Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (10).


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El Padre Pío de Pietrelcina recibió del Señor dos de las vocaciones posibles en la Iglesia: la vocación religiosa, como franciscano capuchino, y la vocación sacerdotal.
Consiguió ser «un perfecto capuchino»; y, como expuse en el último escrito de esta etiqueta de la página web, realizó, también de este modo, la “misión grandísima” que le había confiado el Señor.
¿Realizó también esta “misión grandísima” como sacerdote? ¡Sin duda! Y, de modo muy especial -uso palabras del papa Pablo VI- en al altar, donde «celebraba la Misa humildemente», y en el confesonario, donde «confesaba de la mañana a la noche».

Antes de detenerme a presentar al Padre Pío en el altar, quiero dejar constancia de que fue un «sacerdote santo». Serlo fue su gran ideal y también un deseo ardiente del Señor.
- Si el Fraile de Pietrelcina quiso ser «un perfecto capuchino», como manifestó a Nina Campanile en carta de noviembre de 1922, a la que, además, le pidió la ayuda de sus oraciones para conseguirlo, deseó, con no menos interés, ser un «sacerdote santo», y así lo dejó escrito en el recordatorio de su primera Misa, celebrada en Pietrelcina el 14 de agosto de 1910: «Jesús, mi anhelo y mi vida, hoy que, embargado por la emoción, te elevo en un misterio de amor, contigo yo sea para el mundo Camino, Verdad y Vida, y para ti sacerdote santo, víctima perfecta».
- El deseo ardiente del Señor el Padre Pío lo fue descubriendo sin dificultad en un hecho, sin duda sorprendente, que manifestó en la mencionada carta de noviembre de 1922: «Oigo en mi interior una voz que insistentemente me dice: santifícate y santifica».
- Pienso que, al menos el noventa y nueve por ciento de las personas que conocieron al Padre Pío, lo presentarían sin titubear como un «sacerdote santo». Nos es suficiente en este momento el testimonio del Papa Benedicto XVI en su peregrinación a San Giovanni Rotondo, el 21 de junio del 2008: «Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un fraile humilde y fervoroso sacerdote».

Los sacerdotes, al celebrar la Misa, prolongan, o pueden prolongar, la misión salvadora de Cristo en favor de los hombres de muchos modos. Y de todos esos modos se sirvió el Padre Pío para cumplir la “misión grandísima” que el Señor le había confiado. Intentaré presentarlos con brevedad, aún sabiendo que algunos de ellos, y, por tanto, su eficacia para lo que el Padre Pío consideraba su “misión”: «liberar a mis hermanos del pecado», «hacerles participar de la vida del Resucitado», «poner fin a la ingratitud de los hombres hacia su gran Benefactor»…, nos quedarán en el misterio.

- Dar culto a Dios y ofrecer la salvación de Dios a los hombres fue la misión primordial del Hijo de Dios en este mundo. Misión que cumplió de modo perfecto y total al entregarse a la muerte, y muerte de cruz, para cumplir la voluntad de Dios Padre, y al resucitar, al tercer día, de entre los muertos. Más aún, Cristo instituyó la Eucaristía para renovar este misterio salvador, el Misterio pascual de su muerte y resurrección; y mandó a los apóstoles y a sus sucesores: «Haced esto en memoria mía» (1Cor 11, 24). Celebrar la Eucaristía es el modo más eficaz que tiene la Iglesia para prolongar la misión salvadora de Cristo.
El Padre Pío celebró la Misa diariamente a lo largo de 58 años, desde el 10 de agosto de 1910 hasta el 22 de septiembre de 1968. Y lo hizo con el convencimiento de que «todo lo que aconteció en el Calvario acontece en el altar».

- Es muy conocida la frase en la que se resumió una de las enseñanzas más bellas de la Encíclica “Mediator Dei” de Pío XII sobre uno de los momentos cumbre de la misa, el que tiene lugar después de la consagración del pan y del vino: «Ofrecer y ofrecerse». Es decir: ofrecer a Cristo a Dios Padre y ofrecerse juntamente; y no sólo por medio del celebrante sino también de modo personal. En otras palabras: colocarse en espíritu sobre el altar como víctima, juntamente con la Víctima inmaculada y santa, que es Cristo.
El Padre Pío, en el recordatorio de su primera Misa, unió estas dos realidades: «… y para ti sacerdote santo, víctima perfecta». Por sus cartas a los Directores espirituales sabemos que el Padre Pío se ofreció como víctima a Dios Padre por motivos muy diversos: la santidad de la Iglesia, la conversión de los pecadores, las almas del purgatorio, la Provincia capuchina a la que pertenecía, sus Directores espirituales, el final de la guerra… Y era en la celebración de la Misa cuando renovaba, desde su interior más profundo, esta ofrenda de víctima. Lo recordó con sencillez y claridad el Papa Juan Pablo II, el día 3 de mayo de 1999, en el discurso a los que nos quedamos en Roma para la Eucaristía de acción de gracias por la beatificación del Fraile de Pietrelcina: «La santa Misa era el corazón de toda su jornada, la preocupación más ansiosa de todas las horas, el momento de mayor comunión con Jesús, Sacerdote y Víctima. Se sentía llamado a participar en la agonía de Cristo, agonía que continúa hasta el fin del mundo». Y también Benedicto XVI, en San Giovanni Rotondo, el 21 de junio del 2008: «Y todo tenía su culmen en la celebración de la santa Misa: en ella, él se unía plenamente al Señor muerto y resucitado».

- El influjo en los fieles del modo de celebrar la Misa por el sacerdote es evidente. Perciben sin dificultad si lo realiza con fe y fervor o por obligación y con rutina.
El modo de celebrar la Misa del Padre Pío, pues celebraba la misma que los demás sacerdotes, atraía a hombres y mujeres de los cinco continentes, a pesar de que, con frecuencia, duraba dos y más horas. Y los frutos espirituales en los que participaban en esas Misas quedan acreditados por cientos y miles de testimonios. Y esos frutos son los que debía buscar el “estigmatizado del Gárgano” si quería cumplir la “misión grandísima” que se le había confiado. Juan Pablo II, el 17 de junio del 2002, al día siguiente de la canonización del Padre Pío, nos dijo a los que habíamos participado en la Eucaristía de acción de gracias: «¡La Misa del Padre Pío!... Los fieles, que se congregaban en torno a su altar, quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su “inmersión” en el Misterio y percibían que “el padre” participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor».

- Catequizar a los fieles sobre el valor e importancia de la Eucaristía, y sobre las exigencias de participar en ella, ayuda y mucho a que se abran a la salvación que brota del Misterio pascual, renovado en el altar, y la hagan fructificar.
El Padre Pío fue ofreciendo esta catequesis de dos modos. Con su ejemplo, al celebrarla. Lo señaló Juan Pablo II en la ocasión que acabo de citar: «¡La Misa del Padre Pío! Era para los sacerdotes una elocuente llamada a la belleza de la vocación presbiteral; para los religiosos y laicos, que acudían a San Giovanni Rotondo incluso en horas muy tempranas, era una extraordinaria catequesis sobre el valor y la importancia del sacrificio eucarístico». Con sus enseñanzas, tan ricas de contenido como éstas: «Todo lo que aconteció en el Calvario acontece en el altar», «Cuando se celebra la Misa, todo el cielo dirige su mirada al altar», «El mundo podría existir sin el sol pero no sin la Misa»…
Elías Cabodevilla Garde

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