Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (15)


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Como Jesús, que no vino «a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9, 13).
Jesús, a quien los hombres de su generación llamaron, de forma despectiva, «amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,19), vino al mundo no «a llamar a los justos sino a los pecadores a la conversión» (Lc 5, 32).
Invitó y ayudó a abandonar los caminos de pecado: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 7, 11) y a seguir los del Evangelio: «Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”» (Lc 19, 8-9).
Más aún: derramó su sangre en la cruz para la remisión de nuestros pecados, y confirió a los apóstoles el poder de perdonarlos.
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Al Padre Pío bien se le puede llamar, como a Jesús, «amigo de pecadores». Amigo de pecadores, que consagró su vida a escucharlos, a absolverlos de sus pecados y a estimularlos a la conversión. O, como él decía, a «liberarlos de los lazos de Satanás», «hacerles participar después de la vida del Resucitado» y «poner fin así a la ingratitud de los hombres para con Dios, nuestro Sumo Bienhechor».
- Santificar a los hermanos y, como primer paso, liberarlos del pecado, era la misión que el Señor iba confiando cada día al Padre Pío. Él mismo lo dijo a Nina Campanile en una carta de noviembre de 1922: «Oigo internamente una voz que repetidamente me dice: santifícate y santifica».
- El Padre Pío comprendió muy bien este mensaje del segundo Libro de los Macabeos: «Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo» (2Mac 15, 14), pues repetía con frecuencia: «Salvar las almas orando siempre»; y a su primera hija espiritual, Raffaelina Cerase, al proponerle las intenciones por las que debía orar, la primera que le señala es ésta: «Rogad por los malos». Y su oración al Señor la dirigía de tal modo en favor de los demás, que pudo escribir a su segundo Director espiritual, el padre Agustín: «Oh, si el orar por los demás no incluyese también orar por uno mismo, ciertamente mi alma sería la más perjudicada, y no porque no se reconozca necesitada de los auxilios divinos, sino porque le faltaría tiempo material para presentar al Señor sus necesidades».
- Sin duda, la aportación más valiosa del Padre Pío en favor de los pecadores fue su ofrenda al Señor como víctima por ellos. El 29 de noviembre de 1910, aún joven de 23 años y sacerdote desde hacía unos pocos meses, escribió esto a su Director espiritual, el padre Benedicto: «Y ahora, padre mío, voy a pedirle un permiso. Desde hace tiempo siento en mí una necesidad, la de ofrecerme al Señor víctima por los pobres pecadores y por las almas del purgatorio. Este deseo ha ido creciendo de tal modo en mi corazón que se ha convertido en una, por así decirlo, fuerte pasión. Es cierto que esta ofrenda la he hecho repetidas veces al Señor, urgiéndole a que quiera derramar sobre mí los castigos preparados para los pecadores y para las almas del purgatorio, incluso centuplicándolos sobre mí, con tal que convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el cielo a las almas del purgatorio; pero ahora quisiera hacer esta ofrenda al Señor por obediencia a usted. Me parece que lo quiere Jesús».
- Esto es lo que el padre Agustín pudo escuchar al Padre Pío, un año más tarde, en noviembre de 1911, en Venafro, durante un éxtasis, cuando se encontraba enfermo en cama: «¡Cuántas profanaciones en tu santuario! ¡Oh Jesús mío! ¡Perdona! ¡Baja la espada! ¡Y si debe caer, que caiga sobre mi cabeza! ¡Sí! ¡Yo quiero ser víctima! ¡Castígame por tanto a mí y no a los demás! ¡Mándame si quieres hasta al mismo infierno, con tal de que te ame y de que se salven todos! ¡Sí! ¡Todos! ¡Jesús mío! ¡Yo me ofrezco víctima por todos!».
- El Padre Pío no quiso, no pudo, despreocuparse de los pecadores cuando dejaban esta tierra. Los seguía hasta que, purificados del todo, llegaban a su destino eterno en el cielo. Ya me he referido a su ofrenda de víctima por las almas del purgatorio. A ella unía sus buenas obras, sus sufrimientos, consecuencia de la ofrenda como víctima… y sus oraciones. Y, en este punto, quiero reseñar un detalle sencillo pero muy significativo. En la Plegaria eucarística que se usaba entonces en la Misa - hoy permanece junto a otras -, se invitaba al sacerdote al silencio y a la oración personal en dos momentos: el de orar por los vivos y el de orar por los difuntos. En los dos, y más en el segundo, el Padre Pío, excepto cuando desde el Vaticano le mandaron que sus Misas no duraran más tiempo del que emplean otros sacerdotes, se detenía durante muchos minutos.
- La intensidad con la que el Padre Pío buscaba la conversión de los pecadores y su posterior santificación, la podemos deducir también de sus invitaciones a colaborar con Cristo en la salvación de los hombres, sea por los sufrimientos aceptados con este fin cuando nos llegan, sea por otros sufrimientos deseados y buscados con esta finalidad. Sirva de ejemplo este mensaje que escribió a Assunta di Tomaso el 2 de marzo de 1917: «Jesús tiene necesidad de quien llore con él por la iniquidad de los hombres, y por este motivo te lleva por los caminos del sufrimiento, como me lo señalas en tu carta».
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Al padre Pío, «amigo de pecadores» como Jesús, que los buscó y acogió para que, como hijos pródigos arrepentidos, volvieran a la casa del Padre y experimentaran su abrazo de acogida y de gozo, podemos llamarle con razón, como fray Modestino: fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

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