Un hombre de Dios al servicio de los hombres

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Padre Pío y el Concilio Vaticano II


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Padre Pío y el Concilio Vaticano II
por Giovanni Chifari*
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Introducción
"Santifícate y santifica".

He aquí todo lo que el Señor le ha pedido al Padre Pío. Una percepción íntima y profunda, mística y espiritual, que poco a poco se abrió camino en el corazón del Padre Pío, mostrándole la voluntad de Dios en uno de los siglos más dañados de la historia. Mirar al humilde religioso capuchino, buscar reconstruir algunos eventos de su biografía, en conexión con todo lo que deriva del Concilio Vaticano II, será una operación útil para verificar la contribución del Fraile al Concilio. Pero, en el horizonte en el cual es decisivo comprender este cuadro, es en el de la santidad. Una realidad que la Iglesia, en las asambleas conciliares, proclamó como potencial y universalmente perteneciente a cada uno de los bautizados. De hecho, se habla del llamado universal a la santidad. Es decir, una santidad que no estaba destinada como algo inalcanzable o imposible, como una meta solo para pocos, tal vez para los sacerdotes o religiosos, sino un camino que es para todos. Este renovado entendimiento pareció crujir con todo lo que respecta al Padre Pío. Colmado de dones excepcionales, él parecería pertenecer a esa fila de santos inalcanzables. Pero en realidad, no es así. Para entender al Padre Pío, para discernir cómo Dios ha obrado en él, debemos poder observarlo en su humanidad. En su cotidiano y fatigoso sí al Señor, en la diaconía de un martirio que no era cruento, pero ciertamente no estaba privado de la efusión de la sangre. Y la historia que se desarrolla paralelamente entre el Padre Pío y el Concilio, es una trama hecha de pruebas, de sufrimientos, de ataques. En una perspectiva de santificación, observamos que Dios obra a través de múltiples humillaciones, con el fin de vaciar la propia elección de sí mismo, para llenarlo de su gracia. Dios se crea su espacio y se hace presente en el fondo del alma, en lo íntimo de cada uno, porque sólo en el Silencio es posible encontrarlo. Así, mientras el Concilio se mueve para renovar la Iglesia y hacerla dócil a la acción santificante del Espíritu, para que ella que es santa pero sin embargo, necesitada de conversión, pueda santificar; también el Padre Pío vive como discípulo buscando ser grato a Dios, es decir, santificarse, para después santificar.
El duro terreno de la historia
En 1870 con la toma de Roma, se interrumpió imprevistamente el CVI, sin que pudiese llevarse a término una reflexión más pertinente sobre la identidad y la misión de la Iglesia, sobre todo en lo que respecta al diálogo con el mundo contemporáneo. Es notable que sea Pío XII quien tomara en consideración la hipótesis de retomar el Concilio, pero, luego de diversos motivos, también de naturaleza teológica, decidieron aplazarlo. En cambio, Juan XXIII, a solo tres meses de su elección al trono de Pedro, el 25 de enero de 1959, anunció la convocatoria a un Concilio Universal para la Iglesia  ecuménica que sucesivamente con la redacción de un motu propriu, decidió abrir oficialmente el 11 de octubre de 1962, en una fecha que recordaba el gran Concilio de Éfeso. Con tres años de preparación, la máquina del Concilio estaba lista para realizar sus primeros pasos.
En tanto,  el Padre Pío, en el pequeño convento perdido en el Gargano, estaba atravesando un tiempo nada fácil, una nueva estación en la cual la onda persecutoria se  hizo sentir con toda su furia destructiva. Se puede hablar de una segunda persecución, después vinieron los diez años de tormenta (1923-1933), especialmente el bienio del 1931 al 1933 durante el cual le fue prohibido también celebrar Misa con la gente. Y ahora la segunda persecución pasa a través de traiciones, ataques de todo tipo, aislamiento, humillaciones que se agregaron a los constantes problemas de salud. En 1959 la imprevista curación al pasar la estatuilla de Nuestra Señora de Fátima por San Giovanni Rotondo; en 1960 los preparativos para el quincuagésimo año de su ordenación sacerdotal, turbado por la visita apostólica de Monseñor Maccari, signo de renovada incomprensión entre la Iglesia y el Padre Pío, en principio, porque mostraba dificultad para acoger claramente cuánto Dios estaba obrando en el humilde Fraile estigmatizado, y luego, en 1962, los primeros destellos de un cierto alivio con algunas concesiones hechas al Padre Pío, quien podía volver a celebrar la Eucaristía con la gente, al menos en la semana santa.

Apertura del Concilio, empatía del Padre Pío

Cuando se abrió el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, y cuando el Papa Juan XXIII pronunció aquel discurso "a la luna", con la invitación de llevar la caricia a cada niño, se testimonió que el Padre Pío lloró conmovido. Sucesivamente, no faltaron nuevas restricciones, como la prohibición de los festejos por el onomástico el 5 de mayo de 1963. También una seria y rigurosa investigación histórica nos ha mostrado que el Papa Juan XXIII no tenía hostilidad hacia el Padre Pío, es más, lo estimaba, fue solo prudente para no hacer un desbalance de algún juicio positivo o negativo. La oposición al humilde Fraile era más un fenómeno que reflejaba el disgusto de un cierto modelo de Iglesia expresado por hombres que tenían quizás, una visión demasiado reducida, como así también excesivamente legalista de la doctrina. Cosas de este tipo experimentó Jesús, con la creciente hostilidad de los jefes y garantes de la religiosidad hebraica. Ellos dispersaban el corazón de la Ley y provocaban recorridos radicados en el mal, privados de discernimiento. Similarmente se podría decir que es un cierto tipo de pertenencia eclesial, donde el servicio es con frecuencia aplicado más como la adhesión a una idea o a un valor que como la plena experiencia del amor misericordioso de Dios. Fue en este clima oculto que aquellas insanas mediaciones favorecieron las persecuciones al Padre Pío.
Por lo tanto, parecía evidente la necesidad de invertir la ruta, de buscar un modelo de Iglesia que valorizase su pertenencia a Cristo y que al mismo tiempo estuviese en condiciones de hablarle al hombre de su tiempo.
De parte suya, el Padre Pío vivía en su diaconía cotidiana el propio ministerio sacerdotal y religioso. Con mucha simplicidad pero también con una profundidad totalmente nueva. Una dimensión profética vivida en el silencio de un pequeño convento en una zona marginal de la Italia meridional. Es la lógica de Dios, elegir a los pequeños, según la Palabra evangélica, para confundir a los fuertes.



Padre Pío en Cristo y en la Iglesia: en diálogo con la Lumen Gentium

¿Qué visión cristológica y eclesial se transparentaba desde el servicio del humilde Fraile? ¿Qué aspectos hemos reencontrado desarrollados en el Concilio Vaticano II? La Palabra de Dios, ¿era el centro en la vida del Padre Pío? ¿Y qué decir de la liturgia o del diálogo con el mundo de su propio tiempo? Interrogantes que pretenden remitir a los textos de las cuatro constituciones dogmáticas producidas por el Concilio. Es decir que, en el Padre Pío encontramos diversos aspectos que luego serían debatidos y profundizados en el Concilio Vaticano II.
Paulo VI, llamado al trono pontificio para suceder al Papa promotor del Concilio, se hizo cargo de llevar adelante una Asamblea de difícil gestión. El dio un método a los trabajos, sintetizó y simplificó algunos pasajes y focalizó la atención sobre las cuatro constituciones dogmáticas que volvían a proponer temas cruciales para la vida de la Iglesia. Esquemas y textos que tuvieron una larga y compleja historia, encontrando un ferviente debate entre los padres conciliares. Mientras tanto, un humilde Fraile, colmado de innumerables dones y carismas divinos, vivía en la propia carne y en el propio corazón el misterio del sufrimiento de la cruz. Y con su silencioso testimonio, con su cotidiano martirio espiritual, anunciaba un modelo de sacerdocio y un perfil de Iglesia que buscaba la constante tensión hacia la unión con Dios.
La vivaz vida mística del humilde Fraile, en la cual el sentido de todo lo que él lograba percibir era superior al lenguaje pero que estaba llamado a expresarlo, dejaba entrever en todo su esplendor la Iglesia como  "cuerpo místico" de nuestro Señor Jesucristo. Pero es en un pasaje muy elocuente de la LG que encontramos lo que "per sé" Padre Pío había ya vivido y señalado a la Iglesia y a los hombres de su tiempo:
"Como Cristo ha cumplido la redención a través de la pobreza y de las persecuciones, también así la Iglesia está llamada a tomar el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación "(LG, 8).
Estas palabras delinean un perfil de Iglesia que sabe del deber de seguir a Cristo en el camino de la pobreza y de las persecuciones. Aspectos que el Padre Pío vivió en modo total. Hijo de San Francisco, y utilizando la sana raíz franciscana, el Padre Pío hizo de la pobreza su hábito interior y su indefectible testimonio también en la vida de todos los días. El Padre Pío vivió pobre y se ocupó de los pobres y de los últimos. Su obra del corazón, Casa del Alivio al Sufrimiento, nos muestra un fúlgido ejemplo de todo esto.
Pero el modelo de configuración a Cristo que los padres conciliares individualizaron para la Iglesia en el documento de la LG, pasa también a través de las persecuciones. Desde hacía al menos cuarenta años, el Padre Pío era objeto de las mismas, también por mano de la propia Iglesia. Si es verdad que pobreza y persecución son rasgos del camino trazado por Jesús, y que solo recorriendo por entero este itinerario se pueden comunicar a los hombres los frutos de la salvación, en este singular testimonio,  el Padre Pío vivía ya desde hacía muchos años lo que le es pedido a la Iglesia. El humilde testimonio del Santo Fraile, muestra que sin una constante conversión no puede haber una conformación y configuración en Cristo.
Los Padres conciliares en aquel mismo punto 8 de la LG, insisten sobre la "pobreza de Cristo", individualizando "humildad y abnegación" como características fundamentales de un estilo que no busca la gloria terrena sino solo la secuela de Cristo, servirlo siguiéndolo: "Quien quiera servir, que me siga" (Jn 12, 26). El Concilio, por lo tanto, especifica que una Iglesia unida a su Cristo y Señor está llamada a recalcar, a su modo, su misma praxis misionaria, vale decir, enseñanza de la buena nueva y cuidado, "buscar y salvar lo que estaba perdido". Para realizar esto, continua la LG, la Iglesia "circunda de afectuoso cuidado a todos los afligidos por la humana debilidad, es más, reconoce en los pobres y en los sufrientes la imagen de su fundador, pobre y sufriente, se hace premurosa para aliviar la indigencia y en ellos busca servir al Cristo".
Palabras que parecen describir exactamente lo que hacía el Padre Pío: el cuidado de todos aquellos que estaban afligidos por la humana debilidad, y el incansable ministerio de la confesión, luego "aliviar la indigencia" de los pobres y de los sufrientes, es decir, la intuición profética que el Padre Pío, veinte años antes, había pensado para su "Casa del Alivio al Sufrimiento". La Iglesia del Concilio comprendió que era esta la vía de la conformación a Cristo. Una Iglesia que "desde la virtud del Señor resucitado se extrae la fuerza para vencer con paciencia y amor las aflicciones y las dificultades, que le llegan ya sea desde adentro como desde afuera, y para develarle al mundo, con fidelidad, aunque no perfectamente, el misterio de él, hasta que al final de los tiempos ello será manifestado en la plenitud de la luz" (LG, 8).

TEXTO INTEGRAL DEL PASAJE DE LA LG 8 (traducido del italiano)

Jesucristo "que era de condición divina... se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo" (Fil 2, 6-7) y para nosotros "era rico y se hizo pobre" (2 Cor 8,9): así también la Iglesia si bien para cumplir su misión necesite de medios humanos, no está constituida para buscar la gloria terrena, sino más bien para difundir, también con su ejemplo, la humildad y la abnegación. Como Cristo, de hecho, ha sido enviado por el Padre "a anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los que tienen el corazón contrito" (Lc 4, 18), "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), así también la iglesia circunda de afectuoso cuidado a todos los que están afligidos por la debilidad humana, es más, reconoce en los pobres y en los sufrientes la imagen de su fundador, pobre y sufriente, se hace premurosa para aliviar la indigencia y en ellos buscar servir al Cristo. Pero mientras Cristo, "santo, inocente, inmaculado" (Heb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Cor 5, 21) y vino solo con el objetivo de redimir los pecados del pueblo (cfr. He 2, 17), la Iglesia, que incluye en su seno a pecadores y por lo tanto es santa y al mismo tiempo necesitada de purificación, avanza continuamente por el camino de la penitencia y la renovación. La Iglesia "prosigue su peregrinaje entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" [14], anunciando la pasión y la muerte del Señor hasta que él vuelva (cfr 1 Cor 11, 26). Desde la virtud del Señor resucitado se extrae la fuerza para vencer con paciencia y amor las aflicciones y las dificultades, que vienen desde dentro y desde afuera, y para develarle al mundo, con fidelidad, aunque no con perfección, el misterio de él, hasta que al fin de los tiempos ello será manifestado en la plenitud de la luz.

El Padre Pío representa a los hombres del siglo XX, el Cristo pobre y cargando la cruz. Antes de remitirnos a la lectura del fragmento de la LG, señalábamos al hecho del Padre Pío, que la imagen de Iglesia que el Padre Pío tal vez percibió con más fuerza, fue la del cuerpo místico de Cristo, en la cual, según la lectura apreciada del Apóstol Pablo, cada miembro vive, sirve y sufre en unión a Cristo. En esta luz, profundizada también por el Concilio, podemos releer como el Padre Pío participaba en un modo del todo singular a la pasión de Cristo. El Apóstol afirma en Col 1, 24: "Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo". En realidad nunca faltan los sufrimientos de Cristo, es necesario sólo que dejemos que Él sufra en nosotros. Así lo ha hecho el Padre Pío, que se ha dejado habitar por Cristo y por su Espíritu hasta experimentar, místicamente, la fusión de los corazones y antes en la carne el sello de los estigmas. Ellos están presentes invisiblemente en cada cristiano con el bautismo, como ha subrayado el sacerdote jesuita, teólogo y artista Rupnik, se abren cuando se ama, siempre en modo invisible a todos, pero visiblemente en un testigo elegido como el Padre Pío.

Eucaristía y Liturgia

En esta perspectiva encuentra luz también la centralidad de la Eucaristía, realmente "fons et culmen", de la vida sacerdotal del Padre Pío. Desde siempre el Padre Pío vivió esto, como expresión de su ser en Cristo. (cf SC n. 47; padre Marciano, 349). La Eucaristía, como cifra de su conversión en víctima y de darse por entero a los hermanos, es en Padre Pío lugar de un diálogo de amor. Lo comprendemos desde el momento que aparece en él, el don místico de la fusión de los corazones (Ep. I, 273; SC 47-48). La centralidad de la Eucaristía, como será afirmada en el Concilio, es también la de la Misa el centro de la vida de la Iglesia. Recordemos la notable afirmación del Padre Pío: "El mundo podría estar un día sin el sol pero ni un día sin la Misa".
El todo, sea a nivel eclesial, o a nivel cristológico, remite a la centralidad del Señor Jesús, crucificado y resucitado, que el Padre Pío experimentaba cada día. El teólogo francés Jean Guitton, quien fue entre los primeros laicos invitados a participar del Concilio en aquellos años, quiso conocer al Padre Pío y quedó profundamente conmocionado por la celebración de su Misa. Como él, probablemente diversos padres conciliares en esos mismos años quedaron conmocionados por todo lo que vivía el Padre Pío.

Padre Pío y la Palabra de Dios

Con la Dei Verbum, el Concilio aclara puntos decisivos de la Revelación divina, de su relación con la Tradición y de la Escritura como alma de la teología y de la vida de la Iglesia. En otros términos, como ha recordado el Papa emérito Benedicto XVI en el discurso con los párrocos de Roma, el 13 de febrero de 2013, "la Escritura es la Palabra de Dios y la Iglesia está bajo la Escritura, obedece la Palabra de Dios y no está por encima de la Escritura. Y sin embargo, la Escritura es Escritura sólo porque está viva la Iglesia, su sujeto vivo; sin el sujeto vivo de la Iglesia, la Escritura es solo un libro y abre". La Iglesia nos entrega la Escritura, y también la propia inteligencia de la Escritura, lo que es considerado una inspiración. El canon, de hecho, es un acto de la Iglesia. Sin embargo para comprender a pleno la misma Palabra es necesario no separarse de la misma Tradición en la cual ella está madurada. Los Santos, auténticos mediadores de Cristo, han vivido este íntimo legado y se han hecho contemporáneos de la Palabra. También Padre Pío ha vivido e interpretado la Palabra de Dios en el interior de su pertenencia viva en el camino de la Iglesia. Sabemos que el Padre Pío fue un director espiritual y con frecuencia ordenaba la escucha asidua de la Palabra de Dios. El mismo lo hacía. En la Palabra, el Padre Pío encontró fuerza y consuelo para vivir la propia unión con Cristo. Los primeros grupos de oración nacieron en la escucha de la Palabra. Cuando el Padre Pío recibía los pequeños grupos de personas, le gustaba formarlos mediante la Palabra. Las catequesis bíblicas tomaban en consideración las palabras de los salmos y algunos pasajes muy densos de las cartas de san Pablo. El Padre Pío buscaba en la Escritura tranquilidad y consuelo puesto que sabía que en ella podía realizar la experiencia de Dios y de su amor. Por esto, también durante la liturgia de la Palabra, entrar en diálogo con el hombre, saber que nosotros podemos responder a su Palabra salvífica.  Recorriendo el Epistolario del padre Pío, podemos observar que él cita muy frecuentemente la Sagrada Escritura, en modo particular los textos proféticos y sapienciales y también los Evangelios, los salmos y las cartas paulinas. En la Escritura encontraba también una hermenéutica de todo lo que veía en sí mismo. No es casualidad que aplique en sí, el notable fragmento del Apóstol a los Gálatas: " No soy más yo que vivo, es Cristo quien vive en mi" (Gal 2, 20). El uso que el hacía de la Escritura está perfectamente en línea con todo lo que madurará en el Concilio Vaticano II. El vive, en sí mismo, como misterio, el legado que la Dei Verbum anunciará, entre Escritura y Tradición viva de la Iglesia. En la dirección espiritual y en la formación de los primeros grupos de oración, se remitía muy frecuentemente al recurso de la Escritura, reconociendo que la Palabra de Dios era la base de la misma oración.

La centralidad del servicio y de las misiones de los laicos

Observando las intuiciones proféticas del Padre Pío, encontramos otro aspecto relevante: la centralidad en el rol de los laicos en la vida de la Iglesia. Dos de los ejemplos más evidentes son: los grupos de oración y los primeros colaboradores de la Obra de la Casa Alivio del Sufrimiento. Los grupos de oración, como está visto, nacieron como grupos constituidos por laicos, bautizados y creyentes en Cristo, pero fueron también laicos los que aportaron para la construcción de la Casa del Alivio al Sufrimiento. El Padre Pío quiso darles confianza a sus más estrechos colaboradores.
San Juan Pablo II, cuando visitó San Giovanni Rotondo el 23 de mayo de 1987 dio una lectura de algunos tramos del sacerdocio del Padre Pío a la luz del decreto conciliar Presbyterorum Ordinis. Por el Santo Pontífice ve en ello resumido y revalidado "los valores esenciales y perennes del sacerdocio, que en el Padre Pío se realizaron en modo excelente". El Padre Pío, por lo tanto, expresó los valores esenciales y perennes del sacerdocio, porque aprovechaba la comunión con Cristo. Valores que - agrega el Pontífice - no son olvidados: "Sería un grave error si, por una mala orientación al empuje de una renovación, el sacerdote olvidase los valores fundamentales, y no se puede apelar al Concilio para motivar un olvido similar" (JnPII).
El Padre Pío, sacerdote, pone al centro de la Iglesia y de la humanidad de su tiempo, la perenne actualidad del sacrificio de Cristo. Y lo hace haciéndose él mismo víctima por los propios hermanos. Una llamada que el pudo discernir en la constante, asidua y abundante referencia a la Palabra de Dios y que luego veía realizada en la Eucaristía. El Cristo encontrado en la Palabra venía a él reconocido en la Eucaristía  luego en el servicio de los hermanos.
San Juan Pablo II, comentando la Misa de Padre Pío hace referencia a esto:
" Esta oferta debe alcanzar su máxima expresión en la celebración del sacrificio eucarístico.¿ Y quién no recuerda el fervor con el cual el Padre Pío revivía en la Misa la Pasión de Cristo? De aquí, la estima que él tenía por la Misa - por él llamada "misterio tremendo" - como momento decisivo de la salvación y de la santificación del hombre mediante la participación al sufrimiento mismo del Crucificado. "Está en la Misa - decía - todo el Calvario". La Misa fue para él la "fuente y la culminación", el perno y el centro de toda su vida y de toda su obra".
Pero hay puntos ulteriores de contacto entre el Padre Pío y el Concilio. Es siempre San Juan Pablo II que nos ayuda a encontrarlos:
 "El humilde religioso acoge con docilidad la efusión del "espíritu de gracia y de consejo", del cual habla el mismo Concilio, lo que el espíritu debe consentir al pastor de almas de "ayudar a gobernar el pueblo con corazón puro" (cf. Presbyterorum Ordinis, 7). El se empeñó en particular - según otra enseñanza conciliar (cf Presbyterorum Ordinis, 9) - en la dirección espiritual, prodigándose en la ayuda de las almas a descubrir y valorizar los dones y los carismas, que Dios concede cómo y cuando quiere en su misteriosa liberalidad.

Conclusión

En Padre Pío , por lo tanto, estuvo presente la mirada del Pastor junto a una paternidad que hacía actual y operante la misericordia de Dios. (San G. R. 23 sept. 1987). Su santificación pasó ciertamente de la constante y progresiva unión con Dios, al permanecer firme en su amor, pero también del ejercicio de un ministerio volcado al servicio del hombre sufriente, en el cuerpo y en el espíritu.
Además, el modelo de Iglesia vivido por el Padre Pío, su relación con la Palabra de Dios y con la liturgia, el diálogo incesante donde los interrogantes profundos de sus contemporáneos, el desatar a tantos que estaban atrapados por los lazos de satanás, son todos factores que alimentan su camino de santidad.
El Padre Pío y la Iglesia resultan, por lo tanto, en aquel arco de la historia compartida durante el tiempo del Concilio, como aliados, en el itinerario de la santidad. Es más, el hecho que Padre Pío recibió durísimos ataques en el tiempo en el cual en la Iglesia estaba por germinar su camino conciliar, tal vez tenga un significado. Los sufrimientos vividos en modo sacerdotal por el Padre Pío, tal vez se agudizaron en la perspectiva de un místico completando en su carne lo que faltaba a la pasión de Cristo. El Padre Pío sufre y luego el 11 de octubre de 1962 se abre el Concilio. Tres años después se cierra, pero el Padre Pío no deja de sufrir, y no lo hará, a su modo también el Pontífice Paulo VI, al quien, el humilde religioso capuchino envió una carta justo unos días antes de morir.


*Teólogo bíbllico, colaborador de los grupos de oración de Padre Pio - Argentina

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