Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Asociado a la pasión de Cristo por los sufrimientos causados por sus hermanos en religión (1).


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Al inicio del escrito anterior de esta etiqueta de la página web, después de afirmar que para Cristo fueron muy dolorosos los azotes, la coronación de espinas, el peso de la cruz, los clavos…, y que lo fueron muchos más los insultos, las bofetadas, los salivazos…, escribí: «Y más todavía: el beso traidor de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de los suyos…».
Cierto que, para el Padre Pío de Pietrelcina, las cinco llagas de Cristo crucificado en su cuerpo no fueron un “artículo de lujo”, como él lo recalcó en cierta ocasión, sino, al igual que los otros sufrimientos físicos, fuente de dolores agudísimos y constantes. Sin duda, le resultaron mucho más dolorosos los sufrimientos morales. A estos y a aquellos me he referido en los escritos anteriores. Y no cabe duda de que los que hirieron más profundamente su espíritu fueron los causados por sus hermanos en religión. Lo dejó muy claro cuando, ante las palabras de monseñor Mario Schierano, juez del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica: «Padre, he visto en los periódicos que se han atrevido a poner micrófonos en su confesonario», afirmó: «¡Sí, sí! A tanto han llegado, Monseñor».
Con profundo dolor, porque querría que nunca hubiese sucedido, y sabiendo que piso un terreno muy delicado, entre otros motivos porque algunos de los hechos a los que me tengo que referir se realizaron con engaño y bajo capa de virtud cuando los fines que se buscaban eran inconfesables, intentaré quedarme en lo que, después de detenido estudio de las muchas informaciones, no sólo diversas entre sí, sino con frecuencia contradictorias, juzgo verdadero.
Los primeros sufrimientos causados por sus hermanos en religión, con los que el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo, tuvieron lugar en los años en los que Fraile capuchino, sin duda por un designio misterioso del Señor, tuvo que vivir en su pueblo natal de Pietrelcina, fuera del convento y alejado de la vida de comunidad. En esta etapa, no se puede poner malicia o falta de reflexión y de discernimiento en el que los motivó: el padre Benedicto en San Marco in Lamis, Superior provincial de los capuchinos y uno de los dos Directores espirituales del Padre Pío. Un libro, muy bien documentado, del escritor italiano Donato Calabrese lleva por título: “Padre Pío –Siete años de misterio en Pietrelcina – 1909-1916”. Y es en ese clima de “misterio” en el que hay que colocar las actuaciones del padre Benedicto. Me voy a referir a tres.
 1ª. El Padre Pío, a quien los médicos habían presagiado una muerte prematura, deseaba celebrar al menos una vez la santa misa. Las normas de la Iglesia exigían la edad de 24 años para acceder al sacerdocio. Pero el Padre Pío sabía bien que la Iglesia podía y solía dispensar de este impedimento si se daba justa causa para ello. Y no dejó de implicar al que podía solicitar esa dispensa. Al fin, el 6 de julio de 1910 le llegó del padre Benedicto la comunicación de que se había obtenido la dispensa y de que la ordenación sacerdotal podría tener lugar hacia el 10 ó 12 de agosto. Pero el sufrimiento del Padre Pío a causa de la actitud pasiva o de la lentitud al actuar del Padre Benedicto lo podemos deducir de estos escritos:
- En la primera carta del Padre Pío al padre Benedicto que recoge el “Epistolario”, de 22 de enero de 1910, leemos: «Muchas personas… me han asegurado que si usted pide la dispensa para mi ordenación, exponiendo el estado de mi salud, todo se conseguiría».
- Es fácil pensar que, en el lamento del Padre Pío en su carta siguiente, del 14 de marzo, hay un velado reproche a la actitud pasiva del padre Benedicto en algo que tanto interesaba a su Dirigido espiritual: «No puedo ocultarle… mi desánimo al ver que han quedado en el vacío algunas de mis esperanzas que, de cara al futuro, me garantizaban un alivio. Casi me arrepiento de haberlas esperado inútilmente. Pero ¡que se cumpla la voluntad del Señor!».
- La información que el Padre Pío ofrece el padre Benedicto en la carta siguiente, de 26 de mayo, ¿no querrá ser un recordatorio de lo que busca con tanta ilusión? Le escribe: «En los días en los que he estado un poco mejor de salud, también para distraerme un poco, he recibido alguna lección de moral del sacerdote que es mi confesor. ¿Lo aprueba usted?».
- Y en la carta siguiente, del 1 de junio, insiste de nuevo: «Además estoy bastante desanimado por no haber recibido, no sólo lo que por caridad le pedía en mi última, sino ni siquiera una breve respuesta».
  . El Padre Pío, sacerdote desde el día 10 de agosto de 1910, deseaba vivamente ejercer el ministerio del confesonario para administrar a los fieles el perdón de los pecados y la gracia renovadora que Dios da en el sacramento de la confesión y para cumplir, también de este modo, la “misión grandísima” que el Señor le había confiado. Para hacerlo necesitaba la licencia o del Obispo o de su Superior provincial. El Padre Pío usó todos los medios a su alcance para conseguirla. Pero el padre Benedicto, seguro que sin pretenderlo, fue de nuevo el causante de un doloroso sufrimiento para su Dirigido espiritual, sufrimiento que terminó en fecha que desconocemos, pero posterior al 9 de abril de 1913 y probablemente anterior al 12 de mayo de 1914. Y esto porque, en la de 9 de abril, el padre Agustín le escribe al Padre Pío: «En cuanto a la autorización para confesar parece que él (padre Benedicto) estaría dispuesto, pero querría una prueba de tus conocimientos de teología moral». Y es probable que haya que incluir al Padre Pío en el grupo de confesores, cuando, en la carta del 12 de mayo, refiriéndose a la visita del Arzobispo Bonazzi para administrar la confirmación a unos cuatrocientas cincuenta personas, grandes y pequeños, escribe al padre Agustín: «Imaginará cómo hemos estado todos muy ocupados en las confesiones y en la instrucción a los mayores para prepararlos bien a recibir el sacramento de la confirmación».
-  El Padre Pío, primero en fecha que desconocemos y, después, antes del jueves santo de 1911, el 2 de mayo de 1912, el 13 de febrero y el 15 de marzo de 1913, siempre desde Pietrelcina, se dirigió por escrito al padre Benedicto para suplicarle las licencias para confesar. Ante las negativas que iba recibiendo, el Padre Pío fue suavizando su petición y pidiendo licencias parciales: para confesar el jueves santo porque se lo había indicado el párroco, para confesar a solo hombres, para confesar a enfermos...; incluso acudió a los buenos servicios de su segundo Director espiritual, el padre Agustín, para que mediara ante el padre Benedicto. Es fácil descubrir el largo y doloroso calvario del Padre Pío, a causa de no poder confesar, en la frase que escribió al padre Agustín, el 18 de mayo de 1913, a los dos días de recibir la del padre Benedicto que luego se cita: «Por el tema de la confesión no se preocupe ya más; deje de sufrir por mi causa en este asunto».
- Al padre Benedicto, en estos años Superior provincial y Director espiritual del Padre Pío, le resultaba, al parecer, difícil manifestar toda la verdad a su súbdito y Dirigido espiritual. En carta del 12 de abril de 1911, como motivo para la respuesta negativa, le adujo que el confesonario le sería nocivo para la salud y quizás también para la paz de su alma. El 4 de marzo de 1912 se atrevió a añadir a la motivación ya citada de la salud la de no haber estudiado regularmente, con la ayuda del profesor, la teología moral. Y, por fin, el 16 de marzo de 1913 le indicó claramente que no le constaba su capacitación científica en teología moral y le invitó a someterse a un examen de idoneidad, asegurándole que, si lo superaba, le daría la licencia, al menos para confesar a enfermos.
  3ª. Un sencillo cambio en el título del libro antes citado nos permitiría escribir una gran verdad: Padre Pío – Siete años de sufrimiento en Pietrelcina – 1909-1916”. Y sufrimiento por un motivo distinto a los ya indicados.
- Para los Capuchinos de la Provincia del Padre Pío, y también para los Superiores provincial y general de la Orden, era muy lógico este modo de pensar: Si Dios quiere al Padre Pío en la Orden capuchina, lo querrá viviendo en el convento; si no lo quiere en el convento, es porque no lo quiere capuchino. Pero era el Señor el que quería al capuchino Padre Pío durante casi siete años fuera del convento. Y, como consecuencia, aquí tenemos otro motivo de dolorosísimo sufrimiento para el Fraile de Pietrelcina. Y, de nuevo, el principal causante es el padre Benedicto, y, en este caso, por querer cumplir con fidelidad una de sus obligaciones de Superior provincial.
- El largo espacio de tiempo de casi siete años permite muchas reflexiones, consultas y actuaciones, y los detalles de las mismas ocuparían demasiado espacio en este escrito. Señalaré lo más importante:
- 1º. En relación al Padre Pío:
ü  El futuro Padre Pío, en la búsqueda de su vocación, había descubierto, ya de niño, lo que manifestaría más tarde, en noviembre de 1922, a Nina Campanile: «¿Dónde, Señor, podré servirte mejor que en la vida religiosa y bajo la bandera del Pobrecillo de Asís?». Pero, en mayo de 1909, a los pocos años de abrazar la vida capuchina, aconsejado por los médicos, tiene que abandonar el convento y marchar a su pueblo natal, Pietrelcina, con la esperanza de que los aires de su tierra natal pudieran curar o, al menos, aliviar su enfermedad. Una enfermedad que hacía que el estómago del joven religioso no lograra retener ni siquiera el agua, que las toses y los dolores de tórax y de espalda fueran continuos, que la fiebre subiera tanto que rompía los termómetros al intentar medírsela… Una enfermedad que, a juicio del doctor Francisco Nardacchione, era una «Bronquitis alveolar del vértice pulmonar izquierdo»; en el dictamen del doctor Ernesto Bruschino resultaba una «Infiltración específica de ambos vértices pulmonares» o, con otras palabras, tuberculosis; en la revisión militar, cuando el Padre Pío fue llamado a filas, se consideró: «Infiltración en los dos vértices pulmonares»; y a juicio del doctor Andrés Cardone, harto de darle remedios y medicinas: «¡No te entiendo! ¡No sé qué hacer contigo!».
ü  El Padre Pío deseaba vivamente la vida conventual, como le correspondía por su vocación de religioso. Ignoraba, al menos el 26 de mayo de 1910, qué es lo que Dios quería de él en esa situación, pues afirmó: «Ignoro la causa de todo esto. Y en silencio adoro y beso la mano de aquel que me hiere». Más aún, cuando, más adelante, supo la razón por la que el Señor le quería fuera del convento, no podía descubrirla ni siquiera a su Superior provincial y Director espiritual. Así se lo dijo al padre Agustín, que le había suplicado que manifestara al padre Benedicto el secreto de su enfermedad: «Padre, ¡no puedo decirle la razón por la que el Señor me ha querido en Pietrelcina; faltaría a la caridad!».
ü  ¿Atrevimiento inusitado el del padre Agustín? Aun conociendo la prohibición tajante que pesaba sobre el Padre Pío, en carta de 7 de mayo de 1913, escribió a su Dirigido espiritual: «Creo que debes pedir insistentemente aquella gracia que nosotros sabemos, aunque la Madrecita parece contraria a ello». Aunque no son cosas muy distintas, no se puede precisar si la gracia que el Padre Pío debía pedir era la de poder regresar al convento o la de poder manifestar al padre Benedicto por qué y para qué lo quería el Señor fuera del mismo. Lo acaecido al Capuchino lo podemos calificar de catastrófico. Lo cuenta así, el 18 de mayo, al padre Agustín: «Al recibir la última carta, quise presentar a la Madrecita la gracia que repetidas veces me has mandado que le pidiera, esperando conseguirla en esta ocasión al hacerlo por un camino distinto: el de la obediencia. Por desgracia, debo confesar para confusión mía que el fruto deseado no se ha conseguido, porque esta Madre santa montó en cólera ante mi atrevimiento de pedirle de nuevo la dicha gracia, que severamente ya me había prohibido. Esta mi involuntaria desobediencia la he tenido que pagar a muy caro precio. Desde aquel día se alejó de mí al igual que los otros personajes celestes».
ü  A la cruz de tener que vivir fuera del claustro, muy dolorosa para el Padre Pío, se fueron añadiendo otras muchas:
§  Fueron constantes las llamadas del padre Benedicto y del padre Agustín a regresar a la vida conventual y repetidos los mandatos del padre Benedicto a marchar a uno de los conventos de la Provincia: Morcone, Venafro, San Marco la Catola…; y esto a pesar de que el Señor daba señales claras de que su plan era otro: en cuanto el Padre Pío pisaba un convento, la enfermedad se agravaba de tal forma que, para evitar el desenlace final, el Superior de la comunidad se tenía que apresurar a llevarlo a Pietrelcina.
§  Se le echó en cara su incapacidad para conocer los planes de Dios, como en esta carta del padre Benedicto de 14 de julio de 1910: «El padre Agustín es el encargado de llevarte a Morcone… Repito que la verdad la digo yo, que hablo con toda mi autoridad, y no tu pensamiento que, ofuscado como está por las tinieblas del enemigo, es incapaz de conocer las cosas como están en realidad delante de Dios».
§  A pesar de viajar al convento que le señalaba el Superior provincial en cuanto recibía el mandato de hacerlo, se le acusó de desobediencia, como queda claro en esta carta del padre Benedicto del 4 de octubre de 1921: «Cuando se os escribe como superior y director espiritual, debe oír con reverencia e interior sumisión lo que se le dice y no razonar por cuenta propia… Pero usted no quiere someterse a este parecer mío y hace mal. Espero, por lo demás, que sea la última vez que no se somete a mis indicaciones».
§  Supo que el Superior provincial planeaba iniciar los trámites para que dejara la Orden capuchina y se incorporara como sacerdote a la diócesis de Benevento. ¿Cómo reaccionó el Padre Pío? En los días que, por mandato del padre Benedicto, pasó en el convento de Venafro, desde finales de octubre al 7 de diciembre de 1911, casi todos postrado en cama y 21 de ellos sin probar alimento, fuera de la comunión, en uno de sus muchos éxtasis, el padre Agustín pudo escucharle las palabras que dirigía a san Francisco y a Jesús: «¡Padre mío! ¿Me vas a despachar de la Orden? ¡Por caridad, hazme antes morir! ¡Oh seráfico padre mío! ¿Pero me vas a despachar tú de tu Orden? ¿No voy yo a ser más tu hijo? La primera vez que te me apareciste, padre san Francisco, me dijiste que debía ir a aquella tierra de destierro. ¡Ah, padre mío! ¿Es voluntad de Dios? ¡Pues hágase! ¡Fiat! Pero, ¡Jesús mío, ayúdame! ¿Y cuál va a ser la señal de que tú me quieres allá? ¡Diré la misa! Pues entonces, Jesús mío, recibe mi acción de gracias». Y esa prueba la tuvo. El día 7 de diciembre, ante su enfermedad agravada, dejó Venafro y, acompañado por el padre Agustín, viajó a Pietrelcina. Al día siguiente, fiesta de la Inmaculada, celebró la misa solemne parroquial «como si nada hubiera sufrido» los días anteriores.
§  Durante más de cuatro años pesó sobre el Padre Pío la amenaza de tener que dejar la Orden capuchina y pasar al clero diocesano. El asunto fue a Roma, al Superior general de la Orden capuchina. Aunque no se conserva el escrito del padre Benedicto a su Dirigido espiritual, en él se le informaba del parecer del mencionado Superior general. La consecuencia la tenemos en la carta del Padre Pío a su Director spiritual, de 20 de diciembre de 1913. En ella le dice: «Usted que me conoce a fondo… puede imaginar con qué gozo volvería al convento, pero, como mi enfermedad se va agravando cada día, sería un peso y un estorbo para la comunidad». Y después añade: «Por eso, teniendo presente la suya de 28 de mayo, en la que me decía que “el padre General ya desde el año pasado ve mal una permanencia tan larga en el mundo y que, aunque todo lo que yo le dije fue para defenderte, no se convence y responde: Es mejor entonces que se haga sacerdote secular pidiendo el breve. Por otra parte, porque tan larga duración excede mi competencia y es necesario regularizarla”, me he decidido a pedir el breve, reconociendo en la voz del superior la voz de Dios. Usted puede comprender con qué desgarro de mi alma me veo obligado a dar este paso; pero la necesidad me obliga y lo haga también por su tranquilidad y la mía».   
§  ¿Por qué no se tramitó ante la Santa Sede la petición del Padre Pío? Lo cierto es que, en mayo de 1914, la Orden capuchina celebró su capítulo general, que eligió para Superior general al padre Venancio de Lisle-en-Rigault. A la información que, sin duda, le ofreció el padre Benedicto en esa ocasión se unió la que habría recogido durante la visita que realizó a la Provincia capuchina de Foggia. Su parecer fue el que el padre Agustín, informado por el padre Benedicto, se apresuró a comunicar al Padre Pío en carta del 6 de diciembre de 1914: «El padre General le ha dado la siguiente respuesta: “Ya que es la voluntad de Dios, pues que así sea. Le obtendremos el Breve ad tempus, habitu retento y que el buen padre siga rogando por la Orden, a la que pude seguir perteneciendo”». El 25 de febrero de 1915 la Santa Sede concedía al Padre Pío «la solicitada facultad de permanecer fuera del claustro, mientras lo exija la necesidad, pudiendo vestir el hábito regular». Y días después, el 7 de marzo, el padre Benedicto la comunicaba a su Dirigido espiritual.
§  El 17 de febrero de 1916, cuando la enfermedad se lo permitió -tendremos que decir: cuando estaba en el proyecto del Señor-, el Padre Pío viajó a Foggia con la idea de visitar a Rafaelina Cerase, a la que había orientado espiritualmente durante dos años por carta. A Rafaelina el cáncer la había colocado ya a las puertas de la muerte y el Padre Pío deseaba responder a las repetidas peticiones de quien deseaba, además de conocer personalmente a su Director espiritual, confesarse al menos una vez con él. Pero fue un viaje sin retorno. Al encontrarse con el padre Benedicto, que hacía la visita canónica al convento de Foggia, éste le mandó que, «vivo o muerto», se quedara en el convento de esa ciudad. Días después, el 25 de marzo, falleció Rafaelina, cuando contaba 48 años de edad.
- 2º. En esta larga historia, los sufrimientos no fueron sólo para el Padre Pío. Los padecieron también, entre otros, el padre Benedicto y el padre Agustín.
ü  Puede ser suficiente la lectura de lo escrito por el padre Agustín al Padre Pío el 13 de mayo de 1914: «Nosotros, pobres superiores, no sabemos cómo proceder en tu caso. Yo adoro los proyectos de Dios. Pero ¿por qué, hijo mío, han de estar lo superiores sumidos en la oscuridad en lo que se refiere a tu destino? ¿No nos será lícito saber algo? El provincial me ha dicho que, al regreso de Roma, desea visitarte. Por caridad, dile a Jesús que te conceda informar de todo al superior».
ü  Posiblemente porque el plazo de tiempo que había previsto se iba prolongando, al padre Benedicto le asaltaban unas dudas, que quedan bien reflejadas en las cartas que escribió al Padre Pío. En la primera que recoge el “Epistolario”, de 2 de enero de 1910, le dice: «Si experimenta una notable mejoría en su salud, al respirar los aires de su tierra, ¡siga ahí!». Pero meses más tarde, el 27 de julio, le escribe: «Y ahora ¿cómo está? Me disgusta, pero adoro los altos planes de Dios que, ciertamente por inefable piedad, no le permite vivir en el convento, a donde él mismo, con tanta dignación, le llamaba». Y un año más tarde, en la de 5 de septiembre de 1911: «¿Cuándo volveré a verte en el convento? Si la estancia en tu casa no te cura, te llamaré a la sombra de san Francisco. Aun en el caso de que el Señor te quiera llamar a la gloria, es mejor que mueras en el convento a donde él te llamó».
ü  Las del padre Benedicto, compartidas también por el padre Agustín, son dudas muy lógicas, que explican su modo de actuar con su Dirigido espiritual y que, aun siendo ellos los instrumentos de los que el Señor se sirvió para asociar al Padre Pío a la pasión de Cristo, quedan libres de toda responsabilidad. Es fácil pensar que se preguntaron: ¿Puede querer el Señor que sus proyectos en el Padre Pío queden ocultos a su Superior provincial y a sus Directores espirituales, como les manifestaba su Dirigido? ¿No habrá una causa psicológica en el hecho de que, nada más pisar un convento, se agrave la enfermedad del Padre Pío y que, como sucedió en diciembre de 1911, al día siguiente de abandonar el de Venafro, donde la enfermedad le había retenido en cama unos 40 días, 21 de ellos sin tomar alimento, celebre la misa solemne de la Inmaculada en la parroquia de Pietrelcina «como si nada hubiera sufrido» los días anteriores? Si el Padre Pío, en sus cartas, les hablaba con tanta frecuencia de los asaltos, incluso físicos, de los demonios y les decía que el demonio le impedía manifestar sus cosas al confesor y hacía que cartas del Director espiritual le llegaran en blanco o emborronadas de tinta y…, ¿su permanencia fuera del convento no sería cosa del maligno y no de Dios?
Elías Cabodevilla Garde

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