Un hombre de Dios al servicio de los hombres

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Padre Pio y el àngel de la guarda


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Un ángel como compañero.

El mundo que rodeaba a Padre Pío no estaba hecho solo de cosas visibles.
Solo quien ha estado a su lado de una manera bastan¬te íntima o en las horas de silencio o en los momentos de intimidad personal se ha dado cuenta de que alrededor de él circundaban personajes que no era posible ver pero que se percibían, que no se sentían, pero de los cuales se intuía su presencia.

Cuando hablamos de ángeles, y particularmente de ángeles de la guarda, nos refugiamos en la fe. Creemos en su existencia y en sus intervenciones en la vida de los hombres porque así está escrito en la doctrina teológica y en las Sagradas Escrituras. Creemos y ya está. Y en este caso creer no nos supone ningún esfuerzo.

Sin embargo, percibir su presencia de manera indirecta, sin implicarse, de uno modo totalmente ajeno y sólo porque se haya tenido la fortuna de estar junto a alguien que tenía una cierta relación de familiaridad con estos seres inmateriales, puede atemorizar un poco, ahora que lo pienso. De todas maneras, en este caso no era así porque resulta que la persona que gozaba de este trato íntimo con los ángeles era maravillosa, paternal, maternal, fraternal transmitía a los demás una serenidad y seguridad familiar.

Él era un guarda atento de sus secretos y del mundo que existía en su interior, cuando se revelaba alguna cos extraordinaria, él, con su sonrisa y su ingenio, con la simplicidad de su comportamiento y con ese hacer sencillo que le caracterizaba, la reconducía y la decantaba a la dimensiones de la cotidianidad.

Tenía la capacidad de eliminar las distancias, de establecer un contacto humano que invitaba a la confianza de convertir el ambiente arcano en un hogar para aquellos que lo circundaban. Con él, el cielo estaba al alcance de la mano. Conseguía hacer sentir a gusto a aquellos que; lo asistían y estaban a su lado para ayudarlo en aquella zona imprecisa entre cielo y tierra, donde se cruzaban y se encontraban el mundo material y el espiritual.

Decir que Padre Pío tenía a un ángel como compañero es cierto, pero sería demasiado limitativo para él, ya que podría dar a entender que, a pesar de que convivir con otros hermanos, hijos espirituales, amigos y devotos, estaba talmente aislado sobre la tierra que no tenía un solo amigo.

La figura del ángel como compañero debe ser entendida como una presencia que está permanentemente a su lado, con discreción, invisible guarda de sus pasos y de sus pensamientos en todos los momentos del día, alguien a quien podía acudir con confianza ante cualquier eventualidad. Las otras personas, los hermanos, los amigos, los hijos espirituales se alternaban en torno a él iban y venían, iban y venían. El ángel, en cambio, siempre estaba allí. Utilizar el atributo «compañero» para hacer referencia al ángel de la guarda es cosa del propio Padre Pío, que lo dice todo al llamar a su ángel de la guarda «compañero de mi infancia»
.
De hecho, después de una noche que, a causa de una «broma» de mal gusto del maligno, transcurrió sumida en un tormento indescriptible que solo consiguió superar gracias a las certidumbres de su ángel, escribe una carta a su confesor el P. Agustino de S. Marco en Lamis en la que le revela su angustiado estado de ánimo y la ayuda que recibe:

«El compañero de mi infancia intenta atenuar los do¬lores que me infligen aquellos apóstatas impuros acunándome en un sueño de esperanza».

Era el mes de diciembre de 1912. Padre Pío estaba en Pietrelcina. Tenía 25 años.
Los demonios lo atormentaban física y moralmente, debilitándolo y provocándole depresiones espirituales. Aquel día debía estar realmente triste y preocupado por su futuro debido a la persistencia de aquellos seres malignos en causarle mal e insinuarle pensamientos de des¬esperanza y a su malicia, pues recurrían a todo tipo de métodos, argucias y trucos para engañarlo y disuadirlo del camino de la perfección.

El pasaje previamente citado nos ayuda a comprender esta relación: se trata de una amistad que ya viene de tiempo atrás, un sentimiento nostálgico, la imagen de una cuna, la necesidad de huir de la realidad presente, la proyección del futuro. Resumiendo en pocas palabras: la realidad se une con la poesía. Al llamar a su ángel «compañero de mi infancia», Padre Pío nos hace entender que aquella amistad se remontaba a la época de su vida en familia, antes todavía de que entrase en la Orden de los capuchinos, es decir, a la época de las fábulas para las cuales nadie en su familia tenía tiempo, y además ninguno tenía, cultura ni capacidad para contarlas. Y por eso, como en: una fábula, tenía a un ángel como compañero y, al mismo tiempo, un ángel tenía a un muchacho como amigo.

Quizás por esta razón Padre Pío todavía se ve a sí mismo como un muchacho acunado por el ángel, sin negar su estado actual de joven desconsolado, necesitado de esperanzas.
Me he detenido un poco en exceso en este episodio de la vida de Padre Pío porque es importante para lograr comprender todo lo que ha ocurrido entre él, su ángel y aquellos que estaban a su lado.
Padre Eusebio, que asistió a Padre Pío desde 1961 a 1965, escribió sobre los ángeles de la guarda y sobre Padre Pío: «El ángel comenzó temprano su obra, cuando Padre Pío todavía era un muchacho».
«Más adelante», dice el P. Eusebio, «avanzado en edad y santidad, Padre Pío llamará acertadamente a su ángel de la guarda "compañero de mi infancia". Tal definición revela la estrecha relación entre el pequeño Francesco (futuro Padre Pío) y su angelito. Un compañero no es una persona que uno se encuentra de vez en cuando o en ra¬ras ocasiones, sino alguien a quien se ve a menudo y con quien se mantiene una relación de amistad. Se le quiere y se es su compañero de juegos. Padre Pío, ya desde niño tenía un compañero celeste que animó su infancia y que le sirvió de conforto y ayuda en los momentos difíciles y a la hora le solucionaba los problemas de comunicación con sus hijos espirituales».

Al enunciar todo aquello a lo que ha hecho referencia Padre Eusebio se descubre una realidad insólita para nosotros pero normal para Padre Pío, una realidad impresionante si se piensa en que el santo hermano era muy cercano a nosotros gracias a su gran humanidad, un hombre que vivió y actuó como cualquier otro ser humano, pero que también tocó las más altas esferas de la dimensión espiritual y sobrenatural, un mundo del que su espíritu se nutrió abundantemente.

Y será justamente este «compañero de infancia» quien lo acompañará durante toda su existencia. Padre Eusebio continúa: «Este ángel estará junto a él cuando abandone a su familia y las prospectivas terrenales para dedicarse a Dios; lo ayudará durante el año del noviciado, en sus estudios para convertirse en sacerdote y se preocupará de que Padre Pío llegue a ser un digno ministro de Cristo. Lo guiará por el sendero de su excelentísima santidad y estará a su lado cuando tenga que soportar los asaltos del maligno, que parece abandonar el infierno y olvidarse del resto del mundo para centrarse únicamente en combatir contra el joven fraile». El ángel no lo abandonará jamás en esta pugna, que en ciertos momentos se volverá atroz y que durará toda la vida.

«He aquí la razón por la cual Padre Pío tenía por su ángel de la guarda una profunda, tierna y confidente devoción que rompía toda barrera y reducía cualquier diferencia entre ellos, haciendo de Padre Pío un ángel y de su ángel una criatura humana. Esta realidad irá creciendo constantemente con el paso de los años y con el acerca¬miento de Padre Pío a aquella Santidad a la que Dios le había llamado».

El compañero de su infancia también ha sido su amigo durante la juventud, su confidente durante la madurez y su apoyo en la vejez. Y, además, era quien le servía de ayuda en su «caminar» lejos del convento, a lo largo del mundo, para socorrer a las personas que lo necesitaban, que pedían su intervención.

(Fragmento extraìdo de "Envìame a tu àngel de la guarda" del  P. Alessio Parente)

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