Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (8).


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La misión que Cristo confió a la Iglesia se debe cumplir con palabras que anuncian la Buena Noticia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15), y con obras que testimonian lo que se anuncia: «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16). Y fue así como el Padre Pío cumplió la “misión grandísima” que le había confiado el Señor: con palabras, escritas y habladas, como he expuesto en los cuatro últimos escritos de esta etiqueta de la página web, y con el ejemplo de una vida santa.
El papa Benedicto XVI, al peregrinar a San Giovanni Rotondo el 21 de junio del 2008, se refirió varias veces a la santidad del Padre Pío. Las primeras palabras de su primera intervención hablada, la homilía de la Eucaristía, fueron: «En el corazón de mi peregrinación a este lugar, en el que todo habla de la vida y de la santidad del padre Pío de Pietrelcina…». Y, a lo largo de sus cuatro alocuciones, ofreció mensajes como éstos: «Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un fraile humilde y fervoroso sacerdote que… nos exhorta a ser santos»; «La herencia que os ha dejado es la santidad»; «Atraía al camino de la santidad con su mismo testimonio»…Y el Papa fue señalando virtudes concretas de esa santidad del Fraile capuchino: «El amor que él llevaba en el corazón y transmitía a los demás estaba lleno de ternura»; «…que vuestra presencia y vuestra acción en el seno del pueblo cristiano se conviertan en testimonio elocuente de la primacía de Dios en vuestra existencia. ¿Acaso no era precisamente esto lo que todos percibían en San Pío de Pietrelcina?»; «Rezaba siempre y en todo lugar con humildad, confianza y perseverancia»; «Su primera preocupación, su ansia sacerdotal y paternal era siempre que las personas regresaran a Dios, que pudieran experimentar su misericordia»; «Supo gastarse en el cuidado y alivio de los enfermos»; «Siempre experimentó por la Virgen un amor muy tierno»…
Esto mismo había hecho el papa Juan Pablo II, al beatificar al Padre Pío el 2 de mayo de 1999 y al declararlo Santo el 16 de junio del 2002. Además del reconocimiento oficial de su santidad, pues esto significa proclamarlo Beato y Santo, Juan Pablo II fue diciendo del Padre Pío: «Este santo capuchino, al que tantas personas se dirigen desde todos los rincones de la tierra, nos indica los medios para alcanzar la santidad, que es el fin de nuestra vida cristiana»;«La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad»… Y se detuvo a señalar algunos de los componentes de esa santidad: «El nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todas las cosas, a considerarlo nuestro único y sumo bien»; «Este humilde hermano capuchino ha dejado estupefacto al mundo con una vida entregada a la oración y a la escucha de los hermanos»; «¿Qué otra cosa ha sido la vida de este humilde hijo de san Francisco, sino un cons­tante ejercicio de la fe?»; «Todo el que se acercaba a S. Giovanni Rotondo para participar en su Misa, para pedirle consejo o confesarse, percibía en él una imagen viva del Cristo sufriente y resucitado»; «¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el humilde capuchino de Pietrelcina!»; «El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento de la penitencia»; «Su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de los her­manos»; «Que “Santa María de las Gracias”, a la que el humilde capuchino invocó con constante y tierna devoción»…
El testimonio de monseñor Rafael Carlos Rossi, el Visitador apostólico que el Vaticano envió a San Giovanni Rotondo en el año 1921, aunque, también desde esta fecha, la santidad del Padre Pío fue creciendo y ofreciendo frutos más abundantes y más evangélicos conforme pasaban los años, hasta su muerte en 1968, merece una atención especial. En su “Voto” o informe para la Congregación del Santo Oficio, después de afirmar «que había ido más bien prevenido en su contra», presenta al Padre Pío como «Religioso serio, distinguido, digno y, a la vez, franco, espontáneo en el convento». Y tras detenerse en cada una de las virtudes, termina escribiendo, casi como pidiendo excusas por tener que dar un juicio tan positivo: «En conciencia, yo debía referir y recalcar todo esto, apoyándome en las declaraciones que he recogido y en mis observaciones personales, para presentar con la menor imperfección posible el retrato moral-religioso del Padre Pío, retrato que se resume en pocas palabras: “El Padre Pío es un buen religioso, ejemplar, ejercitado en la práctica de las virtudes, entregado a la piedad y quizás más elevado a los grados de oración de lo que aparece al exterior; resplandece de modo especial por una sincera humildad y por una especial sencillez, que no han decrecido en él ni en los momentos más graves, en los que estas virtudes le fueron puestas a prueba verdaderamente grave y peligrosa”».

Para que no falte el juicio de una “persona de a pie”, transcribo la declaración del doctor José Sala, el médico que atendió al Padre Pío en los últimos años de vida y le asistió en el momento de la muerte, en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”: «Estoy firmemente convencido de que el Padre Pío practicó todas las virtudes de forma heroica. Humanamente no es posible vivir como vivió el Padre Pío en la práctica constante de tantas virtudes. Estoy convencido de que el Padre Pío, como hombre, fue un ser normal, con cualidades normales. Tenía una personalidad abierta y muy sensible a los sufrimientos de los demás. Pero era su personalidad espiritual desbordante la que lo hacía único, extraordinario y seductor para todos».

Del Padre Pío podemos decir, como de Jesucristo, que todo lo que enseñaba, aconsejaba o pedía de palabra era el primero en ponerlo en práctica. O, con palabras suyas, que intentó siempre, y lo consiguió, que «vayan a la par los buenos propósitos y las obras santas».
 Elías Cabodevilla Garde

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