Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Asociado a la pasión de Cristo por la transverberación, la flagelación y la coronación de espinas.


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En el segundo escrito de esta “etiqueta” de la página web presenté al Padre Pío de Pietrelcina “Asociado a la pasión de Cristo por las cinco llagas del Crucificado” en su cuerpo. En el que ahora escribo quiero referirme a otros tres medios que usó el Señor para asociar al Fraile capuchino a la pasión de su Hijo: la transverberación, la flagelación y la coronación espinas.

·  La transverberación es llamada por algunos el “asalto del Serafín”. Y los entendidos la describen como una gracia santificadora por la que el alma, abrasada por el amor de Dios, es interiormente asaltada por un serafín, el cual, quemándola, la traspasa hasta el fondo con un dardo de fuego, y el alma es invadida por una suavidad deliciosísima.

El Padre Pío recibió esta gracia en la tarde del 5 de agosto de 1918, en su celda del convento capuchino de San Giovanni Rotondo. En la carta que días más tarde, el 21 de agosto, envió a su Director espiritual, el padre Benedicto de San Marco in Lamis, escribió así:
“Por obediencia me decido a manifestarle lo que su­cedió en mí desde el día cinco por la tarde, y se prolongó durante todo el seis del corriente mes de agosto.
Transverberación del Padre Pío.
Interpretada por Am. Kòo.
No soy capaz de decirle exactamente lo que pasó a lo largo de este tiempo de superlativo martirio. Me halla­ba confesando a nuestros seráficos la tarde del cinco, cuando de repente me llené de un espantoso terror ante la visión de un personaje celeste que se me presenta ante los ojos de la mente. Tenía en la mano una especie de dardo, semejante a una larguísima lanza de hierro, con una punta muy afilada y parecía como si de esa punta saliese fuego. Ver esto y observar que aquel per­sonaje arrojaba con toda violencia el dardo sobre mi alma fue todo uno. A duras penas exhalé un gemido, me parecía morir. Le dije al seráfico que se marchase, porque me sentía mal y no me encontraba con fuerzas para continuar.
Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del día siete. No sabría decir cuánto sufrí en este perio­do tan luctuoso. Sentía también las entrañas como arran­cadas y desgarradas por aquel instrumento, mientras todo quedaba sometido a hierro y fuego. Desde aquel día estoy herido de muerte. Siento en lo más íntimo del alma una herida siempre abierta, que me causa continuamente un sufrimiento atroz”.

Como conclusión de este estremecedor relato, el Padre Pío pregunta: “¿No es éste un nuevo castigo infligido por la justicia divina?”.

Y en la respuesta, clara y certera, del padre Benedicto: “Todo lo que ocurre en ti es efecto del amor, es prueba, es vocación a corredimir y, por tanto, es fuente de gloria”, tenemos la explicación precisa: por el carisma, dulce y doloroso a la vez, de la transverberación el Señor asocia al Padre Pío a la pasión de Cristo, para que, también por este medio, colabore con él en la redención del mundo.

·   La flagelación y la coronación de espinas fueron, sin duda, sufrimientos particularmente dolorosos en la pasión de Cristo. Y el Señor los quiso también para el Padre Pío; y, además, durante muchos años y muy repetidos. ¿Cómo lo sabemos?

Comencemos diciendo que sería inútil buscar revelaciones o anuncios espontáneos del Santo capuchino, pues nos consta que pensaba -y actuaba en consecuencia- que “Es bueno guardar el secreto del rey”, como se lee en el libro de Tobías 12,7.

Pero no faltan sencillas manifestaciones de estos dones sobrenaturales. Una de ellas, y muy elocuente, son las camisas usadas por el Padre Pío, totalmente ensangrentadas, unas como consecuencia de los golpes que con frecuencia recibía de los demonios, y otras como efecto del fenómeno místico de la flagelación que, si bien tenía lugar en el centro de su alma, dejaba huellas también en el cuerpo. Y, en relación a la coronación de espinas, fueron, al parecer,  muchos los que vieron cosas extrañas en la frente del Capuchino, sobre todo mientras celebraba la santa Misa. De otro modo, no se explica que Rafael Carlos Rossi, el carmelita enviado por el Vaticano en junio de 1221 a investigar en San Giovanni Rotondo, le preguntara en el sexto y último de los interrogatorios a los que cometió al Padre Pío:
“- Pregunta: Hay quien dice que algún signo le aparece también en la cabeza.
- Respuesta: (Riéndose) Oh, ¡por amor de Dios! ¡Qué quiere que responda! A veces me he encontrado con ampollitas en la frente o en la cabeza, pero no les he dado ninguna importancia; ¡ni se me ha pasado por la mente decirlo a otros!”.

También en esto quiso “el rey”, el Señor, revelarnos lo que el Padre Pío intentó que quedara en secreto. Se sirvió de nuevo de la insistencia en preguntar del padre Agustín de San Marco in Lamis. Parece un juego de niños, pero no lo fue, al menos por parte del Padre Pío, que seguía pensando que “Es bueno guardar los secretos del rey”. Son seis cartas, tres del padre Agustín, segundo Director espiritual del Padre Pío, y tres del Dirigido espiritual, el Padre Pío, en el plazo muy breve de 20 días, en el año 1915.

-    En carta del 20 de septiembre, el padre Agustín plantea a su Dirigido espiritual:
«Ahora te ruego que preguntes a Jesús si puedo hacerte algunas preguntas en relación a algunas gracias que él haya podido concederte y, de ser así, si tú podrías responderme».

-    El Padre Pío escribe al padre Agustín el 25 de septiembre, pero en la carta no hay ninguna referencia al tema que se le había planteado.

-    La siguiente carta del padre Agustín lleva fecha de 30 de septiembre y en ella no falta cierto tono autoritario:
«Y ahora te pregunto en nombre de Jesús algunas cosas y tú no debes olvidarte de responderme, debes rogar e importunar a Jesús para hacerme saber todo, ante todo para su gloria y también para salvación de las almas”.

-    En el escrito del Padre Pío de 4 de octubre, aunque es muy largo, sólo al final encontramos esta breve frase:
Perdóneme si no respondo a las preguntas que me hace en su última carta. Siendo sincero, debo decirle que me resulta muy cuesta arriba escribir sobre aquellas cosas. Padre, ¿no sería posible en este momento prescindir de la respuesta a sus preguntas?”.

Camisa usada por el Padre Pío (espalda),
ensangrentada por el fenómeno místico
de la flagelación.
-    Sin darse por vencido, el padre Agustín vuelve a la carga el 7 de octubre y escribe:
“Me pides prescindir de las respuestas a mis preguntas. A decir verdad, yo siento en mi corazón que debo insistir: pienso que esta insistencia no desagradará a Jesús, y que tú no debes tener reparo en obedecer, porque, no lo dudes, todo será para gloria de Dios y salvación nuestra”.

-    Tres días después, el 10 de octubre, el Padre Pío escribe al padre Agustín y responde a las tres preguntas que le había formulado; pero su respuesta se limita estrictamente a lo que le ha preguntado, como lo vemos en la que ahora nos interesa:
“La tercera y última pregunta vuestra es si el Señor le ha hecho probar (al alma), y cuantas veces, su coronación de espinas y su flagelación. La respuesta a esta pregunta tiene que ser también afirmativa; el número no sabría determinarlo, sólo puedo afirmar que esta alma padece esto desde hace varios años y casi una vez por semana”.
 Elías Cabodevilla Garde

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