Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (13)


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Como Jesús, que «no vino a ser servido sino a servir» (Mt 20, 28).
En un recorrido, incluso rápido, por los Evangelios es fácil encontrar una lista amplia de objetivos que motivaron la venida del Hijo de Dios a este mundo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17); «Yo para esto he nacido y para esto he venido: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37); «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn 9, 39); «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10)…
Todos esos objetivos quedarían muy bien recogidos en estas palabras de Jesús: «Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). El Hijo de Dios, pues, ha venido al mundo para servirnos a los hombres salvación, verdad, luz…, vida y vida abundante. Y como servir no es cosa fácil para el que se tiene por superior o vive como tal, el Hijo de Dios se hizo «Hijo del hombre», «probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4, 15). Y nos sirvió esos dones dando su vida. Y lo hizo por todos, sin excepción, porque, en el conjunto del NT, el «por muchos» hay que entenderlo «por todos».
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El Padre Pío quiso ser el primero entre los seguidores de Jesús; en otras palabras, el primero al responder a su amor. Y se comprende que quien era consciente, como lo era él y así lo manifestó en una carta de noviembre de 1922, de que Jesús, el Amante divino, «desde el nacimiento me ha dado pruebas de una predilección especialísima», quiera amar a Jesús de este modo: «Siento muy vivo el deseo... de que todos los instantes de la vida transcurran en el amor al Señor... Querría que mi mente no pensase más que en Jesús y que el corazón no palpitase más que por él solo y siempre».
Para el Padre Pío la consecuencia de querer ser el primero entre los seguidores de Jesús era muy clara: «Quien quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre…» (Jn 20, 26-28). Y la vivió con generosidad.
- El Padre Pío, al igual que Jesús, buscó, antes que nada, servir al Señor; y de la forma que expresó en estas palabras: «Busquemos servir al Señor con todo el corazón y con toda la voluntad».
- También para el Padre Pío, como para Jesús, servir al Señor implicaba, de modo muy especial, servir al prójimo. Así se lo manifestó al padre Agustín el 6 de julio de 1917: «El cuidado de estos muchachos y socorrer y consolar a las almas, de palabra o por escrito, me ocupan todo el tiempo. No puedo negarme a nadie. ¿Y cómo podría hacerlo si lo quiere el Señor?». Y pruebas de que lo quería el Señor las tenía en las que indicó en la citada carta de noviembre de 1922: la “misión grandísima” que el Señor le había confiado y que le suponía, como manifestó a su hija espiritual Cleonice Morcaldi: «Ganar todo y a todos con el amor para llevarlos a Dios», y la «voz interior que continuamente le repetía: “Santifícate y santifica”».
- Si su deseo de ayudar, de servir, a los hermanos lo sentía «agigantarse grandemente en lo más íntimo del espíritu», lo atribuía a una gracia especial del Señor: «Me parece que en el hondón de mi alma Dios ha derramado muchas gracias respecto a la compasión de las miserias ajenas, sobre todo por lo que se refiere a los necesitados. La grandísima compasión que mi alma experimenta a la vista de un pobre le produce, en el mismo centro, un vehementísimo deseo de socorrerlo y, si mirase sólo a mi voluntad, me movería incluso a despojarme del hábito para vestirlo».
- El Padre Pío, para servir a los hombres a ejemplo de Jesús, tenía que hacerse y ser «esclavo», pequeño, uno más… Los testimonios de los que vivieron con él son unánimes al presentar al Padre Pío como un hombre, como un religioso, como un sacerdote, humilde, sencillo, que evitaba sobresalir, que nunca pretendía decir la última palabra… Pero es llamativo que lo haya pintado así también Rafael Carlos Rossi, el carmelita que, por encargo del Vaticano, realizó una Visita Apostólica a San Giovanni Rotondo en junio de 1921. En el “Voto”, en el informe, que entregó en la Congregación del Santo Oficio, hoy de la Doctrina de la Fe, escribió esto: «El Padre Pío me causó una impresión bastante favorable; y eso que yo había ido más bien prevenido en su contra... Religioso serio, distinguido, digno y, a la vez, franco, espontáneo en el convento…; he podido descubrir en él una humildad sincera y profunda, por la que - esto se afirma de forma unánime - vive en la mayor simplicidad e indiferencia, como si jamás hubiera ocurrido nada en torno a su persona y él no fuera todavía objeto de tantas atenciones y de una estima que, de parte de muchos, es absoluta veneración».
- El Padre Pío, como Jesús, además de servir con misericordia y dedicación a todos los que se acercaron a él: primero, durante siete años, en Pietrelcina; después, durante siete meses, en Foggia, y, por fin, desde 1916 hasta 1968, por cientos y miles al día, en San Giovanni Rotondo, deseó, lo pidió al Señor y lo intentó por los medios a su alcance, servir a todos sin excepción. Su deseo lo manifestó al padre Agustín, uno de sus dos Directores espirituales, con frases como éstas: «Quisiera tener una voz muy fuerte para invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen»; «Quisiera volar para invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María». Lo pidió al Señor, suplicándole que le concediera todos los sufrimientos merecidos por los pecadores, incluso centuplicados, con tal de que convirtiera a todos. Y a los medios que todos tenemos para servir y buscar el bien de los que están lejos: mensajes y consejos enviados por carta, por teléfono…, plegarias al Señor por ellos, sufrimientos aceptados o buscados voluntariamente, uniéndolos a los de Cristo…, él pudo añadir, por concesión especial del Señor, el de la bilocación, el del envío de su Ángel Custodio a destinatarios de los cinco continentes…
- A los que se acercaron a él en los lugares antes indicados, el Padre Pío les sirvió de muchos modos: acogiéndoles con amor, regalándoles el ejemplo de una vida santa y de una Misa celebrada humildemente y de una oración continua y de una devoción tierna y filial a María…, atendiéndoles durante muchas horas al día en el confesonario, con los breves mensajes de vida cristiana que les ofrecía antes del rezo diario del Ángelus, con los centros de enseñanza que promovió y con el hospital “Casa Alivio del Sufrimiento” que fundó en San Giovanni Rotondo…
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Porque, como Jesús, se dedicó no a ser servido sino a servir y a dar su vida por el bien de muchos, de cerca y de lejos, podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

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