Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (8)


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Como Jesús, que fue asistido por los ángeles de Dios (cfr. Jn 1, 50-51).
A Natanael, que se acercó a Jesús invitado y acompañado por Felipe, y que se sorprendió al escuchar: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi», Jesús le anunció: «Has de ver cosas mayoresVeréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Jn 1, 50-51).
Este anuncio de Jesús comenzó a cumplirse para él en los comienzos mismos de su vida pública. San Mateo, tras el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, escribe: «Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían» (Mt 4, 11).Y se volvió a cumplir al final de su vida. En el huerto de los olivos, cuando Jesús, en su angustia, oraba: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya»…, «se le apareció un ángel del Señor que lo confortaba» (Lc 22, 42-43).
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El Padre Pío tuvo siempre en su ángel custodio un amigo obediente y una ayuda muy eficaz.
* Un amigo obediente o, con más precisión, casi siempre obediente, pues, al menos en esta ocasión, el Padre Pío tuvo que reprenderle con dureza. Se lo cuenta así al padre Agustín, uno de sus dos Directores espirituales, el 5 de noviembre de 1912: «No le digo el modo como me están golpeando estos desgraciados (los demonios). A veces me siento a las puertas de la muerte. El sábado me pareció que querían terminar conmigo; no sabía ya a qué santo encomendarme; me dirijo a mi ángel y, después de haberse hecho esperar un buen rato, he ahí que, por fin, le siento aletear a mi alrededor mientras, con su voz angelical, cantaba himnos a la divina majestad. Tuvo lugar uno de los acostumbrados escándalos: le reprendí duramente por haberse hecho esperar tanto tiempo, a pesar de que yo no había cesado de llamarle en mi ayuda; para castigarlo no quería mirarle a la cara, quería alejarme, quería despacharlo; pero él, pobrecito, se me acerca casi llorando, me abraza, hasta que yo, levantando la vista, la fijo en su rostro y le veo profundamente afligido. Y he aquí... “Yo estoy siempre cerca de ti, mi querido joven -dice él-; me muevo siempre en torno a ti con aquel afecto que suscitó tu agradecimiento hacia el Amado de tu corazón; mi afecto por ti no se apagará ni siquiera cuando se apague tu vida”».
* Una ayuda muy eficaz:
- Si por una rabieta del demonio las cartas del padre Agustín le llegaban en blanco o emborronadas de tinta, el Padre Pío sabía muy bien qué tenía que hacer: «El Angelito me había indicado que, cuando llegara una carta suya, la asperjara con agua bendita antes de abrirla. Es esto lo que hice con la última suya».
- Que los que venían a confesarse o a encontrarse con el Padre Pío hablaban otras lenguas, ¡ninguna dificultad!: «Si la misión de nuestro ángel custodio es grande, la del mío es ciertamente mayor, pues tiene que hacer de maestro en la traducción de otras lenguas».
- Que los asaltos de los demonios dejaban al Padre Pío magullado y sin fuerzas…: «El compañero de mi infancia intenta suavizar los dolores que me causan aquellos impuros apóstatas, acunando mi espíritu como signo de esperanza».
- Y despertarse por la mañana a la hora que deseaba…; ¿para qué está el ángel custodio? «…duermo con una sonrisa de dulce felicidad en mis labios… esperando que mi pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme, y así, junto con él, recitar los laudes matutinos al Amado de nuestros corazones».
El Padre Pío llamaba al Ángel Custodio "compañero de mi infancia"
- Pero el Padre Pío tenía una “misión grandísima” que cumplir, que, al parecer, le exigía también «tener una voz muy fuerte para invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen María». ¿Cómo conseguir esto? Continúa diciéndole al padre Agustín: «Pero, porque esto no me es posible, he rogado y seguiré rogando a mi angelito para que cumpla por mí esta misión». Y, al parecer, la cumplía con perfección. Es esto lo que declaró en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina” el padre Gabriel Bove, que, desde hacía algún tiempo, deseaba saber si era verdad lo que se decía de la familiaridad del Padre Pío con su ángel custodio y de que de noche lo enviaba a consolar a los enfermos y a auxiliar a los pecadores: «… - Padre, ¡qué cansancio el suyo esta tarde! Y él: - Sí, hijo mío; en verdad que estoy agotado por el mucho calor”. - No dude, descanse, el reposo de esta noche le aliviará. Y además, rogaremos a su ángel custodio que vendrá a confortarle. Y él, con voz fuerte, me gritó: Pero ¿qué dices?; él tiene que ir de viaje. Era exactamente lo que yo quería escuchar de sus labios. Sin esperar más y disimulando mi sorpresa, añadí: - ¿Quién?, ¿su ángel, Padre, tiene que ir de viaje? - ¡Por supuesto!, me respondió».
- ¿Y los mensajes que sus hijos espirituales querían hacer llegar al Padre Pío? O es la misión de todos los ángeles custodios o el Padre Pío tenía autoridad también sobre los de sus hijos espirituales. Cuando, en 1923, el Santo Oficio mandó al Padre Pío no responder, ni él ni por medio de otros, a las cartas que le llegaran, algunos hijos espirituales le preguntaron qué podían hacer para comunicarse con él. Y él les respondía: «Mandad a vuestro ángel de la guarda». Éste es el testimonio del capuchino Eusebio Notte, que fue durante unos años asistente del Padre Pío. «Pasé una temporada en Irlanda, donde muchos de los devotos del Padre Pío me rogaban que escribiera a mi Cohermano pidiéndole oraciones por tal o cual necesidad. Pasado algún tiempo, decidí mandarle estos encargos por medio del ángel custodio. Cuando regresé a San Giovanni Rotondo, pregunté al Padre Pío: - Padre, mi ángel ha hecho lo que tenía que hacer?. - De tantas veces que lo has enviado, no ha tenido ni un momento de descanso, me respondió rápidamente el Padre».
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También porque el ángel custodio le acompañó siempre y le ayudó, como los ángeles a Jesús, podemos llamar al Padre Pío, como fray Modestino: “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

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