Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (13).


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La "misión grandísima" que el Señor confió al Padre Pío de Pietrelcina, al igual que la de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y la de la Iglesia, tenía y tiene como destinatario al hombre, formado de alma y cuerpo; dos realidades siempre unidas durante la existencia terrena, con influjo permanente de una en la otra.
Si usamos el lenguaje, poco adecuado, que se ha usado con frecuencia durante siglos, podríamos afirmar que los medios usados por el Padre Pío para llevar a cabo su "misión grandísima", expuestos hasta ahora en esta etiqueta de la página web: la oración, la correspondencia de orientación espiritual, los escritos breves con mensajes de vida cristiana, la predicación, el buen ejemplo como capuchino y como sacerdote, la celebración de la misa, el ministerio de las confesiones, la devoción a la Virgen María... buscaban, ante todo, la salvación y santificación de las almas. En cambio, las obras sociales que promovió el Fraile capuchino, sobre todo el hospital "San Francisco de Asís" y el  hospital "Casa Alivio del sufrimiento", pretendían sobre todo la salud del cuerpo. Pero el Padre Pío supo buscar las dos realidades a la vez. Lo indicó con claridad el Papa Juan Pablo II en la homilía de la Canonización del Padre Pío, el 16 de junio del 2002: «El Padre Pío unía a la oración una intensa actividad caritativa, de la que es expresión extraordinaria la “Casa Alivio del Sufrimiento”».
Sin duda, la obra social más conocida de las que promovió el Padre Pío es el hospital "Casa Alivio del Sufrimiento", también porque sigue con creciente actividad a la distancia de 59 años de su inauguración y de 45 de la muerte de su fundador. Si esta "criatura de la Providencia", como la llamó el Padre Pío en la ceremonia de la apertura, aparecía majestuosa el 5 de mayo de 1956: 6.000 m2 de superficie, 188 m. de fachada, 40 m. de altura, 37 m. de profundidad, en el exterior toda cubierta de mármol blanco, grandes terrazas que permiten transportar a los enfermos en helicóptero…, y, en el interior, 300 camas, amplios quirófanos, capilla..., lo es mucho más en la actualidad, tras las sucesivas ampliaciones, que han hecho que hoy disponga de 1.200 camas.
A esta gran obra social precedió otra más sencilla, en la que, no por eso, el Padre Pío y sus colaboradores pusieron menos amor y entrega. Cuando el Fraile capuchino llegó a esta pequeña ciudad del centro-sur de Italia, en julio de 1916, el entorno de San Giovanni Rotondo era uno de los más pobres y abandonados del país, con carencias evidentes en la atención sanitaria y en la enseñanza. La primera respuesta a la carencia de asistencia médica adecuada la dio el Padre Pío en el año 1925, promoviendo el pequeño hospital “San Francisco de Asís”, en una parte del antiguo monasterio de Clarisas, abandonado por su estado ruinoso, que funcionó durante 13 años, hasta el terremoto de 1938, que lo destruyó.
De poco servirían estas estructuras hospitalarias, sencilla la primera, majestuosa la segunda, sin una adecuada atención médica, humana y espiritual de los enfermos. Y el Padre Pío la promovió con insistencia. Los mensajes que iba repitiendo, comenzando por los que encierra el nombre que quiso para el hospital: “Casa Alivio del Sufrimiento”, hablan de instrumentos científicos y técnicos los más avanzados, de profesionalidad y formación permanente en el personal sanitario, de acogida fraterna a los enfermos, que, en estos hospitales, tendrían que encontrarse como en su "casa", de medicina adecuada dada con amor, de ofrecimiento al enfermo también de las buenas noticias del amor de Dios y del sentido del sufrimiento… El Papa Juan Pablo II quiso recogerlos en la homilía de la Beatificación del Padre Pío, el 2 de mayo de 1999, al decir de la “Casa Alivio del Sufrimiento” que el Padre Pío «la quiso como un hospital de primer orden, pero sobre todo se preocupó de que en él se practicase una medicina verdaderamente “humanizada”, en la que el contacto con el enfermo se distinguiera por la atención más cálida y por la acogida más cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre, necesita, no sólo de una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo de un clima humano y espiritual que le permita encontrarse consigo mismo al entrar en contacto con el amor de Dios y con la ternura de los hermanos».
Este modo de atender a los enfermos exige, sin duda, unas motivaciones claras que lo estimulen. Y el Padre Pío supo darlas. Ante todo con su ejemplo, tanto en el modo de acoger y tratar a los miles de peregrinos que llegaban hasta él, como, sobre todo, en la forma de comportarse con los enfermos, cuando el ministerio del confesonario le permitía visitarlos en el hospital. Y también con sus enseñanzas en las que, además de recordar que el enfermo es una persona en situación de invalidez en esos momentos, proponía mensajes tan alentadores como éste: «En cada enfermo está Jesús que sufre; en cada pobre está Jesús que languidece; en cada enfermo pobre está dos veces Jesús»; mensaje que llevó al Papa Juan Pablo II a pedir al «humilde y amado Padre Pío», en la ceremonia de la Canonización: «Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús».
La otra necesidad urgente que encontró el Padre Pío al llegar a San Giovanni Rotondo fue la de habilitar escuelas y personal docente para la adecuada instrucción y formación de niños y jóvenes. Los Centros que promovió el Capuchino de Pietrelcina fueron muchos, si se tiene en cuenta que San Giovanni Rotondo era entonces una ciudad pequeña. Y, al encomendarlos a Congregaciones religiosas, quiso garantizar que en ellos, junto a la instrucción científica, se iba a cultivar con esmero la formación humana y religiosa. En las biografías del Santo se citan como Centros escolares promovidos por él: la Escuela materna y la Escuela profesional para chicas jóvenes, en la expansión de San Giovanni Rotondo hacia el convento de Capuchinos, que encomendó a las Hermanas Franciscanas de Ozzano; la Escuela materna “San Francisco de Asís” con su Orfanato, en la zona de San Onofre, que confió a las Terciarias Capuchinas del Sagrado Corazón; la Guardería infantil y los Centros para niños y adolescentes en la zona sur del pueblo, atendidos por las Hermanas de la Inmaculada de Pietradefussi; y el Centro de enseñanza profesional, que confió a los Terciarios Capuchinos. La biografía de Leandro Sáez de Ocáriz "Pío de Pietrelcina, místico y apóstol" termina así este apartado: «En resumen: entre los varios establecimientos construidos en el entorno de San Giovanni Rotondo, por iniciativa o a impulsos del padre Pío, se pudo dar conveniente educación a más de 500 niños de la pequeña ciudad».
Elías Cabodevilla Garde

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