Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Sigue mostrando la belleza de la vida cristiana.


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Que el Padre Pío ayudó a muchos a descubrir la belleza de la vida cristiana es de sobra conocido y no supone nada de extraordinario. Lo han hecho tantos y tantos a lo largo de los veinte siglos de cristianismo.
Sí resulta extraordinario y llamativo que los que recibieron esa ayuda del Santo de Pietrelcina necesitaran contarlo. Necesitaran y necesiten, porque, a la corta distancia de 45 años de la muerte del Capuchino italiano, son todavía incontables los que pueden hablar de encuentros personales con él en San Giovanni Rotondo.
Muchos lo han hecho por escrito, como don Pierino Galeone, en su libro “Il Padre Pio mio padre”, el padre Paolo Covino, en “Ricordi e Testimonianze”, el padre Pellegrino Funicelli, en “Padre Pio tra sandali e cappuccio”, fray Modestino Fucci de Pietrelcina, en “Yo… testigo del Padre”, Cleonice Morcaldi en “La mia vita vicino a padre Pio”… Otros -muchísimos, incontables, todos- de palabra, en todas las ocasiones que se les presentan. Para comprobarlo, basta entrar en uno de los confesonarios de la capilla penitencial de la iglesia de San Pío de de Pietrelcina de San Giovanni Rotondo o recorrer, vestido de capuchino, los 150 ó 200 metros que separan el convento de la capilla.
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¿Sucede hoy algo semejante? En este escrito que me llega de Dallas (Texas - USA), de Rosana Polanco, aparecen, bien subrayados, los dos datos que he señalado: el Padre Pío que sigue mostrando la belleza de la vida cristiana y de los diversos elementos que la componen: Cristo Jesús, el Rosario, la Confesión, la Eucaristía, la oración, el apostolado…, y la necesidad de contarlo, no por vanagloria, sino como alabanza al Señor y al Padre Pío y como testimonio para los hermanos.
«Eran días en  los que yo experimentaba una fuerte crisis existencial ante inesperados acontecimientos que tuvieron lugar en mi vida.                                                                                         
 San Pío de Pietrelcina era un santo indiferente para mí, hasta que, un día, él quiso encontrarme en el camino y me dijo al corazón: “Mira, pequeña, dame la mano; tu padre, José Miguel Polanco, ya está en el cielo. De hoy en adelante yo seré tu papá espiritual y te enseñaré cómo se vive la vida. Te voy a enseñar el verdadero sentido de los acontecimientos. Te voy a llevar a un Rey, al cual entregarás tu corazón y por el cual vale la pena gastarse la vida. Él es Jesús de Nazaret y reina desde la cruz. Si eres fiel a su palabra y te conviertes, un día te coronará con la gloria eterna”.
Meses después, el Padre Pío me llevó a San Giovanni Rotondo. Allí me permitió conocer a los suyos, conversar con los que convivieron con él, a los que administró los Sacramentos… Caminé por los  lugares por los que él caminó y aprendí a orar en el huerto donde él lo hacía a diario. Uno de los más bellos regalos que me entregó fue enseñarme el santo Rosario arrodillada frente a Santa María de las Gracias. Debo confesar que pedí perdón miles de veces porque para mí el Rosario había sido el mejor entretenimiento de abuelas y de mi madre.
Realmente fue un tiempo profundo, porque, siguiendo el estilo de Padre Pío, pude hacer una confesión general y darme cuenta de que es importante, no sólo pedir perdón por los propios pecados, sino también por los de aquellos que en algún punto de la vida me habían herido o hecho el mal. Una vez alivianada por el Sacramento de la Reconciliación, fui llevada a experimentar que, si la voz física de Jesús se apagó en este mundo, él no nos ha abandonado; más bien se ha quedado tangible en la Eucaristía. Ni en sueños había imaginado que, desde ese momento, la Eucaristía sería la medicina que iba a curar mi alma y el único alimento-medio de tener una unión perfecta con el Señor.
Desde ese momento el Padre Pío me ayudó a profundizar en el amor que proviene del Padre y del Hijo y a saber que, donde quiera que me encuentre, puedo llamar al Maestro y volar en espíritu a delante del Tabernáculo.
Quizá no comprenda todavía la grandeza de lo que significa ser la hija espiritual de P. Pío, pero, como hija pequeña, soy feliz de tener un papá tan generoso, que no guardó el secreto del Rey para salvarse únicamente él, sino que nos dejó su legado para que comprendamos que la salvación es para todos los que queramos acogerla.
De vuelta a Dallas (Texas), era casi imposible guardar este tesoro de fe únicamente para los familiares. Con el testimonio, y la valiosa ayuda del Espíritu Santo, pude abrir un Grupo de Oración del Padre Pío en la parroquia de San Juan Diego. Hoy en día somos un grupo de hombres y mujeres que hemos salido a recibir al Padre Pío con los brazos abiertos y deseamos compartir el carisma de nuestro amado Padre espiritual.
Las veces que Jesús, por intercesión de Padre Pío, nos ha salvado la vida de un accidente, nos ha librado de un peligro o enfermedad… son incontables. Cada miembro del Grupo pasaría horas compartiendo experiencias. Caminamos aprendiendo a retirar bloqueos mentales que nos impiden ser libres y escuchar desde lo profundo del alma la llamada del Buen Pastor».
Elías Cabodevilla Garde

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