Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

El Señor sigue actuando a través del Padre Pío… curando.


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En todas - o en casi todas - las biografías del Santo de Pietrelcina, encontramos al menos un capítulo dedicado a los milagros del Padre Pío. Quiero decir, como repetía una y otra vez el Fraile capuchino, a los milagros obrados por el Señor a través de…; en este caso, del Padre Pío. Pues los milagros y los dones extraordinarios y las gracias ordinarias y todo lo bueno nos vienen siempre de Dios.
En los milagros o gracias extraordinarias que suponían la curación de enfermedades, los médicos quedaban “boquiabiertos” y tenían que decir: ¡para la medicina inexplicable! Por ejemplo, en el caso de la entonces una niña, Ana María Gema Di Giorgi.
Ana María Gema nació en Palermo (Italia) el 25 de diciembre de 1939. Tenía tres meses cuando su madre se dio cuenta de la anomalía. Ella y la abuela, asustadas, la llevaron al médico; éste las mandó a un oculista; éste a otro oculista; y los tres diagnosticaron lo mismo: ciega porque carece de pupilas.
Una religiosa, tía de Ana María Gema, animó a madre y a la abuela de la niña a llevarla a San Giovanni Rotondo. Viajaron el  6 de junio de 1947, cuando la niña tenía 7 años, para que el Padre Pío le diera la primera comunión. A la mañana siguiente participaron en la Misa que el Padre Pío celebró, como siempre, a las cinco de la mañana. La primera en confesarse fue Ana María Gema; y, a pesar de las repetidas advertencias que le habían hecho, la niña olvidó pedir al Padre Pío la curación.
Por la tarde, después de la función eucarística, Ana María Gema fue la primera en recibir la comunión, su primera comunión. El Padre Pío, además de la cruz con la Sagrada Forma, como se acostumbraba entonces, trazó, inmediatamente después, otra sobre los ojos de la niña; y Ana María Gema comenzó a ver. La llevaron al médico, que repitió el mismo diagnóstico: “Ciega por carecer totalmente de pupilas”; pero - le dijeron - ¡la niña ve! En la actualidad, a no ser que haya muerto en los últimos meses, Ana María Gema Di Giorgi sigue viendo, aunque para los médicos sea imposible porque no tiene pupilas.

*** * ***

El Señor sigue actuando hoy por medio del Padre Pío. Este testimonio, escrito en febrero de este año 2013, nos llega de Querétaro (México). Lo envía María de Lourdes Ortiz Chaparro, que se presenta como la “mamá” de Marifer y lo califica de “maravilloso regalo que hemos recibido en mi familia a través del Padre Pio”. El escrito dice así:

«Hace casi 10 años mi mamá estuvo en coma por una encefalitis viral; el resultado de esto fue el despertar de una madre convertida en bebé; así pues, desde ese entonces he tenido que afrontar el cuidado de ella tal como lo haría con un hijo mío: cambio de pañales, alimentarla, vestirla, limpiarla, peinarla, además de desvelos cuidando una fiebre, un insomnio etc.
Todo iba bien hasta que hace 7 años tuvo una recaída, dejó de comer, se deshidrató, comenzó a tener infecciones de todo tipo y el doctor que la atendía me dijo que era mejor que me hiciera a la idea de que ella se iría en cualquier momento, incluso llegó a sugerirme “hacerla sufrir lo menos posible”.
Esto no cabía en mi cabeza, mi madre agonizaba y encima de todo la persona en quien yo confié la vida de mi mamá ¡me sugería “eso”!
Fue una época terriblemente difícil: yo veía a mi mamá consumirse con las horas y me dolía verla sufrir, pero aún así siempre tuve la convicción de que yo no tengo ese poder de decidir cuándo acabar con la vida de alguien; yo no podía simplemente decidir el día y la hora de que todo terminara. ¿Cómo podría yo vivir con eso el resto de mi vida? Decidí dejar trabajar a Dios.
Fue cuando un amigo muy cercano a nosotras me habló para contarme que traerían a mi ciudad las reliquias del Padre Pio, yo no sabía mucho de él pero por lo que me contó en la llamada supe que tenía que ir.
No sé cómo explicarlo; fue como si algo me llamara a ir a verlo; no dudé, estaba convencida de que tenía que ir.
Ya ahí, pedí al Padre Pio su intercesión para que mi madre recuperara la salud. Recibí como obsequio una estampa del Padre y la llevé a casa en donde algo extraordinario pasó: esa misma noche, mi mamá comenzó a comer, recobró la conciencia y en pocos días prácticamente se levantó de la tumba.
Por supuesto que desde entonces la alejé del doctor que “cuidaba por su vida” y la confié plenamente a Dios a través del Padre Pio.
Hoy en día “mi niña” goza de una salud envidiable. Nunca recuperará sus habilidades motoras y continúa siendo como un bebé, pero a pesar de esto está en condiciones excelentes.
Además de este milagro, el Señor nos ha regalado un milagro más. Mi madre fue diagnosticada con cáncer de piel hace tres años; la noticia fue terrible, pues en sus condiciones no hay mucho que hacer, por lo que la doctora sugirió el uso de pomadas en los 12 puntos cancerígenos y otros cuantos pre-cancerígenos que tenía en cara, cuello y brazos, antes de buscar otra alternativa más riesgosa para ella. Salí de la clínica triste, pero al mismo tiempo con una tranquilidad inexplicable; yo sabía, en el fondo de mi corazón, que esto no era sino un medio para que Dios manifestara nuevamente su grandeza y su inmensurable amor.
Comenzamos el tratamiento al pie de la letra, y yo convencida de que no había nada que temer. Al mes regresamos a la consulta.
Para ser honesta, yo estaba nerviosa por la evaluación de los médicos, pero, en lugar de eso, fui testigo de la “cara” de la ciencia ante los milagros: ¡incredulidad!
La dermatóloga examinaba a mi mamá desde todos los ángulos, veía a través de lentes de aumento, revisaba fotos y videos que le habían tomado en la primera consulta. Llamó a sus colaboradores y al cirujano plástico para que ratificaran lo que ella veía pues, según decía, no podía ser lo que veía. Finalmente, volteó con la cara más asombrada, incrédula, llena de sentimientos encontrados que jamás he visto en mi vida y me dijo: - “no tiene nada; no sé cómo pasó pero no tiene nada; especialmente los puntos en donde el cáncer estaba infiltrado en el nervio desaparecieron; no lo creo, simplemente no lo puedo creer”.
Finalmente sonrió como sonríen las personas que están ante lo inexplicable pero saben qué es lo que realmente pasa: era un milagro.
Un nuevo milagro para mi “niña”, y para mi, desde luego.
Después de un par de años, lamentablemente uno de los puntos “retoñó” y no hubo otra manera de extraerlo más que por medio de cirugía, afrontando, desde luego, los riesgos que esto conlleva para una persona en las condiciones de mi mamá. Afortunadamente salió con bien y su recuperación fue magnífica. Tenía bajo su ojito izquierdo un total de 6 puntos, pero hasta el día de hoy ni siquiera se le nota y, gracias al extraordinario médico que la atendió (que con toda seguridad fue guiado por Dios y ayudado por el Padre Pío), la cicatriz ni se le nota, ni le quedó el ojito jalado como era probable.
Desde entonces, cada vez que algo surge, por insignificante que sea, recurro al Padre Pio, y ni una sola vez he sido defraudada. Sus bendiciones colman nuestra vida y me hace saber que Dios es infinito en su misericordia y en su amor; sólo hay que dejarle hacer su trabajo».
Elías Cabodevilla Garde

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