día siguiente. El anticuario, al llegar a casa le dijo a su mujer: “He hecho un gran negocio; creo que he hecho un gran negocio. Ha venido un hijo espiritual del Padre Pío (ni siquiera sabía quién era el tal Padre Pío) que quiere el cuadro redondo de la Virgen”. Le dijo el precio y su mujer le reprochó: “¿Por qué has pedido un precio tan alto?” El marido le respondió: “Los negocios son los negocios”. Aquella noche, mientras estaba en la cama, el anticuario vio que se abría la puerta de su dormitorio, que un fraile, que andaba con dificultad, caminando hacia la cama, le iba diciendo: “Ladrón, ladrón. Lo has comprado por cinco y lo vendes por cien. Ladrón, ladrón” Y así hasta la cama; y luego, retirándose, repetía hasta llegar a la puerta: “Ladrón, ladrón, ladrón”. No logró pegar ojo en toda la noche. A la mañana siguiente llegó a la tienda el joven a comprar el cuadro con todo lo que había podido recoger en su casa. Entró y preguntó: “¿Me ha reservado el cuadro?”. El dueño le respondió: “No, no te lo doy, se lo quiero llevar yo al fraile”. Y le preguntó: ¿Por casualidad tienes alguna foto del Padre Pío? Le mostró una que llevaba en la cartera y el anticuario reconoció al que se le había aparecido en la noche anterior. Sin perder tiempo, preparó el cuadro y se fue a San Giovanni Rotondo. Le hicieron pasar a la salita reservada para los hombres, donde el Padre Pío, al regresar del confesonario, se detenía algunos segundos para saludarles. Cuando el Padre Pío vio al anticuario con el cuadro de la Virgen, se paró delante y dijo: “Madrecita, gracias por habérmelo traído”; no tanto el cuadro cuanto al anticuario, que era ateo y ya se estaba reconciliándose con Dios. Este anticuario pasó a ser en Milán el gran divulgador del Padre Pío y de los mensajes del Capuchino». 



Este cuadro sigue estando en la celda nº 1, la que usó el Padre Pío desde el año 1943 hasta su muerte, en la pared de enfrente de la cabecera de la cama.
 Elías Cabodevilla Garde

Diciembre: días 22 al 28.


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22.  Jesús Niño sea la estrella que te guíe a través del desierto de esta vida (AP).

23.  La fe también nos guía a nosotros. Y nosotros, detrás de su luz, seguimos seguros el camino que nos conduce a Dios, a su patria; como los santos magos, que, guiados por la estrella, símbolo de la fe, llegaron al lugar deseado (Epist.IV, p.886).

24.  Tu entusiasmo no sea amargo ni puntilloso, sino libre de todo defecto; que sea dulce, benigno, gracioso, pacífico y animoso. ¡Ah!, mi buena hija, ¿quién no ve en el querido y pequeño Niño de Belén, a cuya venida nos estamos preparando, quién no ve, digo, que su amor por las almas no tiene parangón? El viene a morir para salvar, y es tan humilde, tan dulce, tan amable (Epist.III, p.465s.).

25.  Vive alegre y animosa, al menos en las facultades superiores del alma, en medio de las pruebas en las que el Señor te pone. Vive alegre y animosa, repito, porque el ángel, que preconiza el nacimiento de nuestro pequeño Salvador y Señor, anuncia cantando y canta anunciando que él promulga alegría, paz y felicidad, a los hombres de buena voluntad, para que no haya nadie que ignore que, para recibir a este Niño, basta ser de buena voluntad (Epist.III, p.466).

26.  Jesús desde su nacimiento nos indica nuestra misión, que es la de despreciar lo que el mundo ama y busca (Epist.IV, p.867).

27.  Jesús llama a los pobres y sencillos pastores por medio de los ángeles para manifestarse a ellos. Llama a los sabios por medio de su misma ciencia. Y todos, movidos por la fuerza interna de su gracia, corren hacia él para adorarlo. Nos llama a todos nosotros con divinas inspiraciones y se nos comunica a nosotros con su gracia. ¿Cuántas veces nos ha invitado amorosamente también a nosotros? Y nosotros ¿con qué prontitud le hemos correspondido? Dios mío, me ruborizo y me lleno de confusión al tener que responder a esta pregunta (Epist.IV, p.883s.).

28.  Los mundanos, enfrascados en sus negocios, viven en la obscuridad y en el error, y no se preocupan de conocer las cosas de Dios, ni piensan en su salvación eterna, ni tienen prisa alguna por conocer la venida de aquel Mesías esperado y suspirado por las naciones, profetizado y anunciado por los profetas (Epist.IV, p.885).
 (Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (13).


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La "misión grandísima" que el Señor confió al Padre Pío de Pietrelcina, al igual que la de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y la de la Iglesia, tenía y tiene como destinatario al hombre, formado de alma y cuerpo; dos realidades siempre unidas durante la existencia terrena, con influjo permanente de una en la otra.
Si usamos el lenguaje, poco adecuado, que se ha usado con frecuencia durante siglos, podríamos afirmar que los medios usados por el Padre Pío para llevar a cabo su "misión grandísima", expuestos hasta ahora en esta etiqueta de la página web: la oración, la correspondencia de orientación espiritual, los escritos breves con mensajes de vida cristiana, la predicación, el buen ejemplo como capuchino y como sacerdote, la celebración de la misa, el ministerio de las confesiones, la devoción a la Virgen María... buscaban, ante todo, la salvación y santificación de las almas. En cambio, las obras sociales que promovió el Fraile capuchino, sobre todo el hospital "San Francisco de Asís" y el  hospital "Casa Alivio del sufrimiento", pretendían sobre todo la salud del cuerpo. Pero el Padre Pío supo buscar las dos realidades a la vez. Lo indicó con claridad el Papa Juan Pablo II en la homilía de la Canonización del Padre Pío, el 16 de junio del 2002: «El Padre Pío unía a la oración una intensa actividad caritativa, de la que es expresión extraordinaria la “Casa Alivio del Sufrimiento”».
Sin duda, la obra social más conocida de las que promovió el Padre Pío es el hospital "Casa Alivio del Sufrimiento", también porque sigue con creciente actividad a la distancia de 59 años de su inauguración y de 45 de la muerte de su fundador. Si esta "criatura de la Providencia", como la llamó el Padre Pío en la ceremonia de la apertura, aparecía majestuosa el 5 de mayo de 1956: 6.000 m2 de superficie, 188 m. de fachada, 40 m. de altura, 37 m. de profundidad, en el exterior toda cubierta de mármol blanco, grandes terrazas que permiten transportar a los enfermos en helicóptero…, y, en el interior, 300 camas, amplios quirófanos, capilla..., lo es mucho más en la actualidad, tras las sucesivas ampliaciones, que han hecho que hoy disponga de 1.200 camas.
A esta gran obra social precedió otra más sencilla, en la que, no por eso, el Padre Pío y sus colaboradores pusieron menos amor y entrega. Cuando el Fraile capuchino llegó a esta pequeña ciudad del centro-sur de Italia, en julio de 1916, el entorno de San Giovanni Rotondo era uno de los más pobres y abandonados del país, con carencias evidentes en la atención sanitaria y en la enseñanza. La primera respuesta a la carencia de asistencia médica adecuada la dio el Padre Pío en el año 1925, promoviendo el pequeño hospital “San Francisco de Asís”, en una parte del antiguo monasterio de Clarisas, abandonado por su estado ruinoso, que funcionó durante 13 años, hasta el terremoto de 1938, que lo destruyó.
De poco servirían estas estructuras hospitalarias, sencilla la primera, majestuosa la segunda, sin una adecuada atención médica, humana y espiritual de los enfermos. Y el Padre Pío la promovió con insistencia. Los mensajes que iba repitiendo, comenzando por los que encierra el nombre que quiso para el hospital: “Casa Alivio del Sufrimiento”, hablan de instrumentos científicos y técnicos los más avanzados, de profesionalidad y formación permanente en el personal sanitario, de acogida fraterna a los enfermos, que, en estos hospitales, tendrían que encontrarse como en su "casa", de medicina adecuada dada con amor, de ofrecimiento al enfermo también de las buenas noticias del amor de Dios y del sentido del sufrimiento… El Papa Juan Pablo II quiso recogerlos en la homilía de la Beatificación del Padre Pío, el 2 de mayo de 1999, al decir de la “Casa Alivio del Sufrimiento” que el Padre Pío «la quiso como un hospital de primer orden, pero sobre todo se preocupó de que en él se practicase una medicina verdaderamente “humanizada”, en la que el contacto con el enfermo se distinguiera por la atención más cálida y por la acogida más cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre, necesita, no sólo de una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo de un clima humano y espiritual que le permita encontrarse consigo mismo al entrar en contacto con el amor de Dios y con la ternura de los hermanos».
Este modo de atender a los enfermos exige, sin duda, unas motivaciones claras que lo estimulen. Y el Padre Pío supo darlas. Ante todo con su ejemplo, tanto en el modo de acoger y tratar a los miles de peregrinos que llegaban hasta él, como, sobre todo, en la forma de comportarse con los enfermos, cuando el ministerio del confesonario le permitía visitarlos en el hospital. Y también con sus enseñanzas en las que, además de recordar que el enfermo es una persona en situación de invalidez en esos momentos, proponía mensajes tan alentadores como éste: «En cada enfermo está Jesús que sufre; en cada pobre está Jesús que languidece; en cada enfermo pobre está dos veces Jesús»; mensaje que llevó al Papa Juan Pablo II a pedir al «humilde y amado Padre Pío», en la ceremonia de la Canonización: «Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús».
La otra necesidad urgente que encontró el Padre Pío al llegar a San Giovanni Rotondo fue la de habilitar escuelas y personal docente para la adecuada instrucción y formación de niños y jóvenes. Los Centros que promovió el Capuchino de Pietrelcina fueron muchos, si se tiene en cuenta que San Giovanni Rotondo era entonces una ciudad pequeña. Y, al encomendarlos a Congregaciones religiosas, quiso garantizar que en ellos, junto a la instrucción científica, se iba a cultivar con esmero la formación humana y religiosa. En las biografías del Santo se citan como Centros escolares promovidos por él: la Escuela materna y la Escuela profesional para chicas jóvenes, en la expansión de San Giovanni Rotondo hacia el convento de Capuchinos, que encomendó a las Hermanas Franciscanas de Ozzano; la Escuela materna “San Francisco de Asís” con su Orfanato, en la zona de San Onofre, que confió a las Terciarias Capuchinas del Sagrado Corazón; la Guardería infantil y los Centros para niños y adolescentes en la zona sur del pueblo, atendidos por las Hermanas de la Inmaculada de Pietradefussi; y el Centro de enseñanza profesional, que confió a los Terciarios Capuchinos. La biografía de Leandro Sáez de Ocáriz "Pío de Pietrelcina, místico y apóstol" termina así este apartado: «En resumen: entre los varios establecimientos construidos en el entorno de San Giovanni Rotondo, por iniciativa o a impulsos del padre Pío, se pudo dar conveniente educación a más de 500 niños de la pequeña ciudad».
Elías Cabodevilla Garde

Diciembre: días 15 al 21.


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15.  Tener miedo de perderte entre los brazos de la divina bondad es algo más extraño que el temor del niño estrechado entre los brazos de su madre (Epist.III, p.638).

16.  ¡Animo!, mi querida hija; tienes que cultivar atentamente ese corazón bien formado y no ahorrar nada que le pueda ser útil para su felicidad. Y si es cierto que esto puede y debe hacerse en toda estación, es decir, en toda edad. La edad que tú tienes es la más apropiada (Epist.III, p.418).

17.  En sus lecturas, hay poco que admirar y casi nada que edifique. Os es necesario del todo que, a esas lecturas, añada la de los libros santos (= Sagrada Escritura), tan recomendada por todos los santos padres. Y yo, a quien me apremia tanto su perfección, no puedo eximirle de estas lecturas espirituales. Conviene (si quiere obtener de tales lecturas tan inesperado fruto) que deponga sus prejuicios sobre el estilo y la forma con que se presentan estos libros. Esfuércese por cumplir esto y encomiéndelo al Señor. En todo esto se oculta un grave engaño y yo no se lo puedo ocultar (Epist.II, p.141s.).

18.  Todas las fiestas de la Iglesia son bellas... La Pascua, sí, es la glorificación..., pero la Navidad tiene una ternura, una dulzura infantil, que me conquista por entero el corazón (GdR, 75).

19. Tus ternuras conquistan mi corazón y quedo aprisionado por tu amor, Niño celestial. Deja que al contacto con tu fuego, mi alma se derrita por amor, y que tu fuego me consuma, me abrase, me convierta en cenizas aquí a tus pies y permanezca derretido por amor y glorifique tu bondad y tu caridad (Epist.IV, p.871s.).

20. Pobreza, humildad, bajeza, desprecio, rodean al Verbo hecho carne; pero nosotros, en la obscuridad en la que está envuelto este Verbo hecho carne, comprendemos una cosa, oímos una voz, entrevemos una sublime verdad. Todo esto lo has hecho por amor, y no nos invitas más que al amor, no nos hablas más que de amor, no nos das más que pruebas de amor (Epist.IV, p.866s.).

21. Madre mía María, condúceme contigo a la gruta de Belén y concédeme abismarme en la contemplación de lo que, por ser tan grande y sublime, es para desentrañarlo en el silencio de esta grande y bella noche (Epist.IV, p.868).

 (Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (15)


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Como Jesús, que no vino «a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9, 13).
Jesús, a quien los hombres de su generación llamaron, de forma despectiva, «amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,19), vino al mundo no «a llamar a los justos sino a los pecadores a la conversión» (Lc 5, 32).
Invitó y ayudó a abandonar los caminos de pecado: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 7, 11) y a seguir los del Evangelio: «Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”» (Lc 19, 8-9).
Más aún: derramó su sangre en la cruz para la remisión de nuestros pecados, y confirió a los apóstoles el poder de perdonarlos.
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Al Padre Pío bien se le puede llamar, como a Jesús, «amigo de pecadores». Amigo de pecadores, que consagró su vida a escucharlos, a absolverlos de sus pecados y a estimularlos a la conversión. O, como él decía, a «liberarlos de los lazos de Satanás», «hacerles participar después de la vida del Resucitado» y «poner fin así a la ingratitud de los hombres para con Dios, nuestro Sumo Bienhechor».
- Santificar a los hermanos y, como primer paso, liberarlos del pecado, era la misión que el Señor iba confiando cada día al Padre Pío. Él mismo lo dijo a Nina Campanile en una carta de noviembre de 1922: «Oigo internamente una voz que repetidamente me dice: santifícate y santifica».
- El Padre Pío comprendió muy bien este mensaje del segundo Libro de los Macabeos: «Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo» (2Mac 15, 14), pues repetía con frecuencia: «Salvar las almas orando siempre»; y a su primera hija espiritual, Raffaelina Cerase, al proponerle las intenciones por las que debía orar, la primera que le señala es ésta: «Rogad por los malos». Y su oración al Señor la dirigía de tal modo en favor de los demás, que pudo escribir a su segundo Director espiritual, el padre Agustín: «Oh, si el orar por los demás no incluyese también orar por uno mismo, ciertamente mi alma sería la más perjudicada, y no porque no se reconozca necesitada de los auxilios divinos, sino porque le faltaría tiempo material para presentar al Señor sus necesidades».
- Sin duda, la aportación más valiosa del Padre Pío en favor de los pecadores fue su ofrenda al Señor como víctima por ellos. El 29 de noviembre de 1910, aún joven de 23 años y sacerdote desde hacía unos pocos meses, escribió esto a su Director espiritual, el padre Benedicto: «Y ahora, padre mío, voy a pedirle un permiso. Desde hace tiempo siento en mí una necesidad, la de ofrecerme al Señor víctima por los pobres pecadores y por las almas del purgatorio. Este deseo ha ido creciendo de tal modo en mi corazón que se ha convertido en una, por así decirlo, fuerte pasión. Es cierto que esta ofrenda la he hecho repetidas veces al Señor, urgiéndole a que quiera derramar sobre mí los castigos preparados para los pecadores y para las almas del purgatorio, incluso centuplicándolos sobre mí, con tal que convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el cielo a las almas del purgatorio; pero ahora quisiera hacer esta ofrenda al Señor por obediencia a usted. Me parece que lo quiere Jesús».
- Esto es lo que el padre Agustín pudo escuchar al Padre Pío, un año más tarde, en noviembre de 1911, en Venafro, durante un éxtasis, cuando se encontraba enfermo en cama: «¡Cuántas profanaciones en tu santuario! ¡Oh Jesús mío! ¡Perdona! ¡Baja la espada! ¡Y si debe caer, que caiga sobre mi cabeza! ¡Sí! ¡Yo quiero ser víctima! ¡Castígame por tanto a mí y no a los demás! ¡Mándame si quieres hasta al mismo infierno, con tal de que te ame y de que se salven todos! ¡Sí! ¡Todos! ¡Jesús mío! ¡Yo me ofrezco víctima por todos!».
- El Padre Pío no quiso, no pudo, despreocuparse de los pecadores cuando dejaban esta tierra. Los seguía hasta que, purificados del todo, llegaban a su destino eterno en el cielo. Ya me he referido a su ofrenda de víctima por las almas del purgatorio. A ella unía sus buenas obras, sus sufrimientos, consecuencia de la ofrenda como víctima… y sus oraciones. Y, en este punto, quiero reseñar un detalle sencillo pero muy significativo. En la Plegaria eucarística que se usaba entonces en la Misa - hoy permanece junto a otras -, se invitaba al sacerdote al silencio y a la oración personal en dos momentos: el de orar por los vivos y el de orar por los difuntos. En los dos, y más en el segundo, el Padre Pío, excepto cuando desde el Vaticano le mandaron que sus Misas no duraran más tiempo del que emplean otros sacerdotes, se detenía durante muchos minutos.
- La intensidad con la que el Padre Pío buscaba la conversión de los pecadores y su posterior santificación, la podemos deducir también de sus invitaciones a colaborar con Cristo en la salvación de los hombres, sea por los sufrimientos aceptados con este fin cuando nos llegan, sea por otros sufrimientos deseados y buscados con esta finalidad. Sirva de ejemplo este mensaje que escribió a Assunta di Tomaso el 2 de marzo de 1917: «Jesús tiene necesidad de quien llore con él por la iniquidad de los hombres, y por este motivo te lleva por los caminos del sufrimiento, como me lo señalas en tu carta».
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Al padre Pío, «amigo de pecadores» como Jesús, que los buscó y acogió para que, como hijos pródigos arrepentidos, volvieran a la casa del Padre y experimentaran su abrazo de acogida y de gozo, podemos llamarle con razón, como fray Modestino: fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

Diciembre: días 8 al 14.


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8.  A Dios se le sirve únicamente cuando se le sirve como él quiere (CE, 19).

9.  En resumen, no filosoféis sobre vuestros defectos y tampoco repliquéis; continuad vuestro camino sin rodeos. No. Dios no puede abandonaros cuando vosotros, por no perderlo, permanecéis firmes en vuestras decisiones. Que el mundo se destruya, que todo esté en tinieblas, en humo, en confusión..., pero Dios está con nosotros. ¿De qué, pues, vamos a tener miedo? Si Dios habita en las tinieblas y sobre el monte Sinaí, entre relámpagos y truenos, ¿no debemos estar contentos sabiendo que estamos cerca de él? (Epist.III, p.580).

10.  Agradece y besa dulcemente la mano de Dios que te pega; es siempre la mano de un padre que te pega porque te quiere bien (CE, 25).

       11.  El miedo cerval es un mal peor que el mismo mal (CE, 33).

12.  El dudar es el mayor insulto a la divinidad (CE, 35).

13.  Por medio de las pruebas Dios une a sí a las almas que ama (ASN, 44).

14.  Quien se apega a la tierra queda apegado a ella. Es mejor despegarse poco a poco que hacerlo de golpe. Pensemos siempre en el cielo (CE, 64).

 (Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (12).


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 En la Exhortación apostólica "El culto mariano", el Papa Pablo VI afirma: «La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también la piedad a la Santísima Virgen, de modo subordinado a la piedad hacia el Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana». Mucho antes de que Pablo VI lo dijera el 2 de febrero de 1974, el Padre Pío de Pietrelcina ya había experimentado esta «gran eficacia pastoral» y esta «fuerza renovadora de la vida cristiana» de la devoción a la Virgen María. Y la promovía incansablemente en los fieles para cumplir, también de este modo, la "misión grandísima" que el Señor le había confiado.
Esta «fuerza renovadora» de la devoción mariana el Padre Pío la experimentó, ante todo, en su propia vida; y en relación a los dos destinatarios hacia los que orientó su existencia en este mundo: Dios y el prójimo. Al leer las palabras que escribió el 20 de noviembre de 1921 a su Director espiritual, el padre Benedicto de San Marco in Lamis: «Todo se resume en esto: estoy devorado por el amor de Dios y el amor del prójimo», es fácil poner como causa importante de esta hermosa realidad la «tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra» que, en palabras de Juan Pablo II en la ceremonia de la Canonización del Fraile capuchino, el Santo de Pietrelcina cultivó con empeño y, como consecuencia, puede transmitirnos a sus devotos.
Al recordar la devoción mariana del Padre Pío, cabría prescindir de testimonios tan cualificados como el de Juan Pablo II, que el día de la Beatificación del Padre Pío, en la Plaza de San Juan de Letrán de Roma, antes del rezo del "Regina Coeli", afirmó: «Su devoción a la Virgen María se transparenta en todas las manifestaciones de su vida»; o el de Benedicto XVI, en su peregrinación a San Giovanni Rotondo del 21 de junio del 2008: «Siempre experimentó por la Virgen un amor muy tierno»; o el del capuchino Ángel Pizzatelli, en su libro "Padre Pio, Maestro di devozione mariana": «No basta afirmar que la devoción a la Virgen María del "Serafín del Gárgano" es tiernísima, vivísima, ferventísima... Su amor a María no es sólo un elemento de su espiritualidad...; es el alma, la esencia de su espiritualidad y santidad»..., ya que tenemos el del mismísimo Padre Pío, tan atrevido que, en su amor a María, se coloca en segundo lugar, inmediatamente después de Jesús, diciéndoselo a la Virgen durante un éxtasis, en el convento capuchino de Venafro, en noviembre de 1911: «Escucha, Madrecita: yo te quiero mucho más que todas las criaturas de la tierra y del cielo..., después de Jesús, naturalmente...; pero te quiero mucho».
¿Qué fuerza renovadora tuvo esta devoción mariana en la relación del Fraile capuchino con el Señor? Sin duda, la mejor respuesta a esta pregunta la tenemos en la carta que el Padre Pío escribió a su segundo Director espiritual, el padre Agustín de San Marco in Lamis, el 6 de mayo de 1913: «¿Qué he hecho yo para merecer tanta generosidad?¿Mi conducta no ha sido acaso una negación continua, no digo de su Hijo, sino del mismo nombre de cristiano? Y, sin  embargo, esta tiernísima Madre, en su inmensa misericordia, sabiduría y bondad, ha querido castigarme de una forma tan excelsa como la de derramar tantas y tan grandes gracias en mi corazón que, cuando me hallo en su presencia y en la de Jesús... me siento abrasándome del todo sin fuego; me siento abrazado y unido al Hijo por medio de esta Madre, sin ni siquiera ver las cadenas que tan estrechamente me atan; mil llamas me consumen… Las cadenas, que mis ojos no ven, las siento que me tienen atado y muy atado a Jesús y a su querida Madre; y es en esos instantes cuando, las más de las veces, me pueden los arrebatos; siento que la sangre me afluye al corazón y de éste a la cabeza, y estoy tentado de gritarles a la cara y llamar cruel al Hijo, tirana a la Madre».
Y para entrever el influjo de esta devoción mariana en la dedicación del Padre Pío a su prójimo, puede servirnos este dato. El ministerio sacerdotal al que el Capuchino de Pietrelcina dedicó más horas fue el de confesor. Y en relación a las muchas horas diarias que el Padre Pío pasó en el confesonario, «liberando a mis hermanos de los lazos del pecado», tenemos este testimonio del padre Tarsicio de Cervignara, capuchino de la misma Provincia religiosa del Padre Pío y, en aquella época, Exorcista de la Diócesis de Foggia: «Durante los exorcismos, entre las muchas cosas que pregunté al demonio, quise saber por qué el Padre trataba con severidad a tantas almas en el confesonario. Oigo que me dice: “El Padre Pío trata a cada alma como Dios quiere. A los lados del confesonario están siempre para asistirlo la Virgen y San Francisco, y el Padre Pío hace y dice sólo lo que éstos le sugieren”. El asunto me impresionó. Quise hablarlo con el interesado: “Padre, se lo pido en nombre de Dios y la respuesta debe dármela para mi tranquilidad. ¿Es verdad que en el confesonario está asistido por la Virgen y por San Francisco, y que en relación a las almas hace y dice todo y sólo lo que le viene sugerido por la Virgen Santísima y por el Seráfico Padre?”. “Hijo mío, si no estuvieran estos dos conmigo, ¿qué conseguiría hacer yo?”, oigo que me responde el Padre, con la cabeza inclinada y después de unos instantes de vacilación».
El Padre Pío, convencido, también por propia experiencia, de la «gran eficacia pastoral» de la devoción a María, la promovió incansablemente. No dejaron de recalcar este hecho ni Juan Pablo II, en la Beatificación del Capuchino: «... el nuevo beato no se cansaba de inculcar en los fieles una devoción a la Virgen María tierna, profunda y enraizada en la genuina tradición de la Iglesia. Tanto en el secreto del confesonario como en la predicación volvía siempre a exhortar: ¡Amad a la Virgen María!», ni Benedicto XVI, en San Giovanni Rotondo: «Aquí, en el santuario de san Pío de Pietrelcina, nos parece escuchar su misma voz, que nos exhorta a dirigirnos con corazón de hijos a la Virgen Santa: "Amad a la Virgen y haced que la amen"... Pero más que las palabras valía el testimonio ejemplar de su profunda devoción a la Madre celestial».
Para promover esta devoción tierna y filial a María, el Padre Pío usó todos los medios a su alcance: las cartas de orientación espiritual, los breves escritos en estampas y papelitos, sus mensajes antes del rezo diario del Ángelus a mediodía y a media tarde, las exhortaciones en el confesonario, los muchos rosarios que repartía, a la vez que invitaba a rezarlo con frecuencia... Y, al parecer, el Señor le concedió servirse de otros medios no ordinarios. En una carta del 1 de mayo de 1912, escribió al padre Agustín: «Quisiera tener una voz tan fuerte como para invitar a todos los pecadores del mundo a amar a la Virgen María. Pero, como esto no está a mi alcance, he rogado y seguiré rogando a mi Angelito de la Guarda que lo haga él por mí».
Y para seguir promoviendo esta «fuerza renovadora de la vida cristiana» a lo largo de los siglos, al final de su vida el Padre Pío nos dejó este testamento espiritual: «Amad a la Virgen María, haced que la amen, rezad siempre el Rosario».

 Elías Cabodevilla Garde

Diciembre: días 1 al 7.


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1.  No te importe perder, hijo mío, deja que publiquen lo que quieran. Temo el juicio de Dios y no el de los hombres. Que lo único que nos asuste sea el pecado, porque ofende a Dios y nos deshonra (AP).

2.  La bondad divina no sólo no rechaza a las almas arrepentidas, sino que va también en busca de las contumaces (CE, 11).

3.  Cuando os veáis despreciados, haced como el martín pescador que construye su nido en los mástiles de las naves; es decir, levantaos de la tierra, elevaos con el pensamiento y con el corazón hacia Dios, que es el único que os puede consolar y daros fuerza para sobrellevar santamente la prueba (VVN, 48).

4.  Tu reino no está lejos y tú haces participar de tu triunfo en la tierra para después hacer partícipes de tu reino en el cielo. Haz que, al no poder dar cabida a la comunicación de tu amor, prediquemos con el ejemplo y con las obras tu divina realeza. Toma posesión de nuestros corazones en el tiempo para poseerlos en la eternidad. Que nunca nos retiremos de debajo de tu cetro, y ni la vida ni la muerte consigan separarnos de ti. Que nuestra vida sea una vida bebida a grandes sorbos de amor en ti para expandirla sobre la humanidad y que nos haga morir en cada momento para vivir sólo de ti y derramarte en nuestros corazones (Epist.IV, p.888).

5.  Hagamos el bien mientras disponemos del tiempo, y daremos gloria a nuestro Padre del cielo, nos santificaremos a nosotros mismos, y daremos buen ejemplo a los demás (Epist.III, p.397).

6.  Cuando no consigas avanzar a grandes pasos por el camino que conduce a Dios, conténtate con dar pequeños pasos y espera pacientemente a tener piernas para correr, o mejor alas para volar. Confórmate, hija mía, con ser por el momento una pequeña abeja en la colmena, que muy pronto llegará a ser una gran abeja capaz de fabricar la miel (Epist.III, p.432).

7.  Humillaos amorosamente delante de Dios y de los hombres porque Dios habla a quien tiene las orejas abiertas hacia el suelo. Ama el silencio, porque en el mucho hablar hay siempre algo de culpa. Manténte en el retiro cuanto te sea posible, porque en el retiro el Señor habla al alma libremente y el alma está en mejor situación para escuchar su voz. Reduce tus visitas y sopórtalas cristianamente cuando te las hagan a ti (Epist.III, p.432).
  (Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde